(Foto: AFP)
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Virginia Rosas

El peligro de enquistarse en el poder radica principalmente en la alienación que este produce, porque a fuerza de ejercerlo se adquiere una sensación de omnipotencia que impide ver lo que sucede en realidad.

Fue así como , el presidente turco –líder del AKP, el partido islamista conservador, en el poder desde hace 17 años–, se terminó disparando a los pies cuando anuló la elección del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP), aduciendo fraude electoral. En aquel 31 de marzo Imamoglu había obtenido solamente 13 mil votos más que su opositor del AKP, Binali Yildirim. El 24 de junio último marcó su triunfo y volvió a la alcaldía con 806 mil votos de ventaja.






Ayer una multitud enfervorizada celebró su toma de funciones, en la ciudad más poblada de Turquía (16 millones de habitantes), la más rica (un tercio del PBI) y que por su ubicación estratégica entre Europa y Asia constituye la puerta de entrada de Occidente a Oriente.

Mientras tanto, el AKP se desmorona entre luchas intestinas. El ex ministro de Economía y de Relaciones Exteriores de Erdogan, Alí Babacan, tiene su carta de renuncia al partido ya redactada, así como el ex primer ministro Ahmet Davutoglu; ambos prevén formar su propio partido. ¿Se convertirá el AKP solamente en un grupo de seguidores de Erdogan? Por lo pronto, el presidente ha convocado a los diputados de su agrupación para analizar sus errores.

El más descabellado de sus yerros en su larga carrera política fue, sin duda, anular la elección del alcalde de Estambul, tal como lo señala el diputado AKP Mustafa Yeneroglu en su cuenta de Twitter: “Perdimos la ciudad porque hemos perdido la autoridad moral”.

El ‘Reis’, como lo llaman los turcos por su vertical ejercicio del poder, no previó las consecuencias de su acto ni supo medir el descontento de sus conciudadanos, hartos de la recesión económica, de las persecuciones políticas, de la censura a los medios de comunicación y de la intromisión de la religión en lo político.

Hay quienes sueñan ya con ver a Imamoglu, de 49 años y de centroizquierda, ciñéndose la banda presidencial en Ankara. El CHP es un partido kemalista, en alusión a Mustafá Kemal Ataturk, fundador de la República turca en 1923 y que impulsó un Estado-nación moderno, democrático y, sobre todo, laico.

Erdogan, que también fue alcalde de Estambul antes de saltar a la palestra en Ankara, tiene todavía un as bajo la manga para remontar su popularidad: los misiles rusos antiaéreos S-400 que Moscú debe entregar el 15 de julio y que son incompatibles con el sistema de defensa de la OTAN, a la que pertenece Turquía.

Washington no escatima presiones para que Ankara anule su compra. Si renuncia a esas armas, Putin no se lo perdonará jamás. Si las acepta, como dice que lo hará, tendrá serios problemas con sus aliados occidentales, que son también sus principales socios comerciales. El país está en la disyuntiva de estrechar sus vínculos con Europa o con Moscú. Sin duda, las elecciones presidenciales del 2023 marcarán el derrotero y es posible que la era Erdogan llegue a su fin.

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