¿Dónde queda Crimea?, por Farid Kahhat
¿Dónde queda Crimea?, por Farid Kahhat
Farid Kahhat

Que la escalada de violencia en Ucrania se iniciara solo horas después de la primera conversación oficial entre Putin y Trump es uno de esos hechos que hacen salivar a quienes gustan de urdir teorías conspirativas. En este caso cabría conceder el punto: si bien las violaciones del cese del fuego han sido sistemáticas, el reciente nivel de violencia trasciende cualquier cosa que hayamos visto desde el 2015. El punto es que el mismo hecho podría calzar teorías conspirativas disímiles, e incluso mutuamente contradictorias. Anders Aslund, del Consejo Atlántico, sugiere la más obvia: Putin habría obtenido la anuencia de Trump para actuar con libertad en Ucrania, a cambio de su respaldo en otros frentes (por ejemplo, en contra el Estado Islámico). Heather Conley, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, cree que no hubo tal anuencia, y que precisamente por eso Putin estaría tanteando la resolución de Trump. El propio Putin sugiere que el Gobierno Ucraniano apostó por un triunfo de Clinton, y teme que la probable reconciliación entre Estados Unidos y Rusia deje a su país en la estacada. Matthew Rojansky, del Centro Wilson, no cree necesario asumir que la escalada es producto de una decisión de los gobiernos involucrados, y podría ser un intento de actores locales (las milicias aliadas de Rusia o las milicias ucranias del denominado Sector Derecho), por arrastrar a esos gobiernos hacia una confrontación. 

Todas son hipótesis verosímiles, pero no todo en este conflicto es materia controvertible. Por ejemplo, la soberanía que Ucrania ejercía sobre Crimea es algo que Rusia reconoció por propia iniciativa al suscribir en 1994 el denominado Memorándum de Budapest. En este, a cambio de renunciar a su arsenal nuclear, los presidentes de Rusia y Estados Unidos y el primer ministro del Reino Unido (con el posterior respaldo de China y Francia) ofrecían a Ucrania garantías de seguridad. En el artículo primero del memorándum, las partes se comprometían “a respetar la independencia, la soberanía y las fronteras existentes de Ucrania”. En ese momento, la península de Crimea estaba contenida dentro de las fronteras de Ucrania, hecho que Rusia reconoció luego en los tratados bilaterales de 1997 y 2003. 

A su vez, el artículo segundo del memorándum establecía que Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia “reafirman su obligación de abstenerse de emplear la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territorial y la independencia política de Ucrania, y que ninguna de sus armas será jamás usada contra Ucrania excepto en defensa propia o de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas”. Como sabemos ahora, soldados rusos de la base naval de Sebastopol participaron del proceso que condujo a la anexión por parte del Kremlin de la península de Crimea. 

Rusia tiene una legítima reivindicación histórica sobre Crimea. Por ejemplo, es probable que debamos a la experiencia de León Tolstoi durante la Guerra de Crimea en el siglo XIX las meditaciones que habrían de conducir a su monumental obra “Guerra y paz”. Pero ello no justifica la violación del principio del derecho internacional según el cual es inadmisible la adquisición de territorios por la fuerza. Ese principio no juzga la justicia de las reivindicaciones que podrían esgrimir las partes en un conflicto territorial, se limita a proscribir el empleo de la fuerza como medio para dirimirlo.

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