“Era como si de repente yo fuera otra persona. Me sentía libre, viva como nunca antes”
Así recuerda Elisabeth Wust el inicio de su relación con Felice Schragenheim, una judía con identidad falsa, con quién vivió una historia de amor prohibida en Berlín hasta que su felicidad se vio truncada el 21 de agosto de 1944.
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Ese día, tras regresar de una idílica escapada romántica, la Gestapo la estaba esperando. Detenida y posteriormente deportada a un campo de concentración, la pista de Felice se pierde al final de la Segunda Guerra Mundial. Sin cuerpo, ni documentos, su nombre pasó a engrosar la triste lista de “desaparecidos” judíos.
La vida de Lilly, como la conocían sus amigos y familiares, nunca volvió a ser la misma. “Esos 18 meses fueron un regalo que nunca olvidaré. A pesar de mi desgracia, tuve la suerte de conocerla y por ello estaré agradecida toda mi vida”, afirma Elisabeth en un documental de la BBC grabado en 1997.
Hasta 1942, la vida de Lilly era como la de muchas otras mujeres alemanas. Casada con un antiguo funcionario del Deutsche Bank, desplegado en el frente oriental con el ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), era lo que se consideraba “una buena alemana”.
Con 29 años era madre de cuatro niños y simpatizante nazi. El Tercer Reich le había concedido la Cruz de Honor de la Madre Alemana, una condecoración que se concedía a las mujeres al tener el cuarto hijo.
Sus primeros años como mujer casada habían transcurrido como marcaba la sociedad de la época. Al menos, hasta que Ulla Schaaf entró a servir como niñera en su apartamento de tres habitaciones en Schmargendorf, un barrio en el suroeste de Berlín.
Schaaf comenzó a trabajar para Lilly dentro del año de trabajo obligatorio fijado por el gobierno nazi y que establecía que las mujeres jóvenes debían o bien trabajar en hogares o en la agricultura. Fue así como una mujer de familia comunista, antinazi y que acogía judíos regularmente en casa acabó sirviendo a una familia nazi, entre cuya decoración había un busto de Hitler.
“Mi casa era como la de millones de alemanes. Nunca voté a Hitler, pero estaba casada con un nazi. Así es como conocí a Ulla”, rememora Lilly en una conversación con la escritora y periodista alemana Erica Fischer y recogida en el libro “Aimée & Jaguar”.
A pesar de ser reacia posteriormente a reconocer que se había dejado imbuir por los ideales nazis, en esos años no podía evitar tener comentarios antisemitas, algo que recuerdan muy bien algunas personas de su entorno como Schaaf.
“Lilly me dijo un día, no recuerdo por qué lo dijo, que podía oler a los judíos”, explica Schaaf en el documental. “Y cuando volví se lo conté a Felice y decidimos que había que ponerla a prueba”, agrega.
Felice y Ullah no solo eran amigas, la primera se había mudado a la casa de la segunda cuando pasó a la clandestinidad para evitar las deportaciones que se habían intensificado en la segunda mitad de 1942.
Fue así como se forjó el primer encuentro. El 27 de noviembre de ese año, Ulla y Lilly quedaron por la tarde con Felice en el Café Berlin, cerca de la estación de metro de Zoo, en el centro de la capital alemana.
“Lilly estaba muy contenta de conocer a alguien tan interesante”, señala Schaaf. “Felice era una persona muy interesante. Se podía hablar con ella de muchas cosas. Quería ser periodista, pero primero tenía que sobrevivir a esos tiempos”.
La atracción fue instantánea. “Hablamos como hablaba todo el mundo y me gustó desde el primer momento”, recuerda Lilly. “Estuvimos como una hora y luego me acompañó a la parada del tranvía y me regaló una manzana”.
En ese encuentro, Felice Schragenheim, de 20 años, se presentó a Lilly como Barbara F. Schrader, el nombre que aparecía en sus documentos falsos.
Desde su primer encuentro, las dos mujeres cultivaron una intensa amistad hasta que finalmente, tras ser ingresada para una operación en el hospital, Lilly aceptó finalmente sus sentimientos y en mayo de 1943 Felice se mudó a su casa.
Lilly acabó finalmente divorciándose en octubre de ese mismo año de su marido.
“No sabía que le gustaban las mujeres. Fue una sorpresa para ella, aunque luego, echando la mirada atrás, reconoció que siempre se había fijado en ellas”, relata a BBC Mundo Erica Fischer sobre las numerosas conversaciones que tuvo con Lilly para escribir el libro.
“Si bien era muy reacia a hablar sobre su pasado como simpatizante nazi, en lo que respecta a su relación tenía mucha memoria y hablaba libremente sobre sexualidad. Me contó que el primer orgasmo de su vida lo tuvo con Felice, aunque tuvo cuatro hijos con su marido”, indica Fischer sobre una mujer de la que le impresionó especialmente la intensidad con la que hablaba.
Para evitar sospechas, Lilly presentaba a Felice a los vecinos como una prima de Fráncfort que había huido de su casa por las bombas. “Además, había pocos hombres por la guerra y era normal que las mujeres salieran juntas y bailaran entre ellas. Nadie lo veía sospechoso”, señala la escritora alemana.
Cosas como que Felice no poseyera una cartilla de racionamiento de alimentos (algo que no podían tener los judíos) nunca le hicieron sospechar a Lilly de que fuera judía.
En un momento dado, a Lilly le empezó a parecer raro que se fuera a veces de casa sin decir a dónde iba. A pesar de vivir juntas, Felice mantenía sus actividades clandestinas para pasar documentos a judíos.
“A principios de mayo le pregunté sin descanso una noche. Algo pasa. Si queremos estar juntas toda la vida debemos ser completamente sinceras la una con la otra”, recuerda Lilly que le dijo.
“’Si te digo qué es lo que pasa, ¿me seguirás queriendo?’, me preguntó. Y entonces me dijo: ‘Soy judía’”.
“En ese instante todos los momentos vividos pasaron ante mis ojos y le dije: ‘Ahora todo está bien’ Y la tomé en los brazos”, recuerda Lilly.
En la primavera de 1944 Felice entró a trabajar en el periódico nazi “National-Zeitung” como taquimecanógrafa.
“Sabía que hacía cosas clandestinas, pero no el qué o cómo. Sigo teniendo los diarios de Felice donde están las citas marcadas, pero para mí son un misterio lo que significan”, explica Lilly en el libro. “Siempre me decía que no me contaba nada porque era demasiado peligroso”.
Felice Sara Schragenheim había sido declarada como fugitiva en junio de 1943, pero las dos mujeres siguieron viviendo sin esconderse.
“Felice vivía con un miedo constante a que alguien la reconociera o a ser descubierta en un control de la Gestapo. También era consciente de que había judíos que ayudaban a descubrir a otros judíos para salvar ellos su vida”, explica a BBC Mundo Jörg Waßmer, historiador del Museo Judío de Berlín.
El 21 de agosto de 1944, las dos mujeres fueron a bañarse al río Havel, cerca del Wannsee, un sitio de veraneo muy famoso de Berlín. A su vuelta la Gestapo las estaba esperando en la puerta de su casa con una foto de Felice en el balcón. “Tuvo que ser una denuncia de alguien, aunque no se sabe quién fue, si un vecino, antiguo conocido…”, indica Waßmer.
Felice fue llevada a un centro de detención en Berlín donde pasó unos días hasta que el 5 de septiembre fue trasladada al campo de concentración de Theresienstadt, después a Auschwitz, donde la llevaron a Groß Rosen, y de ahí finalmente a Bergen Belsen.
“Ahí se pierde su pista. O murió en una de las conocidas como marchas de la muerte o a su llegada a Bergen Belsen”, agrega el historiador.
El coraje de Lilly de visitar a Felice mientras estuvo detenida en Berlín y de arriesgarse a viajar a Theresienstadt para intentar verla tuvo como resultado que se viera obligada a presentarse en la comisaria de su barrio cada dos días.
A pesar de estar bajo esta supervisión, Lilly no dudó en acoger en su casa unos meses más tarde a otras tres víctimas de la persecución nazi: Lucie Friedländer, Katja Lazerstein y Rosa Ohlendorf, a quienes conoció antes de las Navidades de 1944.
Las tres mujeres judías permanecieron escondidas con ella hasta el final de la guerra. Alimentarlas fue un un reto debido a la grave escasez de alimentos en Berlín en ese tiempo. Las mujeres sobrevivieron, aunque Lucie Friedländer se suicidó poco después de terminado el conflicto.
Tras la guerra, Lilly no recibió pensión de viudez al no haber anulado a tiempo su divorcio. Recibía ayuda social y vivía de eso con sus cuatro hijos.
“Trabajó como mujer de la limpieza. Era muy pobre y estaba deprimida, algo que la llevó a intentar suicidarse dos veces”, indica Fischer. “Se casó con un electricista para mantener a sus hijos, pero acabó divorciándose de él porque maltrataba a sus hijos y era muy celoso”.
Pasaron muchos años hasta que su historia se dio a conocer, primero con el libro de Fischer “Aimée y Jaguar. Una historia de amor, Berlín 1943” y después con la película “Aimée & Jaguar” (1999) basada en el libro y que toma los apodos con los que se llamaban las dos mujeres de manera cariñosa. “Lilly era la cariñosa, por eso Aimée. Y Felice se veía como un jaguar, la cazadora”, comenta Fischer.
“La década de los 50 en Alemania era aún una época todavía muy homofóbica. Tenía miedo de hablar sobre ello”, explica la autora sobre los motivos de Lilly para mantener tanto tiempo su historia en secreto.
“Los supervivientes encontraron poca atención en los años 50, 60 y 70 en Alemania”, apunta por su parte el historiador del Museo Judío. “Además, no hay que olvidar que se trataba de una relación lésbica y los homosexuales fueron perseguidos hasta finales de 1969”.
Lilly vivió en sus recuerdos hasta el final de sus días. “Felice era irremplazable para mí. Tenía sus libros, sus fotos. Nunca viví sin ella. Quizá podían verme como una loca, pero cuando caminaba por la calle sintiéndome sola, y me sentí muy sola, iba a trabajar, pero nadie me conocía, entonces, en esos momentos la sentía de alguna manera conmigo”.
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