"2016 será visto como un año crucial".
"Quizás no se convierta en un año icónico como 1945 o 1989, pero el periodo que comenzó con el inicio de la recesión en 2008 y continuó con la turbulencia política de 2016 es definitivamente un inmenso punto de inflexión en la historia. De eso no hay duda".
Esa es la percepción, desde Italia, de Federico Romero, profesor de historia de la cooperación e integración europea de la posguerra del Instituto Universitario Europeo (EUI).
En Estados Unidos, Nate Persily, profesor de Derecho de la Universidad de Stanford, se expresa de forma similar:
"Los historiadores recordarán el 2016 como un punto de inflexión en el mundo de la política. Este año representa la revuelta populista que se ha gestado en varios países contra las instituciones (…) contra el establishment político", señala en conversación con BBC Mundo.
"Hay una sensación de que la gente está reaccionando a la pobre actuación de las instituciones (...), entre las cuales están, por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos y la Unión Europea, pero también los medios de comunicación, la religión organizada, las corporaciones y los bancos".
Al analizar la opinión pública en diferentes países, es evidente que hay una desconfianza generalizada hacia esas instituciones.
Este año, reflexiona el experto, quedó de manifiesto que la gente dijo: "Nos cansamos".
Y lo hizo de una manera pragmática y contundente: en las urnas.
El 23 de junio, los británicos votaron a favor de abandonar la Unión Europea y el 8 de noviembre los estadounidenses eligieron como presidente a Donald Trump, candidato del Partido Republicano pero visto como alguien ajeno a la clase política tradicional.
"2016 es el año en que por primera vez el tamaño de la Unión Europea se vio reducido por el Brexit y no ampliado, como venía sucediendo a lo largo de su historia", le dice Romero a BBC Mundo.
"Y es el año en que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el presidente electo de Estados Unidos parece rechazar la noción de que el poder internacional de su país está basado primariamente en un conjunto de alianzas e instituciones multilaterales que Estados Unidos ayudó a formar en el pasado", le dice Romero a BBC Mundo.
—La globalización en la mira—
Para muchos analistas, en 2016 la globalización quedó mal herida. El concepto que había reinado en las últimas décadas y que el mundo en desarrollo alabó con vehemencia, tuvo este año sendas estocadas.
Los golpes ocurrieron irónicamente en Reino Unido y en Estados Unidos, dos líderes del mundo globalizado.
"Gran Bretaña acaba de matar la globalización tal como la conocemos" ("Britain just killed globalization as we know it"), era el titular de uno de los artículos de The Washington Post, publicado después del Brexit.
"La globalización como la conocemos ha terminado y el Brexit es hasta ahora la señal más grande" ("Globalization as we know it is over - and Brexit is the biggest sign yet"), titulaba uno de sus escritos el diario británico The Guardian.
"Con el acuerdo Europa-Canadá cerca del colapso, el último capítulo de la globalización es historia" (With Europe-Canada Deal Near Collapse, Globalization's Latest Chapter Is History), decía el titular de un artículo publicado por The New York Times en octubre.
Mientras que el titular del editorial del 20 de noviembre de The Guardian presentaba una paradoja: "La visión de The Guardian de la globalización: su muerte es lo que la hace" ("The Guardian view on globalisation: its death is the making of it").
—Pero, ¿realmente en 2016 se declaró la muerte de la globalización?—
"No, no, no lo creo, al menos no todavía", dice Romero.
"Pero sí creo que es el año en que se hizo evidente en el mundo occidental (…) que grandes grupos en las sociedades de Estados Unidos, de Reino Unido, de la Unión Europea ven la globalización como la causante de una transformación negativa que los ha afectado y es el primer año en que el rechazo a ciertos aspectos de la globalización se ha vuelto tan poderoso que ha afectado elecciones y referendos", indica.
En España, el profesor José María Peredo, catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea, no cree ni siquiera que la globalización haya salido herida.
"Lo que esos procesos (Brexit y el triunfo de Trump) han puesto de manifiesto es que la globalización necesita ser interpretada y analizada de una manera más amplia y que debe estar sujeta a las decisiones de más actores, tanto empresariales como sociales y no gubernamentales", le explica a BBC Mundo.
Erez Manela, profesor de Historia de la Universidad de Harvard, no considera que el 2016 sea el presagio del fin de la globalización.
"Un vistazo a los millonarios y billonarios que integran el gabinete de Trump, gente que ha prosperado y se ha hecho tremendamente rica en la era de la globalización, nos debería convencer de que ellos no tienen interés alguno en que se acabe", le indica a BBC Mundo.
"Podrá haber algunas renegociaciones sobre comercio y particularmente sobre inmigración, pero pienso que la globalización está aquí para quedarse".
—El orden global internacional no está muriendo pero…—
"2016 puede ser el año en que el sistema occidental como lo conocemos desde la Segunda Guerra Mundial empiece a desmontarse", explica Romero.
Para el profesor del EUI esa es una hipótesis y no una certeza.
"Pero es una hipótesis fuerte, seria. El sistema occidental de colaboraciones multilaterales, basado en un conjunto de alianzas, es obviamente disputado por algunos grupos en la población de Estados (países) clave".
Y es que Romero cree que el orden global se está transformando a gran velocidad.
En Estados Unidos, Persily no se atreve a decir que esté muriendo, pero advierte:
"El orden global posterior a la Segunda Guerra Mundial está siendo sometido a fuertes presiones. Hay que ver si el giro de Donald Trump hacia Rusia significa un cambio significativo o sólo una pequeña nota a pie de página".
"En los últimos 15 años se han visto presiones sobre los diferentes ámbitos del orden global (político, económico, social), pero ahora hay nuevos desafíos y mucha gente cree que las instituciones que le han sido legadas no están respondiendo a esos retos", señala el profesor de la Universidad de Stanford.
Persily se refiere a los siguientes desafíos: "La creciente desigualdad económica, el aumento de los movimientos migratorios, el calentamiento global, el terrorismo, las intrusiones cibernéticas".
Para Peredo, en ese proceso de transformación del orden global "se ha perdido en claridad sobre quiénes son los principales actores en cada uno de los ámbitos de ese orden".
En el ámbito político, por ejemplo, explica el académico, las potencias no están definidas como tales.
"El G8 ha perdido protagonismo en distintos procesos económicos; la Unión Europea ha perdido capacidad de decisión en ciertos procesos financieros; el G20 ha perdido sentido, pues no ha conseguido, más allá de responder con determinadas inyecciones financieras, convertirse en un centro de gobernanza; Naciones Unidas no consigue tampoco recuperar su relevancia; la OTAN ha sido cuestionada en algunos momentos".
Pero Peredo advierte: se trata de un proceso de redefinición del orden global y no de caos.
—A la sombra de los años 30—
En 2016, algunos observadores compararon las expresiones nacionalistas que se vieron en Europa y Estados Unidos con las que se vivieron en los años 30.
Pero, ¿fue realmente así?
"Es exagerado, pero es una comparación que debemos tener presente. No estamos en la misma situación (que en esa época), pero es algo que pudiera crecer", indica Peredo.
Esa opinión la comparte Romero, quien asegura que, aunque ha habido manifestaciones concretas de nacionalismo, "eso no significa que vamos a terminar como en los años 30".
"No debemos exagerar, (…) pero la similitud entre los discursos nacionalistas y racistas que emergieron en 2016 y los movimientos autoritarios que dominaron la última parte de la década de los años 30 es real y estremecedora".
En 2016 -explica el profesor del EUI- vimos, como sucedió en los años 30, una serie de reacciones nacionalistas contra el orden global liberal, que se percibe como un sistema que no está produciendo los resultados que asegura estar generando o que simplemente está distribuyendo la riqueza entre los ricos en detrimento de otros sectores de la población.
Y es que, de acuerdo con Romero, algunos grupos de ciudadanos de Estados Unidos y Europa han reaccionado con miedo, resentimiento e ira a lo que perciben como un deterioro del dominio occidental.
"Algunos han hablado de un white backlash (retaliación de los blancos) cuando se refieren a la elección de Trump y hay ciertos elementos de eso que se pueden ver en la Unión Europea. Por ejemplo, en la forma cómo (en algunas partes) se han rechazado a los refugiados y a los inmigrantes, en la polémica de cara a China y otras potencias comerciales asiáticas", explica el académico.
Grandes grupos de las sociedades estadounidense y europea han mostrado su incomodidad y en algunos casos "hasta hostilidad" frente al ascenso de nuevos protagonistas en la economía internacional.
"Hasta ahora, el sistema global liberal en el que hemos vivido en los últimos 30 y 40 años ha producido inequidad social y desempleo en algunos países occidentales y eso ha erosionado el sentido de identificación con la democracia en algunos sectores", reflexiona el académico.
De hecho, para el experto en democracia global del London School of Economics Brian Klaas, si se analiza la última década, 2016 ha sido el peor año para la democracia.
Aunque el profesor reconoce en comunicación con BBC Mundo que es una idea discutible, considera que no ha sido un año bueno para la democracia "no por el resultado de una elección o referendo en particular, sino porque un creciente número de personas está desafiando la noción de la democracia como la forma ideal de gobierno".
Y pese a ese desencanto que la democracia ha provocado en muchas personas, Romero cree que la democracia tiene que ser defendida y no debe quedar reducida simplemente a la voluntad de la mayoría.
Es fundamental que a la luz de lo sucedido en 2016, la democracia se enfoque en superar los problemas de inequidad, pobreza y desempleo con mayor eficacia.
—El liberalismo bajo amenaza—
Para el profesor Manela, los historiadores en el futuro podrían ver el 2016 no como el fin de la globalización o el fin de la democracia como tal, sino como el fin de la era de los ideales liberales, ideales como los derechos individuales, los derechos de las minorías, los derechos humanos, la protección del medio ambiente, entre otros.
"Permítame explicarme", le indica a BBC Mundo.
"No creo que los recientes acontecimientos de 2016 auguren el fin de la democracia si la definimos en el sentido restringido populista como el derecho a votar. Después de todo, Trump fue electo democráticamente, el Brexit tuvo el apoyo de la mayoría de los votantes británicos y el acuerdo de paz en Colombia fue inicialmente rechazado en lo que pareció ser una elección justa".
Pero por otra parte, reflexiona el profesor de la Universidad de Harvard: ¿qué pasa con el liberalismo definido como la creencia en la protección de los individuos, de las minorías y del medio ambiente, la defensa de la libertad de expresión y de religión?
"Trump ha mostrado agresividad frente a la libertad de prensa, los musulmanes, los inmigrantes, etc. Su buen amigo Vladimir Putin tampoco es amigo de los valores liberales ni lo es el presidente chino, Xi Jinping", dice.
"Y la reciente reacción en Europa contra la Unión Europea también puede ser vista como una reacción populista iliberal ante los valores liberales de las élites de Bruselas. Si se pone todo esto junto, podríamos estar en el umbral de una era global iliberal".
—El regreso de la historia—
"Con la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, se dijo que la historia había llegado a su fin. La lucha entre el comunismo y el capitalismo había terminado. Tras una titánica lucha ideológica que abarcó las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los mercados abiertos y la democracia liberal occidental reinaron con supremacía", así comenzó la revista The Economist el artículo: "The Trump era" ("La era Trump"), publicado el 12 de noviembre.
"Temprano en la mañana del 9 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump cruzó el umbral de los 270 votos del Colegio Electoral para convertirse en el presidente electo de Estados Unidos, esa ilusión quedó destruida. La historia ha vuelto".
Y lo ha hecho, advierte la revista, "con más fuerza que antes".
"El hecho de que Trump ganara y la forma en que consiguió la victoria son golpes demoledores tanto a las normas en que se sustenta la política en Estados Unidos como el rol de Estados Unidos como la potencia mundial preeminente".
La revista británica culmina el artículo con más pesimismo: "La elección de Trump es un rechazo a todos los liberales, incluyendo este periódico.
Los mercados abiertos y la democracia clásicamente liberal que defendemos y la cual se había visto reafirmada en 1989, ha sido rechazada por el electorado primero en el Reino Unido y ahora en Estados Unidos".
"Francia, Italia y otros países europeos podrían seguirles el paso. Es claro que el apoyo popular por el orden occidental dependía más del crecimiento rápido y del efecto galvanizador de la amenaza soviética que de una convicción intelectual.
Recientemente las democracias occidentales han hecho muy poco por distribuir los beneficios de la prosperidad. Los políticos y los eruditos dieron como un hecho la conformidad de los desilusionados".
Pese a la desesperanza con que algunos creen que el 2016 pasará a la historia, Romero, Persily, Peredo y Manela nos recuerdan que éste es simplemente un ejercicio periodístico con ambiciones futuristas.
Hay mucho por verse y ni la globalización y ni la democracia son culpables de nada, sí lo es la forma cómo se han implementado.
"En mi opinión, todavía es posible que el mundo se aleje del illiberalism (oposición al liberalismo o ausencia de liberalismo). Y en ese caso, los historiadores del futuro verán el 2016 como el año en que el liberalismo enfrentó lo que posiblemente fue su desafío más dramático desde la Segunda Guerra Mundial".
"Y cuando", añade, "logró superarlo".
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