La cúpula militar de Estados Unidos ha sido muy clara al mostrar su convicción de que será necesaria una guerra larga y compleja con la intervención de Siria e Iraq para desplazar el autodenominado “califato” del Estado Islámico (EI).
Pero hay una gran cantidad de problemas complejos e independientes en esas dos naciones que deberán resolverse para que eso pase.
Muchos fundamentos políticos, relaciones y alianzas deberán cambiar.
Tomará tiempo, probablemente mucho, y con el paso de los días, el problema se hará mayor conforme los militantes del EI se vayan arraigando en la zona.
De momento, ya son un enemigo bastante mayor de lo que llegó a ser su organización mentora Al Qaeda, según reconoció el Pentágono.
EI controla grandes franjas de territorios de Siria e Iraq, y administra ciudades y municipios que congregan a millones de personas.
Está tan bien financiada y armada que tiene una independencia armamentística y económica que le permite alejarse de toda influencia de socios externos.
A sus filas se han unido miles de militantes de lugares como Mosul (Irak) donde con dinero es fácil convencer a jóvenes desempleados.
En el terreno, sus combatientes no sólo han mostrado un feroz fanatismo y un dominio de la artillería avanzada que han conseguido, sino que también han mostrado impresionantes habilidades tácticas y estratégicas, con ofensivas en amplias áreas separadas a la vez.
Búsqueda de aliados
Obviamente, Occidente es reticente a enviar fuerzas terrestres a combatir por motivos históricos.
No se trata sólo de que los ciudadanos de sus países estén en contra de la idea de que un gran número de soldados puedan volver a casa en bolsas de plástico en lo que podría ser un compromiso sin final a la vista.
Los líderes del Pentágono también sabían que la intervención de Estados Unidos en el terreno podría agravar la situación y podría resultar en algo altamente contraproducente.
Simplemente, mediante ofensivas aéreas se podrían conseguir algunos objetivos tácticos pero no tendrían ninguna posibilidad de resolver el conflicto y de desplazar al EI. Por eso, ese tipo de ataques deberían ser coordinados con el avance de las fuerzas de aliados locales sobre el terreno.
Eso es lo que está pasando en el norte de Iraq donde, con la ayuda de las ofensivas aéreas estadounidenses, los peshmerga han empezado a revertir los sorprendentes avances hechos por los radicales del EI con su avance sobre el Kurdistán hace dos semanas.
Pero el caso kurdo es comparativamente simple: han sido aliados de Occidente durante décadas y son socios naturales. Sin embargo, esa misma pauta no puede ser simplemente replicada en el resto de Irak y extendida a Siria.
Extrañas parejas
En Iraq, una faceta importante del conflicto que se propaga cada día en muchas partes del país es una guerra civil sectaria entre la clase dirigente de Bagdad, de mayoría chiíta, y los sunitas alienados por las políticas divisivas del primer ministro Nouri Maliki, que sigue en el cargo mientras su sucesor Haidar al Abadi forma gobierno.
Los militantes del EI han sido capaces de subirse a la ola de descontento de los sunitas con el gobierno de Bagdad.
Los rebeldes sunitas, con sus entendibles quejas, están confundidos con los radicales del EI, por lo que si EE.UU. se metiera a combatir a los extremistas, se arriesgarían a indignar a los sunitas iraquíes aún más y a que se les acuse de querer apoyar a una parte en la guerra civil.
Por eso, Estados Unidos está deseando ver el surgimiento de un nuevo gobierno iraquí totalmente inclusivo que reequilibre poderes y forme una plataforma de una ofensiva unificada nacional contra el EI.
Y eso es un verdadero desafío. Además de la resistencia chíita a las peticiones sunitas para que se les dé más poder, hay muchas corrientes de opinión sunitas que varían de ideas como la fórmula de poder compatido que más les convendría: devolución, autonomía, autoseguridad...
La idea es retirarle al EI la ayuda de los sunitas para aislarlos y darles un golpe con una coalición de fuerzas que involucre a los combatientes nacionalistas sunitas iraquíes y a antiguas unidades del ejército, los peshmerga kurdos -si consiguen superar su rechazo a moverse a áreas de mayoría chíita- y quizás incluso a fuerzas regionales de países vecinos que podría incluir a Irán.
Es difícil de imaginar pero el recrudecimiento de la crisis crea extrañas parejas.
¿Restablecimiento de Asad?
También en el norte de Iraq, los turcos kurdos del PKK (el Partido de los Trabajadores del Kurdistán) han estado involucrados en la ofensiva contra el EI junto con las fuerzas peshmerga del dominante Partido Kurdo Iraquí, el KDP, con el que ha estado fuertemente reñido a nivel político.
Mientras que en el norte de Siria, los sirios kurdos crearon el Partido de la Unión Democrática y su brazo militar, y consiguieron romper el mito de la invencibilidad del EI al levantarse contra los islamistas radicales por meses, con muy poca ayuda exterior y sin cobertura aérea.
Así que Estados Unidos en Iraq ya tiene aliados tácitos del lado del PKK, organización a la que Washington y su aliado de la OTAN, Turquía, ven oficialmente como una organización terrorista.
Entonces, ¿qué viene después? ¿Una convergencia similar de los intereses de Estados Unidos con Irán y las milicias satélites chiítas como Hezbollá?
Han pasado cosas extrañas y pueden ponerse más raras, dada la magnitud del reto de combatir a EI.
Lo mismo ocurre con Siria, donde el gobierno está calentando motores para conseguir la rehabilitación internacional al pedir su puesto como socio en la campaña contra la presencia de radicales, algo que muchos le han acusado de permitir y estimular para tachar a toda la oposición con la etiqueta de “terrorista”.
¿Es tan fuerte la percepción de amenaza del EI que los poderes occidentales olvidarán su oposición a Bashar al Asad, se aliarán con él y presionarán a sus aliados de la oposición que dejen al lado su propia razón de ser y empleen todo su tiempo en combatir a los radicales con las fuerzas gubernamentales?
Las ofensivas aéreas en Libia conseguirán poco y además serán muy difíciles de llevar a cabo sin colaborar con, o destruir, el sistema de defensa aéreo del régimen.
Es todo muy difícil de imaginar. Pero hasta hace poco, la actual pesadilla era también inimaginable.
Deberán venir muchos reajustes radicales, por desagradables que parezcan, si este reto se toma en serio.