Aprendiendo del desastre, Ricardo Bohl Pazos
Aprendiendo del desastre, Ricardo Bohl Pazos

La cantidad y la magnitud de los recientes desastres relacionados a las condiciones climáticas e hídricas que hemos vivido en estos días en el país dejarán una huella imborrable en nuestra memoria. Se trata de un verdadero desastre nacional en varios niveles: económico, social, institucional y posiblemente hasta político. A esto contribuyen las imágenes registradas por los medios, las redes sociales o las propias experiencias de quienes estuvimos presentes durante el desastre.

El despliegue de poder que la naturaleza ha mostrado evidencia lo poco que sabemos de sus dinámicas naturales. Sorprende que como sociedad sigamos percibiendo que esto ocurre “sin avisar”. ¿Será posible que esta vez, de una vez y por fin, podamos recoger lecciones y aplicarlas para redefinir el modelo de desarrollo territorial que hemos planteado?

Del miedo y el dolor causados por las pérdidas de infraestructura, bienes y vidas, debemos pasar a la acción lo más pronto posible. Los desastres no avisan ni tienen los mismos ritmos que la administración pública o los procesos sociales. Tampoco pueden esperar los damnificados, heridos, deudos, inversionistas, empresarios o quien haya sido afectado por un desastre.

Mientras que actuamos, casi a tientas, debemos de una vez reflexionar seriamente acerca del complejo proceso que forja un desastre buscando aprender lo más posible y descubrir qué oportunidades tenemos por delante.

No es la primera vez que un desastre como este ocurre en tiempos recientes y tampoco será la última. Pero por lo menos, deberíamos estar seguros de poner en práctica medidas que reduzcan nuestra vulnerabilidad y las dimensiones de futuros desastres. En otros países, desastres similares dieron origen a cambios radicales en normas técnicas, procesos de planificación, cambios en la formación de carreras profesionales y muchas otras acciones que por alguna razón en el Perú todavía parecen un imposible.

La teoría básica de la materia nos dice claramente que un desastre es el resultado de la interacción de uno o varios fenómenos naturales peligrosos, así como de los niveles de vulnerabilidad que tenemos. Es poco lo que podemos hacer para evitar un fenómeno natural peligroso. Sería inocente pretender evitar una lluvia torrencial, un terremoto o un tsunami. En cambio, algo que sí depende completamente de nosotros es el factor de vulnerabilidad. Este componente humano es altamente complejo y en él intervienen muchas otras variables (localizacional, técnica, económica, cultural, educacional, política y hasta religiosa). La conjunción de varias vulnerabilidades puede resultar en un incremento geométrico en la magnitud de un desastre. Por ejemplo, si además de que nuestra casa esté ubicada a la orilla de un río, no sabemos o no aceptamos que el rio tiene crecidas extraordinarias periódicamente, y a esto le sumamos que el municipio no tiene un plan de ordenamiento territorial, es poco probable que podamos evitar el desastre.

En países con una mejor cultura de prevención, como Japón o Chile, un terremoto pocas veces deja fallecidos o heridos. Y no se trata solo de infraestructuras construidas con estándares estrictos que superen largamente los de otros países, sino que además es importante contar con una población informada que sabe reaccionar, que confía en sus estructuras, que tiene un sistema de alerta efectivo y uno de respuesta aún mejor.

En el caso peruano, las pocas instituciones públicas y privadas que estudian los desastres han hecho importantes esfuerzos en realizar estudios y producir información que las autoridades municipales y regionales parecen ignorar. Los mapas de vulnerabilidad están en línea, los mapas de peligros naturales también, lo mismo con los planes de evacuación. ¿Qué está fallando entonces?

Necesitamos urgentemente una mayor cultura de prevención. Una cultura en la que la planificación no sea reactiva, sino preventiva y propositiva. Una cultura que evite construir un puente o un edificio que dure hasta el próximo huaico o hasta el próximo terremoto. No nos podemos seguir permitiendo perder hijos o amigos. Tampoco empresas o bienes que se deterioran en las carreteras bloqueadas. Infraestructura que debe ser hecha nuevamente porque no se calculó un fenómeno extraordinario, a sabiendas de lo frecuentes que son en nuestro país.

¿Cómo vamos reconstruir una zona afectada si no podemos rehabilitar un solo barrio de Lima? Pisco hoy muestra aún las heridas del terremoto del 2007. Perdimos la oportunidad de hacer de esta una nueva ciudad, proponer un nuevo modelo de ciudad para el resto del país, una en donde cualquiera quisiera vivir. En cambio, Pisco sigue mostrando sus heridas. Sus casas abandonadas con paredes a punto de caerse, sus barrios enteros sin vida económica y sus terrenos vacíos o con casas de madera prefabricadas nos recuerdan que preferimos la precariedad y las cosas hechas a medias.

¿Qué podemos hacer? ¿Cómo saber si los protocolos y los planes funcionan? Pues poniéndolos a prueba. Si los hospitales están como están un día normal, ¿nos podemos imaginar lo que sucedería en caso de un desastre? Empecemos por atender los pequeños desastres. Podríamos hacer no solo simulacros, sino que un pequeño sismo o que un pequeño huaico active todos los protocolos de acción. Actuar ante pequeños desastres permitiría desarrollar capacidades en los sistemas de respuesta y recuperación. También nos recordaría lo frágiles que somos y lo importante que es estar atentos a las señales que nos da la naturaleza, pero sobre todo nos permitiría desarrollar confianza en que como sociedad somos capaces no solo de enfrentar un desastre, sino, además, de prevenirlo.