
“Vengo de uno de los países más ricos del planeta. Sin embargo, la gente de mi país está entre los más pobres del mundo. La abundancia de nuestros recursos naturales alimenta la guerra, que es la causa de la violencia extrema y la miseria en la República Democrática del Congo”. El médico congoleño Denis Mukwege se presentaba así ante el mundo al recibir en el 2018 el Premio Nobel de la Paz, resumiendo en pocas líneas la tragedia que viven desde hace décadas. Una tragedia que, en realidad, se remonta a fines del siglo XIX, pero que se ha renovado en las últimas semanas.
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¿Por qué es importante lo que pasa en la República Democrática del Congo? Si está leyendo este artículo desde su computadora o su celular, sabrá que ese aparato funciona gracias a chips, los mismos que se elaboran con materiales hechos de algunos metales, como el coltan o el cobalto. Metales que se extraen, en su gran mayoría, de las minas congoleñas. Así que su celular, sea estadounidense, coreano o chino, está hecho de materias primas de la República Democrática del Congo.
La RDC, que tiene el tamaño de casi toda Europa occidental, es el primer productor mundial de tántalo (del que se obtiene el coltan) y de cobalto, y de sus entrañas también se extrae oro, cobre y diamantes. Motivos suficientes para que sus recursos minerales -cuyo valor se calcula en 24.000 millones de dólares- sean de los más apetecidos del planeta, algo que en vez de ser una bendición para sus habitantes solo les ha traído guerras y miseria. Guerras alimentadas por muchos factores, pero alentadas sobre todo por las diferencias étnicas, las milicias armadas, los gobiernos corruptos y los intereses de las potencias extranjeras.
6 millones de personas han muerto en la RDC desde 1998, por las sucesivas guerras en el país.
La última crisis ha tenido su punto álgido esta semana, cuando el grupo rebelde M23 capturó Goma, una estratégica ciudad de casi 2 millones de habitantes ubicada cerca a la frontera de Ruanda. Su siguiente objetivo es tomar la capital, Kinshasa, para derrocar al actual gobierno del presidente Félix Tshisekedi.

El M23 es uno de los cientos grupos rebeldes congoleños que en el 2012 también capturó Goma, aunque por solo unos días. Pero desde el 2022 lanzó una nueva ofensiva con el apoyo del Ejercito de Ruanda y empezó su avance paulatino hacia diversas ciudades, llegando a controlar localidades estratégicas de la provincia de Kivu del Norte, una de las más ricas en minerales, y provocando el desplazamiento de más de 6 millones de personas.
Y acá viene uno de los nudos: el conflicto étnico que sigue sin resolverse entre dos países vecinos: la RDC y Ruanda.
Las consecuencias del genocidio
En 1994, Ruanda vivió uno de sus capítulos más sangrientos: el genocidio que acabó con la vida de casi un millón de personas, en su mayoría de la etnia tutsi, a manos de los hutus, que entonces gobernaban el país. Las heridas de la masacre aún persisten y sobreviven en este nuevo capítulo.
El M23 es un grupo armado que dice defender a la etnia tutsi en la RDC -muchos tutsis debieron refugiarse en ese país- y recibe el apoyo del ejército ruandés, aunque no de manera oficial. Del otro lado, Ruanda acusa al ejército congolés y a su gobierno de apoyar a una milicia fundada por hutus que fueron cabecillas del genocidio -un buen número de hutus huyeron a la RDC - y que buscan recuperar el poder en Ruanda.
- La República Democrática del Congo se constituyó sobre lo que fue el Estado Libre del Congo, una colonia personal gobernada por el rey belga Leopoldo II, que instauró un régimen de terror entre 1885 y 1908.
- Desde entonces, fue una colonia de Bélgica hasta 1960 cuando consiguió su independencia.
- Un golpe de Estado en 1971, alentado por la CIA, llevó al poder a Joseph-Désiré Mobutu, quien rebautizó al país como Zaire. Mobutu gobernó como dictador hasta 1997.
“En Ruanda, el trauma colectivo llevó a una política de seguridad nacional muy agresiva, que incluía el apoyo a grupos como el M23, que en teoría nacen para defender los derechos de los tutsis en la RDC, pero lo que buscaba era perseguir a los perpetradores del genocidio y sus descendientes”, explica a El Comercio el geógrafo y analista Néstor Siurana.
“El ciclo de violencia y desconfianza se ha mantenido entre ambos países y no se va a cerrar en muchos años”, añade.
Desde mediados de los años 90, los conflictos armados se volvieron recurrentes en la República Democrática del Congo alentados además por la explotación de minerales de tierras raras que desde esa época se han vuelto imprescindibles en los aparatos electrónicos.
“La administración ineficaz de los recursos naturales en el Congo se debe a muchos factores que están relacionados entre ellos. Primero está la colonización belga en la zona (ocurrida a mediados del siglo XIX), que separó el Congo de Ruanda y Burundi, con fronteras que no tuvieran en cuenta a los pueblos; luego la corrupción, la debilidad institucional y la falta de transparencia que han permitido que los beneficios de los recursos minerales no lleguen a la población. Además, el control de estas riquezas siempre han sido un punto de conflicto entre todas las milicias de la zona, que son bastantes, el gobierno y las empresas extranjeras, lo que ha acrecentado el conflicto”, explica Siurana, investigador español del África subsahariana y de conflictos armados en el continente.
Todo ello, sin perder en cuenta la falta de regulación que ha permitido la explotación ilegal y el abuso a los mineros -muchos de ellos menores de edad- que trabajan en condiciones casi esclavizantes.
Un juego geopolítico
Tras la toma de Goma, las negociaciones están en marcha, aunque pocos esperan que se llegue a una rápida resolución. El presidente congolés ya ha convocado a los jóvenes de su país a alistarse en el ejército para combatir al M23. Y el Gobierno de Ruanda tampoco está poniendo calma y está utilizando un discurso bastante agresivo que puede devenir en un conflicto regional en el que se podría involucrar a Uganda, Burundi o Sudáfrica.

“La intervención de tropas extranjeras está generando una internacionalización del conflicto, aumentando los riesgos de una confrontación más grande en la región”, comenta Siurana.
Y esto pone más tensión a la situación, pues los congoleños y ruandeses parecen estar en el medio de un conflicto geopolítico de alto nivel, como el que se vive entre China y las potencias occidentales.
“El interés en los minerales estratégicos de la RDC ha convertido la región en un escenario de competencia geopolítica entre Occidente y China. Las inversiones chinas en infraestructura y minería son muy altas, y aunque presentan oportunidades de desarrollo también plantean preocupaciones sobre la explotación de los recursos y la influencia política, pues muchas de las minas actuales de la RDC son financiadas por China y también por los grupos armados”.
En medio de todos estos conflictos, la paz no parece ser una realidad cercana para la República Democrática del Congo, sobre todo si en su territorio están los minerales más fundamentales para nuestra vida cotidiana.
Así lo explica Siddharth Kara, en su libro “Cobalto Rojo”: Hay muchos episodios en la historia del Congo más sangrientos que lo que está ocurriendo hoy en el sector minero, pero ninguno ha supuesto tanto sufrimiento a cambio de tanto beneficio vinculado indisolublemente al estilo de vida de miles de millones de personas por todo el mundo”.