
El presidente Donald Trump firmó esta semana un decreto que pone fin a las prohibiciones impuestas a las cañitas de plástico, un esfuerzo medioambientalista que -según él- ‘succiona’ las arcas del Estado en gestos más simbólicos que efectivos.
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La orden también exige la elaboración, en un plazo de 45 días, de una estrategia nacional para acabar lo que llama el “uso forzoso” de pajillas de papel en todo el país.
Con esto pone fin a una política implementada por su antecesor, Joe Biden, quien en 2024 aprobó un plan para reducir de manera gradual la utilización de plásticos de un solo uso como las pajillas o el menaje, con la intención de eliminarlos por completo para el 2035.
El por segunda vez mandatario estadounidense ha mostrado una aversión por los sorbetes de papel desde hace años, convirtiéndola en parte de sus esfuerzos de campaña al vender cañitas de plástico con el logotipo Trump durante su candidatura a la reelección en 2020.

Se trata de un traspié para las causas ambientalistas, ya que el gobierno estadounidense es considerado el mayor comprador de bienes de consumo, y su alejamiento del plástico fue tomado como un hito en la lucha por el medio ambiente.

La contaminación por plástico es uno de los principales problemas ambientales que enfrenta el mundo, particularmente por el largo tiempo que necesita para ser asimilado y degradado por nuestro planeta. “En términos científicos se habla de décadas e incluso cientos de años para que el plástico y sus partículas se descompongan y sean asimilados por la naturaleza”, indica a El Comercio César Celis, profesor principal de la PUCP y especialista en energía limpia. “Si esta nueva política respecto a las pajillas de plástico se mantiene por un largo tiempo sería un retroceso de todos los esfuerzos que se han hecho globalmente para reducir el impacto drástico sobre la humanidad en el planeta”.
Sorbito por sorbito
Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos publicado en el 2022, el consumo de plásticos ha aumentado aceleradamente durante los últimos años hasta llegar a cuadruplicarse en las últimas tres décadas, llegando a las 460 millones de toneladas en el 2019.
Un consumo que no es equitativo a través de las fronteras, con los estadounidenses utilizando y desechando alrededor de 221 kilos de plásticos por persona al año frente a un menor promedio de sus pares europeos (114 kg), así como de japoneses y surcoreanos (69 kg).
El mismo estudio encontró que solo un 9% del plástico generado globalmente es reciclado, con el resto convirtiéndose en basura que contamina nuestro planeta.

Se trata de un problema que afecta desproporcionadamente la salud de los océanos, lagos y ríos del mundo, que cada año reciben entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos plásticos, causando un incontable daño a la vida marina, una suerte de la que, como Celis resalta, no se salvan los humanos.
“Se ha encontrado que cuando el plástico se descompone, se reduce a partículas diminutas que son ingeridas por animales como los peces que consumimos”, advierte. “Es así que nuevos estudios han encontrado en nuestro cuerpo la presencia de microplásticos.”
La salud humana es una de las razones que da la Administración Trump para su decreto, apuntando que “las pajitas de papel utilizan químicos que pueden conllevar riesgos” para los consumidores, citando específicamente las sustancias perfluoroalquiladas (PFAS por sus siglas en inglés), utilizadas entre otros casos para producir material resistente al agua.
Celis considera que si bien esta es una consideración plausible, se requiere una evaluación detallada para comparar el aumento de estos compuestos en particular al efecto que causan las cañitas de plástico. “Una cosa es afirmar basado en lo que uno quiere y otro en lo que dice la ciencia”, acota.

En cambio, el experto considera que lo que podría estar ocurriendo es que intereses políticos y económicos estén primando sobre los científicos. “Tengo entendido que hay motivaciones detrás del uso de plástico, tales como fomentar la utilización de combustibles fósiles, siendo este material un derivado del petróleo”, señala. “Y esto va contra todos los esfuerzos globales que se han hecho para reducir el consumo de combustibles no renovables”.
Razones hay para sospechar esto, tomando en cuenta que las industrias petroleras apoyaron fuertemente a la campaña de Donald Trump, donando alrededor de US$75 millones a grupos afines al gobernante según una investigación del New York Times publicada en noviembre del 2024.
Más preocupante aún es que el ataque contra las pajillas de plástico es solo un pequeño movimiento de lo que parece ser la actitud de la administración de Donald Trump contra las iniciativas ambientalistas, ejemplificadas por la decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, acto que según César Celis afecta directa e indirectamente los esfuerzos para controlar el cambio climático.
“Directamente porque países como Estados Unidos son también grandes consumidores y productores de contaminantes, mientras que indirectamente porque este tipo de decisiones puede influenciar políticamente a otros países del mundo a abandonar las propuestas ambientalistas”, esgrime.
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