“Cada vez más vale la pena escribir contra el público”
“Cada vez más vale la pena escribir contra el público”
Rodrigo Cruz

Caparrós es un hombre de 58 años que vive de contar el mundo. Se define de izquierda, pero nunca fue un seguidor de los Kirchner. Cree que su país es reaccionario. En una entrevista en “La Nación” dijo: “ En los últimos 40 años no ha hecho más que reaccionar contra lo que había sido inmediatamente antes. El gobierno de Alfonsín fue una reacción a los militares. Menem, una reacción a la hiperinflación alfonsinista. De la Rúa, una reacción a la corruptela menemista. Los Kirchner, una reacción a las políticas neoliberales. El de Macri es una reacción al personalismo, la ‘patoteada’, la falta de respeto a la posibilidad de debatir”. Hace unos días estuvo en El Salvador, el país más violento del mundo, para dictar un taller de crónicas a 15 periodistas latinoamericanos que ven en él un referente del oficio. 

—En 1991 llegó usted a Lima buscando historias...
Estaba la amenaza de Sendero Luminoso, la situación económica no era buena para nada y encima había una epidemia de cólera. Lo curioso es que al mismo tiempo creo que pocas veces me salieron las cosas tan bien en una crónica. 

—¿Por qué lo dice?
Porque todo lo que buscaba aparecía y algunas cosas que ni buscaba también. Empecé contando una historia de una abogada que les conseguía niños a parejas francesas y norteamericanas que iban allí. Apareció de casualidad. Yo estaba en un hotelito en el cual ellos también estaban. Y así varias cosas que no tenía para nada previstas fueron apareciendo. Entonces está esa paradoja que por un lado la situación era terrible y por otro lado recuerdo esa crónica con una especie de cariño porque pocas veces me ha salido tan bien las cosas.  

—¿Primera vez que ibas a Lima?
Sí, creo que esa fue la primera vez.

—¿Con qué idea de nota en la cabeza llegó a Lima? 
Antes que eso: me quedé pensando en esa paradoja que es curiosa en este oficio; que muchas veces en un lugar pasan  cosas terribles que nos ayudan, nos favorecen. Es triste como trabajo. Es como si un médico estuviera contento porque hay muchos accidentes. Son estas profesiones paradójicas en que muchas veces el mal común te ayuda. Qué bueno sería ser ingeniero y saber que si haces bien un puente, todo el mundo va a estar contento. 

—Ir tras las desgracias...
No, pero cuando todo está bien, no sabemos muy bien qué contar. Habría que pensar maneras de contar el mundo cuando no se derrumba. Es más complicado porque no salta a  la vista.  A mí me interesa contar cuestiones no evidentes. Mejor dicho: lo que no es evidentemente noticia. Sino aquello que en general no sabemos considerar como tal y que vale la pena ser contando. Desde la vida de las personas, hasta cómo se vive en general en nuestras sociedades. O esos fenómenos que nos producen sobresaltos y que muchas veces no contamos. Me preguntabas algo de Lima... 

Sí, te decía, qué era lo que estabas yendo a buscar cuando llegaste.  
La combinación de la amenaza de Sendero con la urgencia de la epidemia del cólera. No sé si lo cuento en la crónica. (Se queda pensando, revisa el libro). No, no está. Pero el chiste final de esto es que en Villa el Salvador, en un comedor popular, me ofrecieron un plato de pescado, creo que era ceviche, que yo no quería porque había cólera. Un par de veces dije que no, gracias, qué se yo. Pero me insistieron y ya no podía seguir rechazándolo. Me parecía muy descortés. Así que me lo comí. Eso fue unos días antes de volver. Ya en Buenos Aires, llegué a mi casa y estaba preocupado por el tema del ceviche. Me pasé la noche en el inodoro pensando: 'qué boludo, me agarró el cólera por idiota (risas)'. )”. A las 7 de la mañana, del día siguiente, llamé a un conocido que tenía un laboratorio clínico. Le pedí que me haga unos análisis. Cuando me dio los resultados me dijo que lo que tenía era un cagazo ( jerga argentina que significa mucho miedo) terrible. Un miedo espantoso porque no tenía cólera ni nada, sino puro cagazo.            

—¿Ahora que ya pasó la epidemia y la amenaza de Sendero, ¿volvería a Lima a buscar historias?
No estoy muy al tanto de lo que sucede. Obviamente lo que se sabe es la sorpresa de que en un país que rechazó a un señor que los gobernó de forma no siempre legítima, y que terminó preso por corrupto, ahora sea su hija la probable presidenta. 

—¿Qué piensa de eso?
Sorprende mucho cómo un pueblo puede dejar de lado ciertas consideraciones que a algunos se nos antojan irrenunciables. 
¿Cuántos millones de peruanos son?

Aproximadamente treinta.
Entonces hay 29 millones 999 mil 99 que no son la hija de un tiranuelo condenado. Entonces ¿por qué hay que volver a caer en ese tipo de trampas?

—Hace poco usted dijo que los gobiernos que se suceden en Argentina son una reacción a la gestión que los precedió. En el Perú, parece lo contrario. 
Una de las formas más clásicas del pensamiento humano es que todo tiempo pasado fue mejor. La idea de que hay una edad de oro. Insisto: yo no conozco para nada bien el desarrollo del Perú en las últimas décadas, pero no tengo la sensación de que la sociedad peruana viviera mucho mejor bajo Fujimori que en los últimos diez años. Por eso se entiende menos el hecho de que quieran volver a ese momento. 

—Lo sorprende el elector...
Mucho. Pero seguro que hay muchas otras historias. 
Perú es una sociedad que ha cambiado mucho en los últimos 20 años. Valdría la pena ir y mirar. Pero eso sí: evitaría la tentación de hablar de la gastronomía peruana.

—¿Por qué?
Porque me voy a meter en líos. Son tremendos [risas]. Me parece que es una de las mejores operaciones de márketing patrio que he visto en mi vida. Creo que el Perú tenía un déficit de presencia en la cultura pop global. El Perú tiene una cantidad increíble de virtudes culturales, pero no tienen rubias para vender en la televisión, no tienen grandes jugadores de fútbol, no tienen música muy reconocida en el circuito general. Le faltaba tener una presencia en la cultura pop global y de pronto se les empezó a ocurrir que eso podía ser la cocina, y se lanzaron de cabeza y lo lograron. Y ahora la gastronomía peruana es una marca global. Pero a mí me hace gracia porque de algún modo vi esa construcción. Hace 30 años la gastronomía peruana no existía como marca. Hace 30 años Gastón Acurio no había cocinado un huevo frito.

¿Crees que por momentos los peruanos exageramos con el tema de la gastronomía?
Como todo orgullo nacional uno tiende a sobrevalorar. Pero me parece muy interesante la construcción de un orgullo nacional. No sé si haya algún libro sobre eso, pero me parece que alguien debería contar la historia de cómo se construyó el mito de la gastronomía peruana.Realmente es un proceso de creación de una marca internacional que se podría seguir. Hay donde empezar y está bien documentado el recorrido. Es una historia muy interesante.  

— Regresando al periodismo. Más de 30 años viajando por el mundo, ¿por qué ese gusto de viajar tanto, de ir a lugares tan lejanos? 
Porque me da mucho gusto sumarme a lo otro. Vivimos en territorios muy chiquitos. Vivimos con gente bastante parecida a nosotros mismos. Nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros parientes que tienen ideas y formas de vida bastante parecidas a la nuestra. Y a mí siempre me da penita pensar la cantidad de cosas que nunca voy a conocer. Pero dentro de esas, el periodismo me habilita para conocer algunas un poco más y encima contarlo, que es lo que más me gusta hacer. Creo que es por eso.

¿Y hay lugares que no volverías?
Sí, pero cada vez que digo que no volvería a un lugar (risas) termino yendo. Por ejemplo, a Dahka un hospital de Bangladesh. He dicho tres veces que no volvería a ese lugar pero cada vez termino yendo de nuevo. Por eso prefiero no decirlo.

—Usted es uno de los mayores exponentes de la crónica latinoamericana y, a la vez, uno de sus mayores críticos.
Me parece que por una cuestión general vale la pena siempre mirar con ojos críticos todo, y dentro de ese todo incluyo lo que uno hace. Vale la pena dudar de lo que uno hace para seguir haciéndolo mejor. Me da la sensación de que con cierta frecuencia últimamente hay gente que usa los mecanismos de la llamada crónica para contar banalidades.

Es a lo que llama la "crónica caniche".
Así la llamo. Como esos perritos tan arregladitos, coquetitos con el lazo rojo, pero que no le interesan a nadie. 

¿Sientes que se desperdicia talento?
Sí, se desperdicia talento, esfuerzos. Se desperdicia también un poco la potencia cuestionadora.
 

—En el cierre del Foro Centroamericano de Periodismo comentabas que no te consideras un referente, alguien que  genere una corriente de opinión. ¿Crees que eso es justamente uno de los mayores errores del periodista, creerse líderes de opinión, referentes?

En general es un error, pero a veces no lo es. Hay algunos que lo son. Puede ser que no hagan buen uso de eso. A mí lo que me interesa es plantear dudas, preguntas. Desconfío mucho de la gente que hace lo contrario, que te da todas las respuestas. Y en general esto último les funciona, como bien lo sabe la Iglesia Católica, desde hace dos mil años, funciona mejor vender respuestas que hacer preguntas. 

—Por otro lado, parece que cada vez más vivir del periodismo, dedicarse al periodismo, es difícil por el tema económico. Sueldos bajos para los periodistas ¿Qué opinas de eso?
No es cada vez más. Partes del mito de la edad dorada de la que hablábamos. Está contenido en ese adverbio de tiempo de “cada vez más” sucede tal cosa, presuponiendo que antes no sucedía. Siempre ha sucedido. Nunca gané mucha plata haciendo periodismo. Más de una vez preferí seguir haciendo lo que me interesaba hacer aunque para eso tuviera que ganar menos. Es una decisión de cada uno. Yo creo que ahora hay más periodistas bien pagados que los que había hace 50 años. Los mayores partes de mis viajes los tenía que producir yo. Eran viajes que yo primero me los pagaba, como en Sri Lanka, y luego tenía un arreglo vendiendo unas notas en algunos lugares.  

—También existen estas nuevas tecnologías que hacen que el periodista ya no salga a la calle, porque piensa que todo lo puede encontrar en la computadora.
La idea de que todo lo encuentren en la computadora es una falacia. Es mucho más fácil averiguar datos de archivo, de contexto, que te pueden servir para entender un tema, pero el error es creer que ahí puede estar todo sin ir a mirar y preguntar, averiguar, lo que completa un trabajo periodístico. Se nota la diferencia cuando no se hace. Entonces a mediano plazo se establece una especie de selección natural: terminan imitando a los que producen un mejor trabajo.   

—En el taller comentó que el rating pasó a la prensa escrita. 
Sí. La lógica del rating llegó a la prensa escrita a través de contadores de clics que tanto impresiona últimamente. Eso está produciendo resultados bastante nefastos. Están recurriendo a fórmulas un poco desesperadas que van a terminar haciendo como los manotazos de ahogado: hacer que se hundan más rápidamente. Terminan desprestigiando a sus propios medios al ofrecer a sus lectores un contillón de entretenimiento bobo. Y así va a pasar lo que ya está pasando: que van a surgir otros medios que ocupan el lugar que otros abandonanQuizás estén buscando otro tipo de lectores. Pero el espacio del bueno periodismo está siendo cada vez más ocupado por otras propuestas que no apuestan por la fábrica de clics. 

—Ha dicho que el periodismo se ha vuelto una manera de decirle a la gente lo que no quiere saber. 
Uno ve las listas de lo más leído en muchos de los grandes medios y son una colección de variedades bobas. Si eso es lo que suponemos que el público quiere, cada vez más vale la pena escribir contra el público, contra lo que supuestamente el público pide y a favor de lo que uno cree que tiene que contar.


—¿Qué gran tema hace falta contar en la región?
A mí me gustaría que el periodismo consiguiera contar más y mejor las vidas de las personas. Que buscara lo supuestamente extraordinario en lo ordinario. En lo que se ve todo el tiempo. Y tratar de contar y entender cómo vivimos. La averiguación y el descubrimiento están de algún modo sobrevalorados.

—¿Considera que la palabra entender ha perdido su valor?
Ha quedado opacada por esta idea de que voy a descubrir el último detalle de no sé qué. A mí me interesa mucho más entender los mecanismos. Un ejemplo son los Papeles de Panamá. Me suena como si la sorpresa con todo eso fuera entre hipócrita e ingenua. Es decir, las grandes empresas capitalistas funcionan así. Si no lo sabemos, es porque no tenemos ganas de saberlo. Constatar que un señor, el padre de Macri, por ejemplo, que tiene grandes empresas y que ha estado haciendo negocios más o menos confusos con todos los gobiernos argentinos, emplea y explota a miles de personas y nos sorprenda que tenga una cuenta en más de un paraíso fiscal me parece ingenuo e hipócrita. Lo que vale la pena es pensar cómo funcionan en general, no cuáles son los excesos a su funcionamiento. Al mismo tiempo no está mal que esto salga. Así más gente se preguntará cómo funciona este capitalismo global.

—¿Hasta cuándo seguirá como reportero?
Llevo varios libros que me digo que es el último. Y sigo. Me parece que sí, lo seguiré haciendo. Supongo que con menos capacidades físicas. No sé si ahora podré viajar por la India de la forma en la que lo hice en el 94. 

No te ves en unos años siendo solo un columnista. 
No. De vez en cuando quiero, quizás no sea con la misma frecuencia, seguir haciendo periodismo de campo. Hace dos meses estuve en Mali siguiendo a un grupo de pastores nómadas un par de semanas. Y la verdad es que me da tanto placer cuando estoy en esa situación. En medio de la nada: en el desierto con un grupo que hacían correr sus vacas y sus cabras buscando un poco de agua. 

¿Esa emoción de salir a reportear no se ha perdido?
Para nada. Cuando vuelvo a esos lugares... Donde sea que esté... Si me siento debajo de un árbol con alguien y esa persona me empieza a contar su vida, qué sé yo, me sigo sintiendo afortunadísimo.

—¿Hay algún lugar que le queda pendiente ir?
Siempre mi chiste era que el lugar que siempre quería ir era a Tombuctú, en Mali. Hace poco estuve muy cerca, a unos 200 kilómetros. Y no pude llegar porque todo estaba ocupado por Al Qaeda. Así que en un punto me pregunté que quizás sería mejor tener un punto donde uno va, donde no fue, para poder seguir diciendo que ahí está.

—Ha dicho que por tanto viajar se siente en casa cuando abre la computadora. 
Sí. Mi hogar es la pantalla de mi computadora. Es la imagen que veo todos los días como uno normalmente ve la de su casa. Me paso ahí horas y horas todos los días. A veces siento esa sensación. Ahora lo digo y suena artificioso, pero de vez en cuando me pasa sin pensarlo que abro la computadora y me digo: Ah, ya estoy en casa. Así esté en cualquier lado. 

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