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Rodrigo Cruz

Hace siete años decidimos recorrer en un auto el continente para entender el fenómeno del narcotráfico. Hoy viajamos por los países más violentos de la región para explicar por qué es la zona con más homicidios en el mundo.


¿Por qué se mata más en América Latina? Alejandra Sánchez Inzunza (México, 1986) y José Luis Pardo Veiras (España, 1985) son dos periodistas que decidieron recorrer los países más violentos del continente para entender, y después contar, por qué esta parte del mundo es considerada la más homicida. Un promedio de 400 personas asesinadas al día.

Su proyecto se llama “En malos pasos”. Años atrás emprendieron un viaje similar: a bordo de un Volkswagen, recorrieron los miles de kilómetros de Chile a México para explicar el fenómeno del narcotráfico. El resultado fue el libro de crónicas “Narcoamérica” (2015).

—¿Cuáles son esos patrones que se repiten que hacen de este continente el más violento del mundo?
A: Es muy difícil de simplificarlo. El homicidio es uno de los fenómenos más complejos que existen. No es simplemente una cuestión de políticas públicas y de problemas de cada país. Hay más cosas. Lo que se puede decir es que estos siete países [Brasil, Venezuela, Colombia, Honduras, El Salvador, Guatemala y México] son muy desiguales y tienen una cultura de la violencia muy antigua.

—¿Cuál es el perfil de la víctima en esos países?
A: El homicidio está concentrado en un sector de la población de estos países. La víctima, por lo general, es joven, negro, pobre y de la periferia. Pero cada país también tiene su perfil de víctima. Honduras tiene un alto nivel de feminicidio. Brasil es el país donde más activistas ambientales son asesinados.

—¿El homicidio en el continente está normalizado?
J: El proyecto nace de una paradoja: en América Latina la víctima de homicidio, que se supone es el delito más penado, está destinada al olvido y el victimario a la libertad. Se mata tanto y a tanta velocidad que ya no nos importan nuestros muertos. Lo que hacemos es explorar ese instante en el que alguien decide quitarle la vida a otro. ¿Cuáles fueron esas circunstancias económicas, sociales y culturales? Creo que a partir de ese momento decisivo, uno puede entender cuándo América Latina se volvió la zona más violenta del mundo.

—Antes que continúen, alguien puede preguntar cómo América Latina puede ser considerada más violenta que regiones como el Medio Oriente.
A: Lo que pasa es que en este caso se cuentan a los países sin un conflicto civil. Países que no están en guerra.

J: Si uno busca las 50 ciudades más violentas del mundo, 43 son latinoamericanas.

—¿Por qué se mata más en este continente? ¿Será porque el asesino siente que no tendrá un castigo?
J: Y porque nadie se escandaliza. Si uno va a una favela en Brasil y mata, por ejemplo, a 30 personas, se puede generar un escándalo, pero va a durar muy poco. ¿Por qué? Porque a esas personas las hemos excluido. Hemos construido distancias emocionales y psicológicas muy grandes entre las personas que matan y nosotros. El Estado no cuestiona, no castiga y también mata. Y al día siguiente no pasa nada.

—¿Somos una sociedad tolerante a la violencia?
A: Sí. Y la gente lo justifica. Esa fue la razón por la que le pusimos al proyecto “En malos pasos”. Porque cuando alguien es asesinado normalmente la respuesta es “seguro ha estado en malos pasos”. Es como decir: “Por algo lo mataron”. Se cree que el homicidio debe tener una razón anterior. Pero no necesariamente es así. Uno de los mitos es que el narcotráfico es el que más mata. Pero según la ONU, apenas genera el 30% de los homicidios. Los que más matan son los grupos de poder. Por ejemplo, las pandillas en Centroamérica. Ellos no matan por más droga, sino por su territorio.

J: Eso también tiene que ver con un mecanismo de defensa en las zonas pobres y marginales. Si uno ve que cada día matan gente en tu barrio, en tu comunidad, tienes que resistir y al día siguiente hacer tu vida. Es una manera de afrontar ese miedo. Lo hemos visto mucho en madres de víctimas que creían que eso no les iba a pasar. Lo que es muy criticable es que se estandarice como un discurso y que el gobierno termine justificando esas muertes.

—¿Se refieren a esos discursos políticos populistas que prometen mano dura?
J: Es como la cultura de los “matables”. Se hacen operaciones masivas y se crea la idea de que hay gente que no solo importa que muera, sino que está mejor muerta.

A: Y tampoco se investigan esas muertes. Por ejemplo, si soy un vecino que vive al lado de un criminal y me termina matando a mí, [la policía] no va a investigar lo que pasó, porque da por hecho que eso sucedió porque estaba en malos pasos. Y eso sucede ante la falta de una política pública de seguridad.

J: Es una lucha entre la razón y la emoción. Está comprobadísimo que las políticas de mano dura no funcionan. Sin embargo, la percepción es que a más policías ello se traduce en más seguridad. Y eso es un espacio por explorar: por qué no le hacemos caso al hecho y sí a la emoción.

—¿Y confían en que este panorama cambie?
A: Sí es posible reducir el homicidio. El punto es ponerlo sobre la mesa para empezar. Y el proyecto busca eso: hablemos de homicidio. Y no como algo secundario.

J: Lo bueno es que se ha hecho tan poco que queda mucho por hacer. Nuestra labor es entender el fenómeno.

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