El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (Foto: AFP)
El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (Foto: AFP)

Desde tiempos inmemoriales la fábula – el relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica o crítica – ha sido un recurso recurrente en la literatura de toda índole, particularmente en la de orden político, siendo ejemplos de ello obras como “La Metamorfosis” del poeta romano Ovidio en la Antigüedad greco – romana y, en tiempos contemporáneos, “Animal Farm”, del escritor británico George Orwell. Ambas obras son alegorías de procesos políticos sumamente recurridos en el análisis político, en el primer caso una historia de Roma hasta la época de Julio César y, en el otro, la Revolución rusa y el ascenso de Stalin al poder.

MIRA: Un ejército de Europa para enfrentar la amenaza rusa: ¿Es viable la propuesta de Zelensky ante la nueva política de EE.UU.?

Sí bien la fábula tuvo continuidad y gran vitalidad en la Edad Media, fue en el Renacimiento y en el Barroco que ésta recuperó el sentido de “La Metamorfosis”, aplicándolo a la realidad de una época que vio nacer el derecho internacional público. Así, pues, no debe de sorprendernos que el padre de la ciencia política moderna en Occidente, Nicolás Machiavello (1469 – 1527) también recurriese a la fábula para explicar en su tratado “El Arte de Guerra” (1520) qué debe hacer un príncipe cuando la diplomacia falla y, al tener que recurrir al uso de las armas, advertirle la necesidad de una definición expresa del objetivo a alcanzarse mediante el uso de la fuerza militar y los límites de la misma. Así, pues, escribió: “Cuando un príncipe tiene que obrar conforme a la índole de los brutos, los que ha de imitar, según el caso, son el león y la zorra. El ejemplo del león no basta porque no se preserva de los lazos y la zorra sola no es suficiente, porque no puede librarse de los lobos. Es necesario ser zorra para conocer los lazos, y león para espantar a los lobos; pero los que toman por modelo al último animal no entienden sus intereses”.

Al dividir a las naciones en tres categorías y darles un respectivo avatar, Machiavello condensaba las actitudes de las naciones frente al fenómeno de la guerra. Así, los leones son las grandes potencias hegemónicas, que desde la cima de su poder y su riqueza buscan, vanamente, desentenderse de los intereses ajenos y priorizar el propio sobre el bien común. El zorro era la nación que compensaba su falta de fuerza y poderío con su sagacidad y entendimiento de los hilos del poder entre estados soberanos, tejiéndolos y destejiéndolos según sus intereses. Finalmente, el lobo es aquella nación que privilegia la fuerza sobre la inteligencia y la codicia sobre la prudencia, ya sea colectiva o individualmente.

Haciendo un análisis de la historia desde la Italia de Machiavello, es evidente que muchas naciones han sufrido la metamorfosis de zorros a leones, y luego de leones a lobos, e incluso otros animales no mencionados por el filósofo florentino. Así, entre los siglos XVI y XVII España fue un león que combatía contra el lobo otomano y las intrigas de zorros como Inglaterra, Francia y Holanda. A su turno, tanto Inglaterra como Francia se convirtieron en leones que durante doscientos años disputaron su primacía del uno sobre el otro. En el camino quedaron aspirantes como Suecia, Polonia, los Países Bajos, Portugal y la propia España, disminuida pero no por ello poderosa por la obra que había forjado en su momento de esplendor en Europa y en el Nuevo Mundo. Esta visión del planeta quedó plasmada en mapas alegóricos donde estos y otros animales representaban a las naciones mencionadas.

Si hoy nos propusiéramos elaborar un mapa alegórico de la realidad internacional presente, forzosamente tendríamos que hablar del león estadounidense cansado y quebrado espiritual y económicamente, un zorro ruso renovado y con definiciones claras y perspectiva global, un dragón chino, guardián vigilante y de gran agilidad para responder ante sus adversarios así como muchos lobos y zorros que contribuyen a que veamos con incertidumbre el panorama internacional, como podría ser el caso de Turquía, Irán, Arabia Saudita, Egipto, etc.

Las fuerzas rusas avanzan en el este de Ucrania y en Kursk. (Foto: EFE)
Las fuerzas rusas avanzan en el este de Ucrania y en Kursk. (Foto: EFE)

Esta panoplia de alegorías animales es de suma utilidad para entender el inminente fin de la guerra en Ucrania. Así, queda claro, tras treinta años de hegemonía unipolar estadounidense, que el intento del león norteamericano – apoyado por su manada de lobos europeos reblandecidos por el tiempo y el estancamiento económico – de patrocinar al lobezno ucraniano en una guerra contra el zorro ruso ha fracasado. El zorro ruso emerge hoy, en vísperas del tercer aniversario del estallido del conflicto ucraniano, como la parte victoriosa de esta amarga contienda. Con astucia, valor y disciplina parece haber superado con ventura las sanciones económicas del Occidente colectivo gracias a su habilidad para sortear todo tipo de trampas y, sacando provecho de la coyuntura adversa, prosperar y tejer una amplia red de relaciones, dejando atrás su antiguo avatar, el oso, símbolo de crueldad y el primitivismo.

Así, pues, en vísperas de la cumbre de Riad, Arabia Saudita, entre los presidentes de los Estados Unidos, Donald Trump, y el de Rusia, Vladimir Putin, nos encontramos en un nuevo contexto político de transición del orden global. Fuera de la mesa de conversación queda Ucrania, instrumento último de una política de provocaciones apenas disimuladas que han dejado marcas profundas en todo el mundo, particularmente en los Balcanes y Medio Oriente. Asimismo, los lobos europeos que, siguiendo la voz del león estadounidense, proveyeron de ayuda militar a Ucrania, quedan en la estacada. La reciente Conferencia de Seguridad de Múnich es probable que marque el inicio del final de un siglo de presencia política y militar de los Estados Unidos en Europa, iniciada en 1917 con las visitas oficiosas del coronel Edward House, consejero principal del presidente Woodrow Wilson y establecida durante los años iniciales de la Guerra Fría por los hermanos Allen y John Dulles, quienes fueron director de la Agencia Central de Inteligencia y Secretario de Estado, respectivamente.

No obstante, observamos que el precio a pagar por la solución de crisis internacionales según una visión renacentista del poder de los Estados es la cancelación práctica de la paz kantiana, expresada inequívocamente en la exclusión e invisibilidad total del organismo internacional creado al efecto de la resolución pacífica de los conflictos entre los Estados, es decir, las Naciones Unidas. Este hecho no deja de ser importante pues el discurso habitual para describir el conflicto ucraniano y las sanciones occidentales contra Rusia hasta la asunción del mando del presidente Trump fue, precisamente, la defensa de un mundo basado en reglas en donde la intimidación militar de un Estado frente a otro no debería tener lugar. Por otro lado, vemos la creciente importancia de Estados clientes y hasta periféricos al asumir roles de importancia, como es el caso de Qatar, en el Golfo Pérsico, o de países que se consideraban hasta hace poco como anexos fácticos de otro, como México y Canadá, que han tomado posiciones firmes en defensa de sus intereses contra la guerra arancelaria que les ha declarado los Estados Unidos.

A modo de conclusión preliminar, y en espera del resultado del encuentro de los dos protagonistas de la Cumbre de Riad, Donald Trump y Vladimir Putin, podemos decir que estamos en un momento histórico en el sentido del peso que tendrá para entender las relaciones internacionales en las próximas décadas, cuando la transición de la unipolaridad estadounidense termine y se inicie un periodo, acaso comparable con el que conoció Nicolás Machiavello, con la necesidad de saber construir lazos entre los Estados sin perder de vista sus intereses.

Contenido sugerido

Contenido GEC