Un día como hoy, el 23 de agosto del 2006, la austriaca Natascha Kampusch huyó tras ocho años de secuestro por parte de Wolfgang Priklopil, en la ciudad de Gänserndorf, ciudad de Austria. La joven, que tenía 10 años cuando fue separada de su hogar, escapó mientras su captor se suicidó.
De entonces de 18 años, Natascha Kampusch fue encontrada un miércoles por la noche a varios kilómetros del domicilio de su familia, en la periferia de Strasshof, al norte de Viena.
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Natascha fue secuestrada mientras iba a la escuela, el 2 de marzo de 1998. Según una amiga de la niña, esta se subió a una furgoneta blanca y, a partir de ese momento, desapareció.
Su misteriosa captura provocó una de las mayores búsquedas criminales de la historia del país centro-europeo, además de desencadenar una fuerte conmoción en la opinión pública durante años.
La policía dijo que poco después de que la joven huyese, su secuestrador, un técnico de telecomunicaciones de 44 años, se suicidó, arrojándose a un tren, en el norte de la capital austriaca. Especificó que Priklopil “era menos prudente que al comienzo” del secuestro, por lo que Natascha aprovechó una negligencia del hombre y “huyó en un momento favorable”.
El técnico la había mantenido raptada en un pequeño cuarto construido en el sótano de su vivienda, en el que había además un baño completo.
Ella sufrió los peores abusos, torturas y martirios psicológicos que puede aguantar un ser humano. Priklopil le cortó el pelo casi como si fuera hombre para que no cayeran cabellos al piso; la obligaba a limpiar la casa desnuda y a cocinar solo vistiendo ropa interior. Las golpizas también eran feroces, hasta 200 por semana.
Sobre el abuso sexual, Natacha no ha dado muchas explicaciones. Solo ha revelado que empezó cuando ella había cumplido 14 años. Entre 2004 y 2005 intentó suicidarse tres veces.
Tras su descubrimiento, Natascha fue trasladada a una comisaría policial, de la que salió cubierta por una manta. Sus padres, Brigitta Sirny y Ludwig Koch, pidieron a la prensa que “no moleste a la familia con peticiones de entrevistas en los próximos tres días”.
Pálida pero aparentemente en buena salud, la joven declaró que su secuestrador le dejaba escuchar la radio, ver la televisión y leer los periódicos, pero sin salir del lugar donde la tenía cautiva.
Natascha se expresó bien y parecía haber recibido educación, lo que sorprendió a las autoridades cuando la encontraron en la casa de una vecina de 71 años. Ella había huido mientras aspiraba el carro de su captor, quien se distrajo con una llamada.
Reinserción
Desde 2006, Kampusch ha tratado de llevar una vida normal, relacionándose con su familia, haciendo amigos y terminando el colegio, viajando y aprendiendo idiomas. Durante un tiempo tuvo su propio programa de televisión.
Amante del cine y la música, Natascha ha mostrado su lado filántropo: fundó un hospital infantil en Sri Lanka y ha trabajado con refugiados.
La vuelta a la vida y a la libertad ha sido un proceso “muy difícil”, explicó Kampusch en una entrevista con la agencia AFP. “No tenía ningún cimiento sobre el que construir, no había socializado con jóvenes, con gente de mi edad”, recordó.
Pero, desde su huida, no todo ha sido amabilidad y simpatías hacia Kampusch. Pese a su durísima experiencia, que la privó de años vitales durante los cuales sufrió repetidos abusos y maltrato en un calabozo en los bajos de la casa de Priklopil, ella ha recibido e-mails con mensajes de odio, gritos en la calle e incluso algún ataque físico.
“No estoy enfadada. Solía estarlo, pero me di cuenta de que se puede lograr mucho más con estoicismo. La gente así no cambiará, no importa cómo me comporte con ellos”, señaló.
Muchas de las antipatías hacia su persona surgieron de la percepción de que se ha hecho rica a raíz de lo sucedido, a lo que se suman teorías conspiratorias varias surgidas a lo largo de la última década.
No obstante, la mayor parte de la gente simplemente la ha dejado tranquila -su reacción preferida- mientras que otros han tratado de reconfortarla. “Un montón de gente quiere abrazarme. No es genial, pero está bien, si es lo que quieren”.
‘Ponerle cara al mal’
Kampusch fue diagnosticada con trastorno por estrés postraumático. “Es como una enfermedad física. Puede llegar a ser agotador. Cuando me encuentro en casa sola y en silencio, vienen los recuerdos. Siempre tengo que estar haciendo algo. No puedo sentarme en un lugar y relajarme”, dijo en una entrevista con El Mundo.
Escribió libros en los que explicó las dificultades a las que se ha enfrentado al volver a la vida normal.
“Hace unos años, pasé por una fase en la que empecé a rechazar al mundo exterior, ese que había anhelado tanto”, escribió en su segundo libro publicado.
Kampusch es consciente de que su caso provoca una mezcla de fascinación, agresividad y morbo, y se resigna, negándose a detallar cada detalle de su encierro como algunos exigen, pese a que sabe que ello contribuye a alimentar todo tipo de rumores.
“Para algunas personas (...) yo era una provocación. Posiblemente, porque no podían entender mi forma de lidiar con mi secuestro y mi cautiverio”, considera.
La sociedad necesita “supuestos monstruos, como Wolfgang Priklopil para ponerle cara al mal que vive en ellos”, afirmó en su libro.
Temor
Kampusch es dueña de la casa de Strasshof, en las afueras de Viena, en la que permaneció retenida tantos años, y que ahora mantiene vacía.
Admite que es “extraño”, pero explica que no quiere venderla por miedo a que el nuevo propietario la convierta en un “parque de atracciones de los horrores”. La visita dos veces al mes, para ocuparse de asuntos prácticos como el jardín, precisa.
Actualidad
Natascha, que en febrero cumplió 34 años, vive actualmente en Viena. Mantiene una buena relación con su madre, pero no tanto con su padre, quien también puso en duda su testimonio.
“Es imposible borrar de tu memoria a alguien con quien has pasado ocho años y medio de tu vida”, explicó sencillamente ella.
Sigue yendo a terapia para superar el trauma, pero le sigue siendo difícil volver a la normalidad.
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