(Ilustración: Giovanni Tazza / El Comercio)
(Ilustración: Giovanni Tazza / El Comercio)
Francisco Carrión

El asesinato de en las dependencias del consulado saudita en Estambul aún suscita consternación. Seis meses después, el crimen continúa sin resolverse, plagado de sombras y convertido en un asunto que ha tensado las relaciones entre Turquía y . Las grabaciones, en poder de los principales servicios secretos del planeta, apuntan hacia el príncipe heredero Mohamed Bin Salman, pero el reino sigue empeñado en salvarlo.

“Bin Salman ha reducido su exposición pública con la creencia de que puede sortear así la atención internacional que se le dedica desde el crimen. Ha decidido enviar a su padre a cumbres importantes con ese propósito”, declara a El Comercio Jaled Bin Farhan al Saud, un príncipe saudita que huyó de Arabia Saudita en el 2007, y desde entonces es uno de los rostros más destacados de la oposición. 





La reconstrucción del suceso, aún incompleta, arroja una imagen que implica al sucesor. Desde el envío de un comando de 15 personas, escogidas entre la guardia del príncipe heredero y los altos cargos de las fuerzas de seguridad por su probada lealtad, hasta los escabrosos detalles de su agonía. El asesinato de Khashoggi se produjo apenas unos minutos después de acceder a la legación diplomática. En siete minutos, según los funcionarios turcos que han tenido acceso a las grabaciones, el reportero fue torturado, mutilado, sedado y finalmente asesinado.

“Me estoy asfixiando. Quítenme esta bolsa de la cabeza. Tengo claustrofobia”, suplicó Khashoggi en el forcejeo con sus verdugos. Aún con vida, Maher Abdelaziz Mutreb –un agente de la inteligencia saudí próximo al príncipe heredero, que hace un año lo acompañó en su viaje a Madrid– le lanzó: “Traidor, ahora lo vas a pagar”.

Según la información hecha pública, el cadáver del periodista fue descuartizado por un forense de rango militar. Tras varias semanas de negativas, el Gobierno Saudita reconoció el crimen y abrió una investigación judicial que se desarrolla lejos de los focos.

—Investigaciones ocultas—

A finales de marzo, la ONU –que también efectúa una investigación en paralelo sobre el asesinato– denunció el inicio de un juicio en Riad, la capital saudita, marcado por la más absoluta opacidad. En opinión de Agnes Callamard, relatora especial de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales que lidera la investigación internacional, las vistas secretas contra los 11 sospechosos acusados del asesinato vulneran el derecho internacional. Ni siquiera han trascendido los nombres de los acusados y sus cargos.

La única certeza es que en el banquillo no se encuentra Saud al Qahtani, el más fiel asesor de Bin Salman implicado desde el principio en la operación para liquidar al columnista de “The Washington Post”. Según los investigadores turcos, fue él quien supervisó la acción. El mismo que solicitó, en una conversación con el comando, “la cabeza del perro”, y festejó que la misión hubiera concluido con éxito.

Destituido después de que el escándalo se hiciera público, sobre Al Qahtani pesan sanciones internacionales pero varias fuentes confirman que se halla en libertad y que conserva su poder y función en la corte.

Todos los medios de comunicación están bajo el control de Al Qahtani. Es la persona que diseña la estrategia, que dirige a la prensa a su antojo”, apunta a este Diario una periodista saudí que recibió amenazas de Al Qahtani y acabó huyendo del país.

"Los sauditas siguen propagando mentiras. Ni siquiera quieren proporcionar información sobre su cuerpo. La investigación turca sugiere que al menos la cabeza fue enviada a Riad como prueba”, desliza Ayman Nur, un opositor egipcio y amigo personal de Khashoggi que reside en Estambul.

—Silencio comprado—

En su intento de tratar de ocultar el crimen, el régimen ha comprado el silencio de su círculo familiar. Los cuatro hijos del periodista apenas han hablado en público. Los dos varones concedieron solo una entrevista a la cadena CNN y, poco después, abandonaron al agente que habían contratado para gestionar sus apariciones, tal y como ha podido confirmar este Diario.

“The Washington Post” ha hallado explicación para este mutismo. Los cuatro vástagos han recibido por parte de las autoridades saudíes la propiedad de mansiones valoradas en cuatro millones de dólares y sueldos mensuales de 10.000 dólares a cambio de “garantizar que continúan mostrando moderación en sus declaraciones públicas”.

Un acuerdo que se une a la defensa cerrada que Donald Trump ha mostrado hasta ahora hacia Bin Salman, exonerándolo de cualquier responsabilidad. “Lo más duro es que se creen impunes. Han detenido y hecho desaparecer a príncipes, e incluso llegaron a retener contra su voluntad al primer ministro libanés. Es un mensaje a todos los opositores”, advierte Amr Darrag, un político egipcio que conoció a Khashoggi poco antes de que su rastro se desvaneciera.

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