(Foto: AP)
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Virginia Rosas

Seguramente la visita del papa Francisco a Abu Dabi, capital de los (EAU), haya servido de bálsamo para el millón de católicos inmigrantes que viven y trabajan en alguna de las siete ciudades estado que los conforman, pero también sirvió de ‘espaldarazo’ ante el mundo para presentar a los EAU como un territorio donde se practica la tolerancia. Una premisa bastante alejada de la verdad.

Evidentemente, si comparamos a los EAU con Arabia Saudita -una monarquía absolutista que no permite otra religión que el Islam, pues el país alberga las ciudades santas para los musulmanes, La Meca, donde nació el profeta Mahoma, y Medina, donde murió- Abu Dabi y el resto de emiratos pueden ‘venderse’ como estados donde se practica la tolerancia, porque se admite la diversidad religiosa.

En efecto, entre Abu Dabi, Dubái y Sarjan se han levantado unas treinta iglesias católicas, que deben mantener una cierta discreción desde el punto de vista arquitectónico. A los judíos practicantes se les permite también tener lugares de culto, pero el proselitismo religioso está prohibido.

Digamos que con poco más de nueve millones de habitantes, donde solo un millón 400 mil son emiratíes y el resto inmigrantes de diferentes países, culturas y religiones, los emires -que necesitan de la mano de obra extranjera para transformar el desierto en ciudades tan modernas y extravagantes que parecen espejismos- han preferido el pragmatismo en lo que a religión se refiere.

A eso le llaman tolerancia. Y a esa temática marketera, que vende muy bien en occidente, se están dedicando este 2019. Ya en el 2016 se había creado un Ministerio de la Tolerancia y existe un festival y hasta un puente que llevan ese nombre. Se fundó también un Instituto Internacional de la Tolerancia, que otorga anualmente un premio que resalte “la aceptación del otro, una de las bases de la cultura emiratí”. Un alarde desmesurado que pretende ocultar las verdaderas prácticas de los EAU, donde el pluralismo político brilla por su ausencia.

Los disidentes políticos, musulmanes o no, están en la cárcel, ya sea porque pertenecen al partido Islah (la rama emiratí de los Hermanos Musulmanes) o porque militan por convertir su país en una monarquía constitucional. Ahmed Mansour, un conspicuo defensor de los Derechos Humanos, cumple una condena de diez años de prisión. Las acusaciones contra ellos son subversión o atentado a la seguridad del Estado.

Los medios de comunicación están controlados por la monarquía y el ‘ciberespionaje’ sirve para mantener controlados a los adversarios, según un reciente informe de la agencia de noticias Reuters.

Dos organizaciones importantes, como Amnistía Internacional y Humans Rights Watch, que vienen denunciando no solo la falta de libertades en los emiratos, sino la práctica de la tortura y el encarcelamiento de los opositores políticos, le pidió al papa Francisco que mencionara estos temas en Abu Dabi. Imposible, pues no hubo discurso público, aparte de la homilía en la misa y las palabras sobre coexistencia confesional y cultural que pronunció durante el encuentro interreligioso.

Con el príncipe heredero, Mohamed Ben Sayed, se reunió en privado. Difícil imaginar que habló de represión, cárceles y torturas con su amable anfitrión.

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