“House of Cards”: el show de la política
“House of Cards”: el show de la política
Redacción EC

“La democracia está tan sobrevalorada”, dice Frank Underwood. El personaje de “” encarna lo que todos los políticos quisieran ser. Cínicos, ambiciosos y despiadados, sin dejar de ser encantadores y elegantes. Pero, sobre todo, poderosos. Y el poder, para él, está más allá del dinero: “Yo no puedo respetar a alguien que no entienda la diferencia”. 

La  tercera temporada de “House of Cards” se estrenó el 27 de febrero y ya es una serie de culto. No solo ha redefinido el drama político, sino que es la apuesta más importante de Netflix, el servicio de pago que ha transformado la manera de ver televisión. 

¿Pero la política estadounidense es tan interesante e intensa como la presenta la serie? ¿Será Washington DC ese nido de intrigas? Al ser una serie de ficción, es necesario exagerar aspectos para que el público se enganche, pero nadie puede dudar que la política, en general y en cualquier país, es tan o más sucia como lo refleja una pantalla. Sea en los pasillos del Capitolio o en nuestro Congreso. Sea por pisar a cualquiera por llegar a la Casa Blanca, o por justificar dinero público con pollo a la brasa. 

“Hay mucho en nuestro programa que es muy preciso sobre cómo se maneja la política. Pero de ahí nosotros empujamos para amplificarlo de manera dramática. La esencia es conectar el mundo de Frank para consolidar su poder. Hay cosas que de repente no pasarían en el mundo real, pero uno nunca sabe. La realidad es nuestra mejor competencia”, dice Beau Willimon, creador y productor ejecutivo de la serie.

Ni siquiera el presidente Barack Obama ha quedado inmune al encanto de la serie y de hecho sus múltiples comentarios sobre ella hicieron que muchos se enterasen qué era “House of Cards”. “Me gustaría que las cosas en  Washington fueran tan despiadadamente eficientes. Es verdad, este hombre resuelve un montón de cosas”, dijo refiriéndose a Underwood, interpretado por un magistral Kevin Spacey.

El año pasado, en una reunión con los más altos ejecutivos de la industria de la tecnología, también dijo bromeando: “Me pregunto si el CEO de Netflix me trajo las copias de ‘House of Cards’”. Y siguió. “Frank no es como el político que tenemos, pero quizá, en estos momentos cínicos, se piensa que podría ser el político que nos merecemos”, comentó apuntando en la yugular a los congresistas de ambos partidos y sus afanes de entorpecerse mutuamente.

Ya en el programa de Ellen Degeneres había comentado: “Yo veo la serie. Pero la vida en Washington es un poco más aburrida que en la televisión. La verdad es que la mayor parte del día estoy sentado en un cuarto, escuchando a un grupo de gente en trajes grises y hablando de cosas diferentes. Eso no haría muy buena televisión”.

Las intrigas y la manipulación extrema por cuotas de poder son el elemento esencial de la serie, que ha sabido aprovecharse de las peleas entre republicanos y demócratas, la política exterior y el manejo de la prensa. No en vano la política estadounidense  se ha convertido en fuente de inspiración no solo para guionistas de ficción, sino para comediantes. Como Jon Stewart, cuyo programa, tras 15 años en el aire burlándose de los medios  y los políticos, es uno de los de mayor credibilidad.

Aunque esta no es la primera –ni será la última– serie que trate las intrigas en Washington, “House of Cards” ha llevado el cinismo y deslealtades a su pico. Distanciado de “The West Wing”, en que el presidente era interpretado por un idealista Martin Sheen, este drama ha sabido capturar lo que todos piensan que debe pasar en el corazón de la capital estadounidense.  

“Los políticos en la serie son oportunistas y pura bancarrota moral. La serie es una fría disección de la era post-Obama y postesperanza. Es una visión del gobierno, no como nos gustaría que fuese sino como secretamente creemos que es”, señala un artículo de “Vanity Fair”, escrito por Juli Weiner, una de las guionistas de John Oliver, la nueva estrella de la parodia política de HBO.

Pero algunos políticos no piensan lo mismo. Al menos quisieran solucionar los problemas por vías más rápidas. Como bromeó Kevin McCarthy, el jefe de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes: “Si pudiera matar a un miembro del Congreso, mi trabajo sería mucho más sencillo”. Algo que también lanzó el ex presidente Clinton: “Me parece divertido porque no me puedo imaginar cómo un presidente o un jefe de Gabinete puede salirse con la suya. Ojalá yo lo hubiese podido hacer. Imagínense todas las oportunidades que perdí tantas veces”.

House of Cards” ya es un fenómeno de masas no solo por la trama y porque dejó atrás a las grandes cadenas de televisión, sino porque ha puesto el foco en la maquiavélica complejidad de la política de alto vuelo. Como dice Willimon: “Washington no es el tipo de lugar que pueda ser encapsulado en un show o una película. Hay muchos programas que dramatizan lo que pasa en DC y no creo que todos ellos juntos puedan pintar lo complejo que es”.

DE LA FICCIÓN A LA REALIDAD

El personaje de Frank Underwood no solo se ha quedado en la ficción. El año pasado, una falsa cuenta en Twitter le escribía a otra cuenta falsa de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, haciendo creer que, en efecto, Underwood le decía: “Si no te importa, yo estoy de este lado de la calle”. Teniendo en cuenta lo fanática que es la argentina del Twitter, todos esperaban una respuesta. 

Pero el encuentro con un verdadero presidente se dio entre Kevin Spacey, el actor, y el mandatario mexicano, Enrique Peña Nieto. Spacey se tomó un ‘selfie’ con el presidente, a quien alabó por su primer año de gobierno. Las críticas llovieron en México al conocerse, según informes periodísticos, que el Gobierno le había pagado al actor una considerable suma de dinero para que esté en un evento turístico. Spacey dijo que el encuentro fue “casual”. Nadie le cree.

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