La gente camina junto a la bandera estadounidense en Times Square, Nueva York, el 16 de junio de 2023. (Foto de Leonardo Muñoz / AFP).
La gente camina junto a la bandera estadounidense en Times Square, Nueva York, el 16 de junio de 2023. (Foto de Leonardo Muñoz / AFP).
/ LEONARDO MUNOZ
Martín Salas

Con el inicio de un nuevo gobierno en , siempre se renueva -probablemente no con demasiado optimismo esta vez- la esperanza de un mayor protagonismo de los Latinos en los asuntos internos y de Latinoamérica en los internacionales. 

Sin embargo, para nadie es un secreto que mientras la población latina en EEUU ha crecido aceleradamente (hoy representa el 20% de su población) su influencia, su peso, en la sociedad norteamericana es muchísimo más pequeña que su representación demográfica.  

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Al mismo tiempo, la presencia de América Latina en la psique o mainstream americano sigue siendo muy menor y acaso casi ignorado en las grandes conversaciones sobre los temas importantes geopolíticos a nivel mundial. Shakira o Sofía Vergara son honrosas excepciones en el siempre rebelde mundo del espectáculo. 

¿Por qué no llegamos a tener una silla en la mesa grande o si la tenemos, por qué nos llega la comida al final del servicio? 

Veamos primero lo que ocurre en Estados Unidos. Tradicionalmente, las comunidades hispanas no han sido exitosas en incorporar ideas o iniciativas asociadas a los grandes temas de la agenda nacional: economía, seguridad, salud. Siempre ha habido la insistencia -casi ciega-de querer colocar nuestros temas en la agenda nacional, es decir el camino inverso.

Esa estrategia, o simplemente esa ruta, nos ha aislado de la mentalidad nacional. Nos presentamos no como ciudadanos americanos preocupados por los grandes temas nacionales sino más bien, como inmigrantes de primera o segunda generación (que lo somos) preocupados únicamente por nuestros temas, nuestros beneficios y los de nuestros países de origen.  

Tenemos además la desventaja que, para los que somos inmigrantes de primera generación (legales o ilegales), venimos con el idioma con acento (la mayoría de las veces sin siquiera el idioma) creando una distancia implícita y sicológica con los nacidos en el país. 

Los polacos, alemanes, italianos que llegaron en el siglo 19 o inicios del siglo 20, tuvieron el mismo problema idiomático, pero en su segunda generación, se incorporaron a los grandes temas del país (además de la asimilación de raza que siempre ayuda). Nosotros no hemos transitado así, porque seguimos emigrando a la tierra de oportunidades. 

Por otro lado, y sobre esto se ha escrito ampliamente, la comunidad hispana en Estados Unidos no está realmente integrada, está separada por nacionalidades. 

Las comunidades de origen mexicano (60% del total de hispanos), portorriqueño (10%), cubano (6%) buscan darle prioridad a la agenda de sus países, quizás por la cercanía geográfica a Estados Unidos, diluyéndose la fuerza de un frente unido y común, y otra vez, preocupados por la agenda de sus países y no la de EEUU. 

Esto se confirma por ejemplo con la creciente comunidad venezolana, enfocada -más allá de lo legítimo del pedido- en lo que pasa en Venezuela y el cambio de régimen allá más que la agenda social, económica aquí. Ojo, no es un tema exclusivo de esos cuatro países, se repite en todos. Y la realidad es que EEUU dejó de ser el sheriff del mundo o el embajador global de la democracia donde no existe.

Por lo tanto, esos planteamientos, siempre van a ser accesorios para la gran mayoría en Estados Unidos, y la mayoría de sus representantes en el congreso. O empezamos a contribuir a los grandes temas nacionales, probamos nuestro valor y desde allí, introducimos los individuales, o las cosas no van a cambiar.  

¿O alguna vez escuchó de una propuesta latina que no tenga que ver con beneficios de migración o cambio de gobierno en sus países?

En el caso de Latinoamérica, la realidad es que salvo Brasil (el país más grande de Latinoamérica y un mercado de 200 millones de personas) y México (frontera con EEUU) el resto de los países no llegan tener una importancia estratégica para los Estados Unidos. ¿Significa eso que la batalla está perdida? No creo que sea así. 

Existen tres aspectos que nos pueden ayudar a fortalecer la importancia de nuestros países para con EE. UU. 

Primero, entendamos que Estados Unidos busca oportunidades que beneficien o que reduzcan sus riesgos comerciales o de seguridad. Cada país debe encontrar esa ventaja competitiva compartida. Un win-win. ¿Dónde están esas oportunidades en la región? algunas ya existen y otras, tocan crearlas.

De las que existen, y como hemos sido recordados recientemente, Panamá tiene una ventaja con su canal que puede beneficiar (o afectar negativamente) al comercio americano, México y Colombia son críticos para la seguridad de EEUU en su lucha contra el narcotráfico (evitar daño) además de representar -en el caso de México- una opción de reducción de costos (personal y nearshoring). 

Y de los creados o potenciados, tenemos el ejemplo del litio chileno o boliviano; o el Puerto de Chancay en Perú (realmente impulsado por un rival gringo, China). Toca arreglarse para que nos inviten a bailar.

Resulta siempre interesante el caso de Argentina, siempre invitado a la mesa grande, parecido -dicho con respeto- más por cariño a la viuda del tío muy rico que cayó en bancarrota que por su presente de potencial beneficio o perjuicio a EEUU.

La segunda opción es probablemente la más difícil y con varias rutas, todas ellas con la meta del crecimiento orgánico del país. Es decir, desarrollar el mercado, su tamaño, su capacidad de compra que haga al país lo suficientemente atractivo para que llame la atención de las empresas transnacionales gringas (y no solo gringas). 

Claro, en eso estamos desde hace sesenta años y los avances han sido positivos, pero aun relativamente modestos. Entre otras razones porque vamos cambiando de rutas (de ideologías de gobierno), y sin poder resolver los problemas sociales que van de la mano con la prosperidad económica que potencia la fortaleza de los mercados. 

La tercera y última, conlleva riesgos. Es la de darle celos dejándose cortejar por un rival. El candidato obvio y actual para ese papel es China como en los años sesentas, setentas y ochentas lo fue una Rusia con pocos recursos salvo su poderío militar (y una ideología antagónica a EEUU). China tiene ambos, recursos financieros y un creciente poderío militar. 

China y su ya obvio enfoque en los recursos naturales y presencia económica en Latino América, crea incomodidad en EEUU. Sin embargo, si el cortejo se formaliza o parece formalizado, se corre el riesgo de molestar al rico del barrio y quedar expuesto a su ira.  Apalancarse es una cosa, quemarse es otra. Allí entra el arte y equilibrio de una gestión diplomática y las decisiones gubernamentales. 

¿Ustedes qué opinan? 

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