La celebración de Nuestra Señora de la Asunción, que suele congregar a 25.000 fieles en Lourdes, una de las peregrinaciones más importantes de la cristiandad, este año solo contará con 10.000 fieles obligados a llevar mascarilla por el coronavirus.
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“Podremos recibir a 5.000 peregrinos en la basílica San Pío X y 5.000 en el resto de los santuarios”, debido a la pandemia de coronavirus, explicó Vincent Cabanac, director de la Peregrinación Nacional.
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Sin embargo, la Gruta sigue abierta. “Como es muy grande, se puede deambular como habitualmente”, precisó.
Punto culminante de la peregrinación, la misa de las 10:00 horas, en la basílica, va a ser retransmitida en pantallas gigantes para los fieles que no hayan podido acceder a esta iglesia subterránea de 200 metros de largo y 80 de ancho, con capacidad para 25.000 personas en tiempo normal.
Tras un cierre de dos meses durante el confinamiento, los santuarios de Lourdes, en el suroeste de Francia, reanudan progresivamente sus actividades.
Pero este año estarán ausentes los grandes contingentes de peregrinos extranjeros por lo que numerosos hoteles y tiendas de souvenirs permanecen cerrados.
“Es una fiesta muy importante para la Iglesia, que celebra la asunción de la Virgen María. Lourdes revive. No nos olvidamos de los que son golpeados por el coronavirus”, dice el rector de los Santuarios de Lourdes, monseñor Olivier Ribadeau Dumas.
La particularidad de esta 147 edición de la peregrinación de Lourdes, que reivindica curaciones milagrosas, es que los enfermos que llegan en trenes medicalizados, a menudo mayores y con una salud frágil, estarán ausentes este año.
"Duele el corazón no recibir enfermos, los trenes han sido anulados. Pero no los olvidamos. Aunque se está difundido por radio, televisión, internet, no es un peregrinaje virtual, es real. Estamos apegados a establecer el vínculo entre Lourdes y los que no pueden venir", dice el director de Peregrinación Nacional, que organiza cada año las celebraciones del 15 de agosto.
Mano derecha del papa
En un gesto inusual, el papa Francisco envió a su mano derecha a Lourdes para la peregrinación, el secretario de Estado Pietro Parolin, que preside las celebraciones, y que supone un “apoyo en un contexto difícil”, dice monseñor Ribadeau Dumas.
Desde el viernes es obligatorio llevar mascarilla en los santuarios y en las calles aledañas al recinto religioso, lo que es escrupulosamente respetado.
A lo largo del Gave, el río que pasa por delante de la gruta, los peregrinos llenan sus botellas de agua de Lourdes en las fuentes, un recuerdo de la ciudad mariana.
Muros intocables
Este año, los peregrinos no podrán tocar ni besar las paredes de la Gruta donde, según la tradición católica, la Virgen María se apareció a Bernadette Soubirous en 1858. Ni bañarse ni sumergirse en las piscinas en busca de una curación milagrosa.
Los peregrinos asistieron el viernes por la noche a la procesión de las antorchas, aunque en esta ocasión fue la estatua de la virgen la que se desplazó por entre los cerca de 5.000 peregrinos, que cantaban y rezaban.
Olivia Ndari ya ha venido doce veces, pero volver a Lourdes la sigue reconfortando.
“Estoy feliz. Me bauticé aquí hace 25 años. Esto alivia el corazón, nuestra fe ha sido sometida a una difícil prueba este año”, dice la joven parisina.
A la entrada de los santuarios, una pantalla indica el número de peregrinos presentes simultáneamente en el recinto religioso para que no se supere el límite de 5.000. El viernes, se contabilizaron 22.000 entradas a lo largo de la jornada.
Esta edición ha tenido que adaptarse como otras citas de otras religiones a las imposiciones de la epidemia del coronavirus.
A finales de julio, solo 10.000 fieles fueron autorizados a participar en el hach, la peregrinación musulmana a La Meca, frente a los 2,5 millones que llegaron de todo el mundo el año pasado.
En abril, la pascua ortodoxa también tuvo lugar en condiciones excepcionales, ya que las autoridades invitaron a los fieles a quedarse en casa.
Fuente: AFP
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