(Foto: Andina)
(Foto: Andina)

Desde el inicio del gobierno de se ha afirmado con frecuencia que sus ministros y colaboradores tecnócratas deberían hacer “más política”. Y que esa omisión es un obstáculo para que sus propuestas puedan avanzar con la rapidez y la eficacia deseadas. Considero que es preciso enfrentar este repetido equívoco.

Se considera que los tecnócratas son una clase o grupo que debe ejercer el poder porque son los que más saben, una élite de expertos en la dirección de la sociedad. Ello trae como consecuencia la pérdida de importancia de la política frente a la técnica en la búsqueda de soluciones a los problemas sociales y económicos. Por tanto, la política entendida como diálogo o confrontación ideológica es sustituida por la certeza de la técnica, a la que se considera mucho más eficaz. Pero los gobiernos tecnocráticos nunca han sido populares, pues están lejos de los arrebatos nacionalistas o populistas que arropan a los líderes mesiánicos.

De otro lado, las élites científicas y técnicas no constituyen una clase dominante en las democracias avanzadas, aunque tienen influencia importante en el proceso de tomas de decisiones. La clase dominante es la política, que en estos días se asienta o convive con el capitalismo financiero transnacional.

Es probable que los tecnócratas que acompañan al de PPK sean personas con amplios conocimientos técnicos, pero su natural enfoque proviene de su experiencia en el mundo de la empresa privada, donde es necesario resolver los problemas con los elementos o variables conocidas que se tienen a la mano. No hay consulta previa en ese proceso. El premio es el acierto, el prever lo que puede suceder en el futuro.

No es que no exista en ellos ideología, sino que está subordinada a esos procesos decisorios que casi siempre están vinculados a la defensa del statu quo y, por tanto, a la protección de los intereses privados con los que se sienten naturalmente identificados. En otros términos, están preparados para “administrar” y dar resultados en una tarea en la cual las variables sociales, ideológicas e históricas están en un segundo plano.

Es comprensible que algunos observadores le pidan al gobierno de PPK que llame a más tecnócratas buscando que sea más eficiente, creyendo que así recuperará popularidad. Pero pedirles a los tecnócratas que hagan “política” es una tarea que no está en sus habilidades. No están preparados para ello, y menos para enfrentar al populismo arbitrario y procaz del fujimorismo en el Congreso y en los medios que dominan. Están acostumbrados a las discusiones gerenciales, a las polémicas técnicas en los directorios empresariales. Ni siquiera han podido defender con gallardía y convicción una propuesta con tanto argumento a favor como es la de la reforma educativa.

En el mundo de los negocios no es malo, es más bien aconsejable transar en el momento apropiado. En la política, en cambio, es preciso insistir con terquedad, porque si no se pierde el rastro de lo que se propone. Por todo ello la ambiciosa propuesta de “revolución social” del presidente probablemente naufragará con la tecnocracia que lo acompaña.

La política es convocar, inflamar, convencer a las masas de que existe no solo una solución técnica, sino un futuro compartido, una ilusión por la cual luchar. Terminada la merienda cotidiana, la población desea soñar, que le digan no cuántos asaltos hay cada mañana sino que ellos se acabarán pronto, que el reino de la abundancia y del descanso esté cercano.

Todo eso es tarea política y para políticos, no para tecnócratas. Ingrediente indispensable para llevar a buen puerto una auténtica “revolución social”, que no es otra cosa que un bienestar general a nuestra medida. Y esperemos que no sea tarea para los populistas que predominan con descaro en el Congreso, porque entonces no habrá revolución democrática, sino regresión autoritaria.