"El crepúsculo de los Dioses" | OPINIÓN. (Foto: AFP)
"El crepúsculo de los Dioses" | OPINIÓN. (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

La Copa del Mundo tiene muchas funciones para el hincha. Una de las más importantes es conocer el estado actual de su sistema futbolístico, entendiendo este como la suma de esfuerzos que todos los actores de un país hacen con un propósito común: ganar el Mundial. Se supone que eso concentra una selección de fútbol. Y eso es lo que otorga a esta copa valores sociales añadidos. El dinero se gana con el club; la gloria, con la camiseta de todos.

De ahí que la foto que se toma cada cuatro años sea tan importante. Los equipos grandes alinean sus procesos para que coincidan con el ciclo mundialista. Los equipos chicos hacen lo que pueden. El nivel es alto, las camisetas pesan, los nervios debilitan, la exigencia sube. Un ídolo de club como Cristiano o Messi llega a estas citas como un dios en aprietos: son Atlas obligados a llevar en hombros el peso del mundo. O al menos de un país.

El portugués lo ha tenido más fácil, porque su potencia goleadora le ha permitido dar más satisfacciones: ha anotado 85 goles con su selección (0,55 goles por partido); contribuyó a ganar una Eurocopa; él solo empató contra el rival de siempre; etc. El Mundial ha sido para ellos discreto, pero no se escuchan reproches para el crack del Madrid. Se le pide menos. No tiene a Maradona detrás y nadie en sus cabales sostiene que es el mejor jugador de fútbol de la historia.

Lo de Messi, en la vista general, no ha sido poco: hace un gol cada dos partidos y es el anotador histórico de su selección. La estadística, sin embargo, no es un campeonato que se pueda celebrar. Y a él se le exige más: que mágicamente haga jugar a la Albiceleste como si fuera el Barza de Guardiola; que gane todas las copas que Argentina no puede celebrar desde 1993; que sea un jugador que, ya está claro, no es ni será. El peso del orbe vence; el titán se dobla. Pero esa caída no resolverá nada.

Argentina tiene en un entorno dirigencial enfermo. La base de jugadores que llevó a Rusia está por encima de los 30 años. No ha habido estilo, dinámica, táctica. El tercer entrenador que contrató para este proceso ha estado cada día al borde del ridículo: no alineó dos veces el mismo conjunto, le preguntaba a Messi cuándo hacer los cambios, basureaba en las calles a los policías, se vestía como un payaso. Si tuviera un poco de autoestima renunciaría. Pero no lo hará.

No debemos exigir que un crack cambie, sino que el sistema futbolístico se transforme para no concentrar todos los ruegos en una sola persona. Hacer un equipo es una labor compleja en su ejecución diaria. Y solo rinde frutos a mediano plazo. Pero hasta ahora, nadie ha inventado un camino más fácil.

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