(Reuters)
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Virginia Rosas

Cuando en enero de este año Donald Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) le hizo un regalo inesperado e involuntario a Xi Jinping. Aunque China no formaba parte del acuerdo, este había sido firmado por once países de la región Asia Pacífico que, en conjunto representaban el 40% de la economía mundial.

Por satisfacer a su electorado de base, el presidente estadounidense le dejó la cancha libre a Beijing para ejecutar su megaproyecto “Las nuevas rutas de la seda” que abarca 60 países y con el facilitará las exportaciones chinas, gracias a la mejora de la conectividad entre Asia y Europa.

El recientemente empoderado presidente chino recibió hoy a su homólogo estadounidense con una sonrisa condescendiente. Pese a sus exabruptos Donald Trump no constituye un peligro para Xi y su visita resulta más bien simbólica. Para ‘salvar la cara’, como corresponde, Beijing hará concesiones mínimas que no comprometan sus planes hegemónicos a nivel mundial.

El principal tema de la agenda es el de Corea del Norte. Trump le pedirá a Xi que multiplique sus esfuerzos para lograr que Pyongyang renuncie al arma nuclear. Y aunque China apoyó en la ONU la aplicación de sanciones contra su vecino norcoreano, no está dispuesta a arrinconarlo por la sencilla razón de que ambos se necesitan mutuamente por razones estratégicas: por un lado, a Beijing le incomodaría demasiado tener a los ‘boys’ del otro lado de su frontera si ambas Corea se reunificaran.

Por su parte, Pyongyang depende casi exclusivamente del petróleo chino para su poderosa máquina de guerra. Pues si bien el carbón sirve para generar la energía doméstica, el petróleo es irreemplazable para sus aviones y tanques. Si China le cortara el suministro de crudo, se desplomaría el cimiento sobre el que se sostiene el régimen de Kim: sus Fuerzas Armadas.

Queda clarísimo entonces que Corea del Norte tiene más que temer de Beijing que de Washington, pero confía en que Xi haya decidido conservar el statu quo para mantener su posición de dominio. Ya nadie le teme a Donald Trump en la región.

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