El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Foto: Bloomberg)
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Foto: Bloomberg)
/ Shawn Thew
Farid Kahhat

La epidemia ocasionada por una variante del , el COVID-19, constituye un ‘shock’ externo. Es decir, un impacto adverso cuya ocurrencia y consecuencias son difíciles de prever. Un ‘shock’ externo puede ser de demanda o de oferta.

La disminución en las compras de pasajes aéreos o de paquetes turísticos es un ejemplo del efecto de la epidemia sobre la demanda. En ese caso, las políticas que suelen adoptarse ante circunstancias similares (por ejemplo, durante una recesión) pueden paliar ese efecto. Hablamos de decisiones como la reducción de la tasa de interés de referencia por parte de la Reserva Federal de EE.UU. o que la Unión Europea autorice a sus estados miembros a superar el límite de déficit fiscal.

Existen, sin embargo, dos problemas con esas políticas. El primero es que no hay un margen de acción tan amplio como el que tenían las economías nacionales antes de la gran recesión del 2008: las tasas de interés son bastante menores y los niveles de déficit fiscal y deuda pública bastante mayores que los que existían entonces. El segundo es que políticas fiscales expansivas no resuelven el ‘shock’ externo de oferta ocasionado por la epidemia. Las fábricas en China o Italia que abastecen cadenas de suministro internacionales no cerraron por ausencia de demanda, sino por políticas que, como las cuarentenas, buscan contener la propagación del virus.

En general, las políticas públicas que buscan detener la epidemia son las únicas que podrían lidiar eficazmente con el ‘shock’ de oferta que esta ocasiona. Por eso, es preocupante el retorno a prácticas medievales que implican algunas declaraciones del presidente Trump. No es que todo lo que se hacía frente a las epidemias durante el medioevo estuviera mal: las cuarentenas, por ejemplo, son una práctica que sigue siendo útil. Pero negar la veracidad de la información que la comunidad científica provee sobre la epidemia sí constituye un problema.

Compradores usan mascarillas mientras esperan en la fila para ingresar a hacer compras en Hawthorne, California. (Foto: Bloomberg)
Compradores usan mascarillas mientras esperan en la fila para ingresar a hacer compras en Hawthorne, California. (Foto: Bloomberg)
/ Patrick T. Fallon

En una entrevista con Fox News, Trump negó con base en “una corazonada”, la tasa de mortalidad mundial de 3,4% que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), produce el COVID-19. Añadió que, en realidad, debía ser “bastante menor al 1%”. Es cierto que el cálculo varía de acuerdo a la proporción que los casos identificados representan del total de casos, pero el punto es que Trump no apeló a ningún cálculo alternativo para contradecir el reporte de la OMS del 3 de marzo.

Trump también sostuvo que estábamos muy cerca de tener una vacuna, solo para ser desmentido al instante por el jefe del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, quien dijo que poner a disposición del público una vacuna podría tomar hasta 18 meses.

Sería preocupante que estuviéramos ante errores derivados únicamente de un desconocimiento de la información. Pero hay razones para pensar que hay motivaciones políticas detrás de esos errores. Al igual que cuando niega el cambio climático, una razón por la que Trump no acepta los hechos es que estos son políticamente inconvenientes. Tendría que admitir, por ejemplo, que una cobertura de salud universal facilitaría la identificación y el tratamiento de los pacientes, cosa que se dificulta cuando 30 millones carecen de seguro médico y parte de los que tienen seguro deben abonar montos elevados por deducibles y copagos.

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¿Qué es el coronavirus?

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), los coronavirus son una amplia familia de virus que pueden causar diferentes afecciones, desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV) y el síndrome respiratorio agudo severo (SRAS-CoV).

El coronavirus descubierto recientemente causa la enfermedad infecciosa por coronavirus COVID-19. Ambos fueron detectados luego del brote que se dio en Wuhan (China) en diciembre de 2019.

El cansancio, la fiebre y la tos seca son los síntomas más comunes de la COVID-19; sin embargo, algunos pacientes pueden presentar congestión nasal, dolores, rinorrea, dolor de garganta o diarrea.

Aunque la mayoría de los pacientes (alrededor del 80%) se recupera de la enfermedad sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, alrededor de una de cada seis personas que contraen la COVID-19 desarrolla una afección grave y presenta dificultad para respirar.

Para protegerse y evitar la propagación de la enfermedad, la OMS recomienda lavarse las manos con agua y jabón o utilizando un desinfectante a base de alcohol que mata los virus que pueden haber en las manos. Además, se debe mantener una distancia mínima de un metro frente a cualquier persona que estornude o tose, pues si se está demasiado cerca, se puede respirar las gotículas que albergan el virus de la COVID-19.

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