(Ilustración: El Comercio)
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Omar Awapara

Es inevitable pensar en el impacto que los hechos de esta semana van a tener sobre el sistema político. Como bien señalara , los destapes “constituyen un golpe durísimo para las causas democráticas y la construcción de instituciones”, endebles ellas a pesar de más de dos décadas de elecciones competitivas y debilitadas tras casi cinco años de lucha incesante que se ha llevado a ministros, gabinetes, presidentes y un Congreso.

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Un detalle no menor es que este escándalo nos coge , adonde íbamos con la esperanza de intentar cerrar un ciclo marcado por el conflicto político y abrir uno con el mandato de superar la crisis sanitaria y económica con la que convivimos hace casi un año.

Y, sin embargo, nadie convence, como lo demuestra . Pensando en causas democráticas y desarrollo institucional, hay algo más profundo en juego estos días que movimientos nimios, muy cercanos al error estadístico, en los sondeos. Hay tendencias, es cierto, que parecen favorecer o condenar a algunos candidatos. Pero lo más relevante, a mi entender, es que solo dos candidatos superan el 10% a dos meses de las elecciones presidenciales y, sobre todo, que ninguno pasa del 11 por ciento.

No es que la pandemia o la crisis nos distraigan del proceso electoral, como sostienen algunos analistas. Al revés, creo. Hay tanto en juego en esta elección que muchos (me incluyo) esperará a recaudar la mayor información posible para tomar una decisión. Es solo un ejemplo, pero estamos enfrentando una dura batalla en múltiples frentes, y la estrategia del puntero de aquellos de quienes aspiran a liderarnos es guardar silencio. ¿Cómo es posible exigirle al electorado que decida su voto con tiempo si no tiene con qué formarlo en primer lugar?

Por otro lado, quien asuma en julio tiene ante sí una tarea titánica, y escándalos como ‘’ solo refuerzan la percepción de que no hay nadie preparado para asumirla. Podemos esbozar muchas hipótesis mientras algunos ya se regocijan con ver a sus enemigos sucumbir, pero lo cierto es que una mayoría importante de la población confió en su momento en Vizcarra y algunos de sus ministros, así como de alguna manera depositó su voto en presidentes que en los últimos años no han hecho más que defraudar dicha confianza. Es con esa sensación en la boca, con ese hastío, y con el duelo, por supuesto, que se nos pregunta por quién votar, y resulta lo más lógico y racional no responder, o dar un nombre quizás, sin mayor seguridad o compromiso. Y si hay algo que sí aumenta es el antivoto.

En un escenario así perdemos todos. Vamos a ir a votar indignados, decepcionados, mermados, hastiados, agotados. Cuando el apoyo a la mayoría de candidatos es volátil y tibio, la cancha está servida para una arremetida sorpresiva e inesperada en abril. Sea cual sea el resultado final, lamentablemente, todo hace indicar que en todos los frentes (económico, sanitario, político) el 2021 tendrá más de continuidad que de cambio respecto al año anterior. Y no veo cómo culpar de ello a los que cumplen con votar.

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