Esta es la imagen más icónica de lo que significó Tiananmen. Un hombre se para solo ante los tanques chinos que buscaban acallar las protestas pacíficas de los estudiantes en 1989. (Foto: AP).
Esta es la imagen más icónica de lo que significó Tiananmen. Un hombre se para solo ante los tanques chinos que buscaban acallar las protestas pacíficas de los estudiantes en 1989. (Foto: AP).
Redacción EC

Por: Adrián Foncillas

No sabe de qué protestas le hablo y pregunta qué hace ese tipo frente a una columna de tanques que ve en mi teléfono. Gao, de 48 años e inglés fluido, es una exitosa empresaria en la futurista Shenzhen, vecina de la cosmopolita Hong Kong. Con su hermana, quien vive en Canadá, solo habla de cuestiones familiares. Pueden imaginarse el resultado de las preguntas en la vasta  rural cuando se comenta sobre .

Esta semana, se cumplen 30 años de aquellos acontecimientos con el habitual ejercicio esquizofrénico, tan ubicuo el aniversario en la prensa occidental como clandestino en la nacional. Quizá el interés venga por la romántica batalla entre ideales y pistolas, o por la imbatible fuerza icónica del hombre-tanque, o por el lirismo de las velas encendidas en un parque de Hong Kong. O por la necesidad de Occidente de apuntalar anualmente el rol de villano global de China.






No es probable que otras revoluciones igualmente heroicas y trágicas como las de Maidán, en Ucrania, u otras protestas estudiantiles aplastadas como las de México, Corea del Sur o Tailandia sean tan glosadas dentro de treinta años. Tiananmen ocupa las portadas hoy como lo hizo en los aniversarios pasados y lo hará en los futuros, alcanzada ya la categoría de género en sí mismo.

El relato anual incluye los esfuerzos de la censura por borrar cualquier rastro de las redes y las presiones policiales a los disidentes para que no contesten las llamadas de la prensa extranjera estos días o su traslado a cualquier punto lejano de Beijing. También la omisión de los soldados muertos y los tanques calcinados para subrayar el carácter pacífico de las protestas o de las negociaciones del gobierno para desalojar pacíficamente la plaza. Y las cifras de “miles de muertos” cuando es más creíble que fueran entre varios cientos y un millar.

AFP.
AFP.

Tampoco faltan dos ideas motrices: el pacto tácito de desarrollo económico a cambio de la renuncia de libertades políticas que gobierno y pueblo firmaron, y el desconocimiento del segundo sobre aquellos acontecimientos, con olímpico desprecio a la evidente contradicción de ambas.

Gobierno y sociedad van de la mano en la voluntad de olvido. El confucianismo evita el debate sobre la memoria histórica tan presente en otros países. En China no hay dudas de que el bien común prevalece sobre el individual, la armonía social sobre el hijo muerto, el progreso económico sobre la apertura de tumbas, el presente sobre el pasado.

La batalla es monopolio de los directamente afectados y los disidentes, un gremio tan heroico como poco representativo. Entre los primeros, figuran las llamadas Madres de Tiananmen, que perdieron a sus vástagos. “Cuando empecé mi batalla, me recomendaron que la dejara, que aquello ya no tenía remedio, que olvidara, que yo y mi marido éramos idiotas”, decía años atrás su presidenta, Ding Zilin, a este corresponsal. Esta semana, ha sido enviada a 600 kilómetros de la capital y no contestaba su teléfono.

Los padres de las víctimas aún esperan justicia. Ellos se reúnen en la clandestinidad. (Foto: AFP)
Los padres de las víctimas aún esperan justicia. Ellos se reúnen en la clandestinidad. (Foto: AFP)

—El inicio de un cambio—

Han pasado tres décadas desde que los tanques abortaran con sangre seis semanas de manifestaciones que habían avergonzado al gobierno durante la mediática visita de Mijaíl Gorbachov. Era un conglomerado desorganizado que nunca pidió una democracia al estilo occidental sino reformas posibilistas, como menos corrupción y mayores libertades de prensa y otros derechos humanos.

Muchas de las reformas que los estudiantes pedían entonces se han logrado gracias al desarrollo económico. No hay una democracia occidental ni se la espera, pero millones de jóvenes estudian en el extranjero, la clase media aumenta cada día y episodios entonces quiméricos, como las huelgas de trabajadores o los corruptos líderes fulminados por la presión de las redes sociales, son hoy habituales.

China cuenta con miles de protestas al año, pero ninguna ataca al andamiaje del sistema: se protesta por un problema particular, por un líder local corrupto o una fábrica contaminante. Es una verdad incómoda que la ausencia de otro Tiananmen no se explica por el temor a una represión violenta sino por la aceptación popular de un gobierno que ha sacado a cientos de millones de chinos de la pobreza y ha asegurado la estabilidad social a un país que encadenó desastres durante un par de siglos.

El colapso inminente que Occidente lleva anunciando desde la apertura es aún lejano y en las nuevas generaciones el pragmatismo ha relevado al romanticismo de aquellas semanas de Tiananmen.

Muy a menudo nos sentimos frustrados y fatigados porque, a pesar de todos nuestros esfuerzos, los chinos no saben lo que ocurrió. Es como llegar a una vía muerta. Y también es frustrante que los que lo saben no muestren ninguna simpatía”, señala desde Washington por teléfono Yang Jianli, uno de los líderes de las protestas.

La mayoría de ellos ha luchado durante tres décadas por la democratización de China desde el exilio, esperando una crisis del gobierno que no llega. Yang es un tipo sensato que critica a los que aún viven instalados en el recuerdo glorioso de aquellos días. “No somos líderes, la gente en China no nos sigue. Tenemos que asumir esa idea. Muchos en Estados Unidos se siguen llamando líderes estudiantiles, creen que los siguen escuchando. Es absurdo”, finaliza.

Wen apura su cerveza en un bar del barrio de Gulou, en Beijing. Le pregunto por Tiananmen. “¿Todavía están con eso? Sí, sé lo que pasó. Eso ocurrió hace treinta años. Todos los países tienen sus mierdas. ¿Por qué se empeñan en hurgar en las nuestras?”.

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