Messi busca ganar su primer mundial. En el 2014 llegó a la final. (Foto: AFP)
Messi busca ganar su primer mundial. En el 2014 llegó a la final. (Foto: AFP)
/ KIRILL KUDRYAVTSEV
Jorge Barraza

El Metro explota de gente. Sus fascinantes instalaciones se ven desbordadas de gente y de gritos, de cánticos y banderas. Todos hacia el mismo punto: la estación Lusail, donde finaliza la línea roja, y donde se yergue el imponente estadio con forma de nave, más exactamente de arca. Los miles de hinchas de Argentina son mayoría. Aunque no todos argentinos. Hay un porcentaje importante de árabes, paquistaníes, bengalíes que lucen la camiseta celeste y blanca con el número 10 de Messi. Hombres con túnica blanca y la bufanda albiceleste. Puede decirse con certeza que el continente asiático es partidario de Argentina. Lo dicen todos los extranjeros que residen aquí y que responden a muy diversas nacionalidades: “En mi país casi todos somos de Argentina. Y de Messi”. Es impresionante y la razón no es otra que el magnetismo de Leo. Lo mismo que sucede con él en Estados Unidos se replica en Asia. Lo que pasaba en otras épocas con Maradona y Pelé.

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El ultramoderno Metro de Doha, atestado, nos entregó una revelación: los hombres van sentados, las mujeres paradas. Y a nadie le parece mal aquí. Un muchacho argentino ofreció el asiento a dos señoras y, educada pero firmemente, no se lo aceptaron. Es parte de la cultura local. Y el viaje es gratuito para todo el mundo (nunca tan apropiada la expresión).

Se acreditaron 12.500 periodistas entre televisión, radio, medios escritos y páginas de Internet. Una gran mayoría de ellos se hizo presente en el estadio para ver el superchoque Argentina-México, casi una final por lo que se jugaban ambos. Son las dos hinchadas más numerosas en todos los Mundiales, un poco más -sobre todo más ruidosa- la argentina, pero también hay muchos compatriotas del Chavo, pese a que el TRI no llegó a Qatar bajo los mejores auspicios. Brasil-Serbia era hasta ayer el juego con mayor asistencia registrada: 88.103. El segundo, Argentina-Arabia Saudita con 88.012 y el tercero Inglaterra-Estados Unidos, con 68.463, aunque en un estadio más pequeño. Pero, tal como se preveía, Argentina – México rompió los relojes: 88.966. Esto revela que sí hay gente, pese a la feroz campaña europea de que era “un Mundial sin gente”.

Muchas de las críticas previas han quedado desvanecidas por una realidad incontrastable: es una brillante organización mundialista y un hermoso torneo. Tiene la peculiaridad de desarrollarse casi íntegramente en una ciudad, como eran antes los Juegos Olímpicos, y eso le da un clima especial. Se vive más intensamente todo. En 2026 Estados Unidos presentará algunas sedes distantes a seis horas de vuelo (Miami-San Francisco), casi como venir de París a Doha.

La jornada

Francia, con otros dos goles de Mbappé -La Copa del Mundo parece ser hábitat perfecto- es el primer clasificado a octavos de final y da la sensación de que será muy complicado arrancarle de las manos la Copa que ganó hace cuatro años. Es muy sólido, le sobran individualidades, hay buena conexión con el técnico y tiene la seguridad del que sabe cómo es ser campeón. Porque además el plantel es casi el mismo de Rusia 2018.

Y el plato fuerte del día estaba al final: Argentina-México, un clásico latinoamericano, en el que generalmente la camiseta de Di Stéfano, Maradona y Messi gana seguido. Aunque Lionel Scaloni hizo cinco cambios -síntoma de que vio muy mal a su equipo en el estreno- Argentina arrancó con la misma abulia de su debut ante Arabia Saudita. Exceso de pases laterales entre los defensores, poco atrevimiento, el único que intentaba ir hacia adelante, como siempre, era el número 10, pero con escasísima compañía para intentar algo. México en posición muy defensiva, con cinco hombres en el fondo y con la idea básica de no perder. Ninguno se acercaba a los arcos rivales y el partido iba derecho a un callejón sin salida llamado cero a cero. Pero al minuto 64 los de verde cometieron un imperdonable error, le dieron un metro de espacio a Messi a tres metros del área grande y eso se paga: Leo sacó un zurdazo bajo, ajustado al palo izquierdo del buen Memo Ochoa, que se estiró casi hasta separar sus brazos de su cuerpo, no llegó un golazo. El que revivió a la selección de rayas celestes y blancas. Fue un disparo precioso que se clavó en la ratonera, donde los arqueros casi nunca llegan. El 60% del estadio estalló.

La hinchada argentina, impaciente, ya había empezado a cantar su reproche: “Movete, Argentina, movete… Movete dejá de joder… Que esta hinchada está loca, hoy no podemos perder…” Y justo Messi embocó esa bola que vale oro y le da vida en una Mundial en el que empezó fatal. “Era un partido muy táctico planteado por Martino, lo destrabó Messi con ese gol… Herrera le dio dos metros de espacio y lo liquidó, eso cambió todo, porque cuando México quiso salir a buscar ya no supo cómo hacerlo. Se desorganizó y por eso mismo llegó el segundo”. La frase nos la regala Rafael Dudamel, aquel gran arquero venezolano, hoy comentarista de Caracol Televisión de Colombia.

A partir del gol de Messi apareció el equipo de Scaloni, el de los 36 juegos invicto y campeón de la Copa América. Todos muy centrados en defender y jugar pelota al pie. Le volvió la seguridad al cuerpo a los once. El jugador rioplatense, cuando ve el objetivo cerca, se convierte en lobo. Y ya estaban en lobos. México no iba a poder.

El segundo fue una joyita que decoró el resultado. El novel Enzo Fernández, jugador del Benfica, recibió de Messi libre en un vértice del área mexicana, amagó a dos rivales y la coló en el ángulo alto de Ochoa. Ahí se cerró el partido. No está clasificado ni mucho menos Argentina, pero tiene una vida más. Se la dio su as de oro.

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