El presidente estadounidense Donald Trump firma una orden ejecutiva en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington, DC, el 20 de enero de 2025. Foto: Jim WATSON / PISCINA / AFP
El presidente estadounidense Donald Trump firma una orden ejecutiva en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington, DC, el 20 de enero de 2025. Foto: Jim WATSON / PISCINA / AFP
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Irma Montes Patiño

Es harto conocido históricamente que la relación entre Estados Unidos, sus territorios de ultramar y aguas vecinas ha sido desde siempre un tema de importancia geoestratégica para ellos. Y el flamante anuncio del presidente Donald Trump sobre su interés en adquirir o controlar ciertos territorios internacionales pone en el tapete temas de la relevancia geopolítica mundial como el control sobre puntos de potencial estrangulamiento marítimos y rutas alternas de navegación, además de defensa militar. Adicionalmente el codiciado acceso a recursos naturales y materiales estratégicos.

Habría que investigar un poco para ver que Trump no es el primero en interesarse en la seguridad fronteriza de su país. Ya en 1946, el entonces presidente Harry Truman intentó adquirir Groenlandia por US$100 millones. La razón estratégica detrás de este interés es multidimensional y así hay que entenderla.

La ubicación geográfica de Groenlandia es estratégica y crucial para la seguridad del Atlántico Norte y la vigilancia del Ártico. Ahí está la Base Aérea Thule, la instalación militar más septentrional de Estados Unidos, que jugó un papel vital en la defensa antimisiles y la vigilancia espacial durante la Guerra Fría y hoy sigue haciéndolo por convenio entre ambos países, y es llamada la Base Espacial Pittufik. Por otro lado, Groenlandia, un protectorado del reino de Dinamarca desde hace 600 años, con 56.000 habitantes, posee importantes recursos naturales y minerales de tierras raras necesarios para la tecnología moderna.

Finalmente, y quizás lo más relevante es que el deshielo de gran parte del círculo ártico debido al calentamiento global y demás factores generó un nuevo océano, abriendo nuevas e importantes rutas marítimas, tanto comerciales como de defensa y para seguridad nacional de EE.UU. Los países que rodean el polo ártico son pocos pero de los más poderosos del mundo. Entre ellos Estados Unidos; Rusia; Canadá y la parte norte de Escandinavia, donde además Rusia y China también quieren hacer valer sus reivindicaciones con gran ímpetu.

Luego de la Guerra Fría, Estados Unidos cumplió un rol geopolítico medular al frenar las negociaciones que en su momento tuvo Dinamarca con China para construir tres importantes aeropuertos que -según los expertos - serían también usados con fines militares. Ese bloqueo estadounidense logró que la única base militar importante en Groenlandia fuera la suya. Ahora bien, si estuviera el Perú en una situación similar, imaginando que tuviéramos la oportunidad, ¿acaso no nos importaría salvaguardar nuestra seguridad nacional, soberanía y tener acceso a recursos naturales? Como para considerarlo, ¿no? Importantes son predominantemente las formas y el respeto a las relaciones internacionales.

Pasando a nuestra región, sobre un supuesto afán de Trump de “conquistar el mundo”, como varios analistas apocalípticos gimotean, el caso del Canal de Panamá es no muy distinto en esencia. Dicha megaobra, que fue enteramente costeada por EE.UU. y que controló desde 1903, representa una pieza crítica de la infraestructura marítima global. Fue en 1977 cuando los Tratados Torrijos-Carter iniciaron el proceso de transferencia del control a Panamá, completado en 1999. Sin embargo, es primordial señalar que, de acuerdo con la Enmienda DeConcini, añadida en 1978 al Tratado de Neutralidad del canal, suscrito por ambos países un año antes, Estados Unidos tendría derecho de intervenir en Panamá “si considera que la seguridad, el funcionamiento o la parte geopolítica del Canal de Panamá está siendo amenazada o amenaza sus intereses”.

Actualmente, la Administración Trump considera que ese riesgo existe, pues China controla dos puertos ubicados a ambos extremos del canal. Es decir, con una sola movida de palanca, se bloquea el canal enteramente y las consecuencias comerciales, militares y de otra índole son inimaginables para nuestro hemisferio. ¿Qué duda cabe en entender la proyección que ve Trump como riesgo geopolítico? Estamos pues frente a una situación no de capricho imperialista -como varios analistas tratan equivocadamente de manipular a la opinión pública- sino de proteger la soberanía, defender la seguridad de la ciudadanía y cumplir con obligaciones de tratados internacionales pactados, incluso antes de hacer cualquier conjetura.

Las relaciones internacionales modernas típicamente favorecen enfoques cooperativos y acuerdos mutuos en lugar del control unilateral. Cualquier intento moderno de modificar el control territorial necesitaría navegar por este complejo entorno internacional. Es por eso que estaremos todos atentos a las movidas y a la diplomacia recién estrenada en manos del secretario de Estado Marco Rubio y de la nueva Administración Trump.

(*) Irma Montes Patiño es analista en Relaciones Internacionales


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