(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Romeo Grompone

Comenzar un artículo citando a un académico puede ser tedioso para el lector y una renuncia a la imaginación de quien escribe. Daría la impresión de que el redactor no se atreve a pensar por su propia cuenta y riesgo. El consuelo o la salida es si al concepto lo acompaña una imagen. Ganamos todos en ello, recurriendo a la sensibilidad o la contundencia. El politólogo Gabriel Negretto señala que en presidencialismos que no cuentan con una mayoría en el Congreso y que encuentran trabas para formar coaliciones, puede darse lo que él llama “intervalos de atascamiento”. En tal juego, nadie gana del todo, nadie sabe tampoco hacia dónde se va. Por razones que no vienen al caso considerar esta vez, no es exactamente el razonamiento del autor para el caso peruano, pero me tomo la licencia de aplicarlo.

De modo menos riguroso, se puede acudir también a la idea del GPS, que al fin de cuentas fue una innovación desde la guerra. Y, si bien en tono menor, lo de ahora también se trata de combates. Solo que esta vez, cuando de iniciativas del Ejecutivo se trata, en vías que antes tenían un tránsito fluido ahora se encuentran calles con barreras, otras en reparación, camiones en obras de construcción e inesperados embotellamientos.

¿Acaso se podía prever esto desde el desenlace electoral? ganó el Ejecutivo, pero había 73 legisladores opositores que no anticiparon sino días antes una derrota y que no estaban dispuestos a establecer consensos mínimos ante un presidente que cuestionaban. Ahora estamos ante un gobierno al que le faltan negociadores en circunstancias más que complejas y que no puede hacer concesiones, no tanto, o no tan solo, por la falta de voluntad de realizarlas, sino por la falta de disposición de aceptarlas por Fuerza Popular. Me da la impresión de que esta situación no obedece solamente a la falta de operadores políticos desde el Ejecutivo. En circunstancias como la presente no podrían encontrarse soluciones alternativas ante los hechos consumados tanto por el juego normal de poderes como por la animadversión de , a veces expuesta abiertamente, otras al acecho.

Solo queda, si no se altera radicalmente la situación, el obligado recurso del presentismo. El día a día que obnubila las perspectivas de pensar ordenadamente las políticas de mediano y largo plazo. Y por el lado de la oposición, de Fuerza Popular queda esperar un manejo de tiempos políticos a través de llamados a comisiones, interpelaciones y censuras; todo en un cálculo que tampoco resulta sencillo de hacer, y en el que solo se contemplan intereses políticos. Plantearse como la agrupación que se reserva al final las decisiones del Legislativo, no obstante, puede tener costos para el fujimorismo. Tal estilo requiere de perspicacia. Un ejercicio supuestamente fiscalizador, si se usa en cada ocasión, lleva al desgaste de quien lo esgrime. No otorgar momentos de tregua agota, y puede verse, a la larga, como una desmesurada práctica obstruccionista.

En todo este proceso no importan solo las decisiones que efectivamente toman los poderes del Estado, sino también el círculo inescrutable de las decisiones que no se pueden tomar, aquellas que podemos conjeturar que ingresan en el terreno de las oportunidades perdidas. Estamos en una caja negra, pero las cajas negras, si se encuentran, pueden ayudar a entender muchas cosas. Conocer su contenido puede ser cuestión de tiempo y esa información puede ayudar a comprender la fortaleza de las fuerzas en pugna y a intuir además lo irremisiblemente perdido.

Tal como está planteada la situación actual, el Ejecutivo ingresa en el peligroso terreno de los sacrificios, la reconvención, las medidas que se afirman y se niegan después. Y, por parte de algunos legisladores de Fuerza Popular, en el denuesto. Vizcarra debería haberse apartado del cargo ministerial renunciando meses antes –ello al margen de las consideraciones sobre la calidad de su gestión–, porque el cuestionamiento al aeropuerto de Chinchero, en el que no tuvo otra alternativa que llegar tardíamente a la escena con los hechos consumados, iba a estallar y eran previsibles las idas y vueltas en las opciones que se iban tomando. Su renuncia, como en el tango “Tarde”, ocurre “ahora que no es hora para nada”.

La distancia que Zavala marca entre el “respeto” y la “fiscalización” suena como a una razonable enunciación de principios y, por supuesto, estos valen como lo que son y deben practicarse, pero se encuentran un paso atrás –en política– de hacer valer una posición. Y en este escenario resulta desestabilizador que la Contraloría General de la República se haya apegado tanto a la coyuntura. En un organismo técnico de su naturaleza, esta actitud conspira contra la eficacia que debería demostrar y las garantías que debería exhibir. Lo que resulta más que riesgoso, sobre todo ante las numerosas y fundamentadas acusaciones de corrupción que involucran a autoridades en diferentes gobiernos e instancias de decisión. Reclamar protagonismo en cada acontecimiento va en el camino contrario a un adecuado discernimiento.

Acaso cabría invocar un protagonismo de voluntades ciudadanas y a una sociedad civil que se muestra por ahora débil y elusiva, o, ya en un pragmatismo más descarnado, argumentar, y que se convenza, que en parte de nuestra clase política –no en toda– el despeñadero se encuentra más cercano de lo que imaginan. Y sería bueno consultar el GPS o apenas un mapa.