Luz Stella dice que en 21 años de matrimonio no hubo la más mínima señal de violencia por parte de su esposo, por eso nunca imaginó el trágico desenlace. (Foto: El Tiempo / GDA)
Luz Stella dice que en 21 años de matrimonio no hubo la más mínima señal de violencia por parte de su esposo, por eso nunca imaginó el trágico desenlace. (Foto: El Tiempo / GDA)
Redacción EC

--- Buscando a Stella ---

Le pregunté si podíamos vernos, respondió que no tenía claro en qué ciudad estaría al día siguiente. Al final, después de varios días intentando concretar una entrevista, precisó: “Mañana, en Bucaramanga”. Eso era todo. Tenía un día, una ciudad. Nada más. Ni hora ni lugar. Comenzaba a hacerse tarde. Insistí. Tampoco hubo respuesta. Fue así como terminé por comprar un tiquete al mediodía del día siguiente con regreso a Bogotá a las ocho de la noche. Al bajarme del avión, por fin respondió a mi llamada: “Veámonos en el restaurante Cinnamon, en el centro comercial Cacique en media hora”.

La esperé unos veinte minutos y la vi llegar arreglada, con paquetes en las manos. Me sorprendió su elocuencia, su normalidad. Una persona que ha pasado por un trauma como el suyo bien podría estar postrada en una cama o internada. Su teléfono no paraba de sonar. Es una mujer rápida, sabe en dónde está ese papel de la Dian y cuántas volquetas hay disponibles, menciona las primas que deben pagar antes de despedirse. “Discúlpame”, dice. “Es que yo trabajo en una constructora. Necesito mantener la máquina ocupada todo el tiempo para no volverme loca”.

--- El príncipe camuflado ---

Se conocieron hace casi treinta años siendo estudiantes del Externado de Bogotá. Él la sorprendió con la galantería y sofisticación de un hombre educado, con todas las credenciales para ser un príncipe azul: “Su modo de ser contrastaba para mí con el del hombre costeño (ella venía de Santa Marta), pues Ricardo Enrique era de llevarle a uno flores y ofrecer su chaqueta si uno tenía frío”.

Al graduarse, Luz Stella ganaba dos millones mensuales, recién egresada. No quería casarse, quería trabajar. Decidieron esperar un año antes de ponerle fecha al matrimonio.

Pero meses después él comenzó a presionar para definir el compromiso. El acuerdo era que después de casarse se irían a Puerto Salgar, la población a orillas del río Magdalena, a trabajar en la panadería de la familia de él y, con los años, montarían su propio negocio.

Finalmente, hace 22 años se casaron. Actualmente, Luz Stella piensa que el haber sido una niña de colegio de monjas, con las relaciones de pareja como tabú, precipitó su matrimonio: “Mi mamá solía decir que no vayan a decir que la hija de Lucho Forero está más besada que anillo de obispo, ni más tocada que el himno nacional. Teníamos un compromiso y al fin y al cabo había que cumplirlo”.

--- El comienzo del fin ---

Desde un principio fue un papá amoroso: le cambiaba el pañal a Natalia, su primera hija, la bañaba. Cuando era bebé, se levantaba en la noche para que su mujer le diera pecho a la niña. Y así fue con Sofía, la segunda. Con un préstamo montaron su propio negocio. A Luz Stella comenzó a irle cada vez mejor. Le dieron un contrato para darle comida a tres mil personas, luego otro para enseñar etiqueta y protocolo en una institución educativa. Hacía tablas de quesos, postres, prestaba servicio de 'catering', alquiler de meseros, producía eventos para la base aérea, para matrimonios y fiestas empresariales: “Nuestro negocio se volvió el ‘fifí’ del Magdalena Medio. Nos iba espectacular”.

Tan espectacular que abrieron un nuevo local al que llamaron Salerno, como el puerto italiano, pero sobre todo, como el clásico restaurante bogotano donde pasaron tantas veladas de novios: “Para mí, eso fue el comienzo del fin. Con el nuevo negocio llegaron cada vez más mujeres. Y si bien estábamos viviendo una época dorada, carro, casa, viajes; Ricardo se había vuelto distante”, recuerda.

Entonces tuvo noticia de la primera infidelidad. La chica hacía turnos los fines de semana en la panadería. Cuando Luz Stella los descubrió, la reacción de Ricardo fue decirle que si ella lo dejaba, él se mataba. Asistieron a terapia de pareja. Funcionó por un tiempo, pero poco después ella descubrió otra relación de su marido.

Entre el 2003 y el 2007 el adulterio se volvió una constante: “La promiscuidad de Ricardo era tanta que mis controles de citología siempre salían mal”. Además, como él sabía, ella tenía dinero más que suficiente para vivir bien sin necesitarlo. No se separaron porque él quiso mantener cercanía con sus hijas y ellas con él, especialmente Sofía, pues Natalia, la mayor, terminaría por darse cuenta de las infidelidades y malos tratos que daba a su madre hacia el final de la relación.

Durante el último año de convivencia, la situación de Luz Stella se fue volviendo desesperada. Acordaron que seguiría viviendo en la casa, mientras respetara las reglas de mantener cuartos separados. Pero algunas noches Ricardo Enrique se coló en su habitación e intentó violarla, consiguiéndolo en tres ocasiones. Luz Stella acudió a la comisaría de familia buscando protección, sin resultado. Ricardo se negaba a dejar la casa y Sofía, la menor de sus hijas, se negaba a irse, pues no quería abandonar a su papá: “Ahora pienso que hay errores que sin duda cometí. Él me hizo unos morados en una de sus agresiones y me dijeron que debía ir a Medicina Legal para denunciarlos, pero como el doctor era papá de una compañerita de mi hija, del colegio, no fui capaz. Me dio vergüenza”.

En los últimos meses de convivencia, Luz Stella dormía en la mitad entre sus dos hijas con una cruceta en su mesita de noche. El deterioro de la relación estaba tocando fondo. Sin embargo, ni por un minuto llegó a imaginar el trágico desenlace. Al final, se trataba del hombre que jamás había agredido a una de sus hijas, y que hasta el último año de relación había sido siempre correcto y cariñoso con ella.

--- Una tragedia inesperada ---

Durante las tres horas de nuestra conversación, mientras de la cazuela pasamos al café, de ahí al postre, y luego a otro café, no dejé de preguntarle con insistencia si en los primeros 21 años de matrimonio no hubo aunque fuera una mínima señal de violencia por parte de Ricardo. Luz Stella fue enfática en que nunca la hubo, ni hacia ella ni mucho menos hacia alguna de sus hijas. Piensa que su naturaleza emprendedora la llevó a buscar nuevos negocios que hacían su cuenta bancaria cada vez más robusta, mientras él permanecía en una zona de confort que fue abriendo una zanja cada vez más profunda entre ellos.

La mujer ambiciosa, la que acostumbra ponerse metas y alcanzarlas, era también una madre que hacía largos viajes por carretera, que trabaja fines de semana, y salía de casa temprano para volver tarde. Ricardo, entretanto, atendía la panadería, leía la prensa, se ocupaba de sus hijas y mimaba a la pequeña Sofía. A ella la acompañaba a montar en bicicleta, y la dejaba jugar videojuegos hasta tarde. Por su parte, Luz Stella trabajaba con la idea de comprar un apartamento en Bogotá, a donde pensaba mandar a estudiar a Natalia tan pronto terminara el bachillerato.

La noche anterior a los hechos, Luz Stella había tenido una celebración familiar. Por petición de ella, la invitación llegó dirigida solo a su nombre. Ricardo recogió a su mujer en la fiesta, visiblemente contrariado. Quería saberlo todo. Que quienes estaban, que por qué no lo habían invitado, que si había llevado una pareja. Como las respuestas que ella le daba no lo satisfacían, ya en la casa continuó el interrogatorio, a los gritos, echando a volar los álbumes familiares. Sofía le susurró a su madre al oído: “Mañana me voy contigo”. Ahora Luz Stella recuerda que en ese momento sintió un profundo alivio: “Pensé, se acabó. Mañana nos vamos a rehacer nuestras vidas”.

La mañana siguiente, el 21 de junio del 2011, primer día de vacaciones de las niñas, González le contestó a cuchillo a su mujer cuando ella le informó que se iba con sus hijas. En un intento de rescate, las menores intervinieron. Sofía, de 10 años, fue la primera en morir con una perforación del corazón. Natalia, de 15, con una hemorragia interna alcanzó a salir con su mamá en busca de ayuda, pero llegó al hospital sin signos vitales. Luz Stella sufrió una perforación de pulmón. Dos cirugías le fueron practicadas. Las puñaladas le dejaron los ligamentos de la espalda rotos. Desde entonces perdió sensibilidad en el costado izquierdo del dorso, y perdió movilidad del dedo pulgar.

Cuando ella abandonó la casa con Natalia para buscar ayuda, Ricardo se encerró adentro. La Policía tuvo que romper una ventana para acceder a la vivienda. Lo encontró postrado después de autoagredirse. Los agentes lo dieron por muerto. Fue la Dijín la que constató que González Tovar seguía con vida. Le aplicaron torniquetes con sábanas y cinturones para frenar la hemorragia. De ahí fue trasladado a una clínica, mientras lanzaba patadas y gritaba que lo dejaran morir. Ya desde entonces, la defensa alega demencia temporal para buscar trasladarlo a una clínica psiquiátrica y no a la cárcel Modelo, donde cumplió seis de los 45 años a los que fue sentenciado. Actualmente, aún permanece en la clínica La Paz, donde fue trasladado una vez obtuvo la boleta de salida.

--- El lastre de la ley ---

“Tengo que dormir acompañada. Estoy soñando mucho. Estoy medicada, vivo asustada, actualmente soy yo quien tiene que pagar casa por cárcel, pues el asesino de mis hijas, que intentó acribillarme, está en libertad, mientras yo no tengo quien me defienda”.

A Ricardo le dieron libertad provisional por cuenta de la Ley 1786 de descongestión judicial, a pesar de que según la Corte Suprema de Justicia este no es un beneficio aplicable cuando ya se tiene una sentencia. En ocho días, por error, fue liberado alguien a quien en más de dos años no han podido darle una confirmación o revocatoria de su pena. Luz Stella se pregunta cómo es que estas equivocaciones no son sancionadas: “En teoría, el fallo de segunda instancia tenía que darse en 20 días. Vamos para dos años y no hay un veredicto. ¿No debería aplicarse una sanción a los jueces en estos casos?”, pregunta.

El pasado 11 de agosto, un juez de La Dorada negó la revocatoria de libertad provisional de Ricardo. Según el fallo, acogiendo la Ley 1786, no se puede privar de su libertad indefinidamente a una persona que aún no cuenta con sentencia ejecutoriada. El victimario seguirá en libertad mientras el Tribunal Superior de Manizales no defina si confirma la sentencia de 45 años de cárcel para que vuelva a ser capturado, o la revoca.

Su teléfono ha vuelto a sonar con insistencia. Ahora Luz Stella habla de cemento, de quincenas, de combustible. La veo agotarse, buscando la fatiga para huir de los recuerdos, de sus hijas que, como me dijo hace un rato, hasta hace un tiempo se le seguían apareciendo: “Es difícil descansar sabiendo que él está libre –me dice a manera de despedida–, pero cuando me faltan las fuerzas, pienso en mis hijas y sigo adelante, lo hago solo por ellas, en honor a su memoria”.

Fuente: Un texto de Melba Escobar - El Tiempo / GDA

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