Comparado con el majestuoso árbol de Navidad de 15 metros que lucía frente a la iglesia de su ciudad, en , el que Saad Polus Qirayaqoz ha comprado este año para decorar su apartamento, en Jordania, no parece gran cosa.

Hasta que el grupo Estado Islámico (EI) invadió en 2014 la llanura de Nínive, forzándolos a huir, los cristianos de esta región del norte de Irak celebraban la Navidad llenos de regocijo, durante un mes entero.

“Éramos felices antes de que los yihadistas lo destruyeran todo” en la ciudad de Bartella, recuerda Saad Polus Qirayaqoz, un ingeniero y padre de tres hijos, en su humilde apartamento de Marka, un suburbio obrero de la capital jordana.

“En aquel entonces, nos juntábamos con nuestros familiares delante del abeto que ponían en la plaza, cerca de la iglesia, para rezar y cantar [...] Hoy, todo eso ha terminado”, añade, con amargura.

Más de 66.000 iraquíes viven en Jordania, según estadísticas proporcionadas por Estados Unidos, tras haber huido, por oleadas, tras la primera Guerra del Golfo (1990), la invasión estadounidense (2003) y, después, por la llegada del grupo Estado Islámico.

Entre ellos hay de 12.000 a 18.000 cristianos, según Wael Suleiman, que dirige la rama jordana de la oenegé católica Cáritas.

La mayoría de los refugiados están a la espera de una autorización para poder emigrar a otro país, pues en Jordania tienen prohibido trabajar.

“Estamos solos”

En 2016, dos años después de que el grupo Estado Islámico fuera expulsado de Bartella y de otros feudos cristianos de la región por las fuerzas iraquíes, Qiryaqoz, que había hallado refugio en Erbil --capital del Kurdistán iraquí-- regresó a su ciudad. Y se llevó un duro golpe.

“No quedaba más opción que huir para encontrar un lugar seguro para mi familia”, cuenta el hombre, de 56 años. En la primavera de 2017 se mudaron a Jordania.

“Hemos presentado cuatro solicitudes de emigración para Australia, pero nos las han rechazado todas, pese a que hablamos inglés y tenemos familia allí”, lamenta.

También Emile Saeed pasará las fiestas de fin de año en Jordania, lejos de su país natal. “Aquí, la Navidad es triste”, dice, sin ánimo, el hombre de 53 años, padre de tres hijos.

En Irak “teníamos mucho de comer y beber, aquí estamos solos. Nadie nos visita y no vemos a otros iraquíes porque muchos de nosotros están pasando estrecheces y no queremos molestar a nadie”, comenta.

Según él, la vida en Jordania es “muy difícil y cara” y la mayoría de los refugiados iraquíes están en el paro y reciben pocas ayudas.

Espera poder trasladarse junto a su familia a Estados Unidos, donde tiene familia. Para pasar mejor la espera, han decorado un pequeño arbolito.

“La guerra”

El padre Jalil Jaar, párroco de la iglesia de la Virgen María de Marka, conoce bien la angustia que sufren sus compatriotas. En 2014 puso en marcha para ellos en una escuela, una clínica, un taller de costura y una sala de informática, dentro del complejo religioso.

En cinco años ayudó a más de 2.500 familias a rellenar sus documentos de inmigración para otros países pero, según él, “500 familias cristianas de Irak siguen esperando” una autorización.

“Cuando pedimos ayuda a las oenegés locales e internacionales, nos dicen que la guerra en Irak ha terminado y que, en realidad, los refugiados deberían volver a sus casas”, asegura.

Este año, gracias a un donativo de una rica familia iraquí que reside en Amán, el padre Jaar ha preparado unos cupones por valor de 50 dinares jordanos (unos 57 euros) para que las familias puedan comprarle ropa a sus hijos por Navidad.

“Los niños no deberían tener que pagar el precio de lo que está pasando”, sostiene.

Por su parte, Cáritas lleva ayudando a los refugiados iraquíes desde hace tres décadas, pero las restricciones presupuestarias hacen que solo pueda llegar al 10% de los que viven en Jordania, según Suleiman.

Y aunque los milagros navideños no abundan, de vez en cuando ocurren: Dalia Yusef, cuyo marido perdió la vida en Irak en 1997, cuando ella estaba embarazada, por fin fue autorizada a dejar Jordania junto a su hijo y mudarse a Australia, cinco años después de haber presentado su solicitud.

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