Vladimir Putin, presidente de Rusia. Su papel fue fundamental para salvar de una derrota al régimen de Bashar al Asad en Siria.
Vladimir Putin, presidente de Rusia. Su papel fue fundamental para salvar de una derrota al régimen de Bashar al Asad en Siria.
Rodrigo Cruz

Es el 11 de diciembre del 2017. El líder ruso Vladimir Putin aterriza de sorpresa en la base aérea de Hamimim, en Latakia, –como antesala a sus visitas a Egipto y Turquía–. Es recibido entre aplausos por oficiales rusos y por su homólogo sirio, Bashar al Asad. Ambos caminan por la pista de aterrizaje, pasando revista a las tropas y cazabombarderos. Días atrás, Al Asad había viajado a la ciudad rusa de Sochi para agradecer en persona a Putin por “haber salvado” a su país.

En paralelo, el rostro del presidente estadounidense, Donald Trump, era quemado en las calles de Estambul, Ammán, El Cairo y Hebrón. Era el quinto día de protesta de los países árabes en rechazo a la decisión del magnate neoyorquino de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel y el anuncio de trasladar la Embajada de EE.UU. a esa ciudad santa.

Son dos escenas que grafican lo que ocurre en Medio Oriente: por un lado, Putin erigiéndose como el líder de la potencia extranjera predominante en Siria, tras una guerra que dejó más de 300 mil muertos y 5 millones de refugiados; y por el otro, Trump acusado de avivar más el fuego en una zona habitualmente convulsionada y generando, además, el repudio de países de mayoría musulmana, incluidos varios aliados de EE.UU.

Militares rusos en la devastada ciudad siria de Alepo. (AP).
Militares rusos en la devastada ciudad siria de Alepo. (AP).

—Pugna de poderes—

Siria transita hacia la posguerra y se vuelve un escenario clave en la recomposición de fuerzas en el mundo árabe. Para Sarah Feinberg, experta en política rusa del INSS de Tel Aviv, no se puede explicar los cambios en la región sin tener en cuenta la decisión de Moscú de volver a ser un actor principal en Medio Oriente como lo fue durante la Guerra Fría.

“Al mando de Putin, Rusia quiere derribar su imagen de imperio vencido”, dice Feinberg a El Comercio.

Siria no es cualquier país para el líder ruso. Es un lugar decisivo para sus intereses geopolíticos y económicos, además de una puerta de entrada a un mercado fértil de armamento. Rusia cuenta ahí con dos bases militares permanentes. Una aérea en Latakia y la otra naval en el puerto de Tartus, que da salida al Mediterráneo, desde donde puede desafiar a sus adversarios de la OTAN.

Pero Rusia no está sola en la región, desde que desplegó, en el 2015, su ejército para ayudar a Al Asad a combatir al Estado Islámico (EI) y las milicias rebeldes. Lo acompañan Turquía e Irán. De acuerdo con Feinberg, esta alianza es consciente de que si gana Siria, les permitirá establecer una nueva correlación de fuerzas en Medio Oriente, en la que las naciones árabes pierden preponderancia.

En la otra orilla, y con una influencia cada vez menor, están EE.UU. y sus aliados: saudíes (sunitas), israelíes y grupos kurdos, ubicados al noreste de Siria.

Un informe, de fines de noviembre, del Foreign Policy Research Institute, acota lo siguiente: “La clave para entender la dinámica estratégica que condujo al dominio de Moscú-Ankara-Teherán, y su posible significado a futuro, es la ausencia e irrelevancia percibida de Occidente en el Medio Oriente. Esto se debe en gran parte al fracaso de los presidentes [Barack] Obama y Trump para abordar de manera efectiva la crisis en Siria”.

La ciudad siria de Idlib. (AFP).
La ciudad siria de Idlib. (AFP).

—Nuevo orden—

El profesor Uzi Rabi, de la Universidad de Tel Aviv, destaca que si el siglo XX se caracterizó porque los principales actores en Medio Oriente eran árabes, como Hosni Mubarak (Egipto), Muamar Gadafi (Libia), Saddam Hussein (Iraq), hoy el nuevo eje es de rusos, turcos y persas.

Esta alianza se viene consolidando como el equipo ganador en la región [ver mapa], que le ha permitido a Al Asad mantenerse en el poder. Así quedó demostrado, dice Rabi, en una conferencia de prensa que dieron a fines de noviembre Putin y sus homólogos Recep Erdogan (Turquía) y Hasan Rohaní (Irán) –ninguno de ellos árabe– en Sochi, donde anunciaron la inminente derrota del EI en Siria e hicieron un llamado a cerrar un pacto internacional para la paz en ese país.

“El jefe de hoy de Siria es Rusia”, afirma a este Diario el profesor Rabi.

Vladimir Putin y el presidente sirio Bashar al Asad durante una visita del segundo a Rusia. (AP).
Vladimir Putin y el presidente sirio Bashar al Asad durante una visita del segundo a Rusia. (AP).

—Intereses—

Sin embargo, cada aliado tiene una agenda personal. Irán está interesado en tener una influencia militar permanente en Siria, para alimentar a las milicias chiitas de Hezbolá con el fin de atacar a Israel. Turquía, en tanto, busca reducir la expansión de los grupos kurdos iraquíes en ese país, y así reducir sus ambiciones independentistas.

Thomas L. Friedman, analista en Medio Oriente de “The New York Times”, resalta que el objetivo en común de Rusia e Irán es mitigar todo lo posible la presencia de EE.UU. en Siria y en la región. Por tal razón, dijo en un artículo que era un error el anuncio de Trump sobre Jerusalén.

“Es lo último que Arabia Saudí o cualquiera de nuestros aliados necesita en este momento […] No puedo pensar en algo más innecesario y desestabilizador. Es un regalo envuelto con un lazo para Irán y Hezbolá”, escribió Friedman en el periódico estadounidense.

Mientras todo ello ocurre, la profesora Feinberg señala que hay un actor en Medio Oriente que viene aumentando su presencia de manera sigilosa en la región. Y que este, a diferencia de EE.UU. y Rusia, no ha tomado ningún bando. Al menos, este año. Por el contrario, apuesta por la diplomacia y los apretones de mano con todos. Ese actor es China.

Contenido sugerido

Contenido GEC