Callao de exportación, por Martín Soto Florián
Callao de exportación, por Martín Soto Florián
Martín Soto Florián

Olas de asesinatos inundan el país. Veloces, zigzaguean las calles; sin pausa pero sin prisa, disparan una, dos, diez veces. El retrovisor de sus motos deja atrás pánico y desconcierto. 

Hace poco fue capturado Gerson Gálvez, alias ‘Caracol’, y antes Gerald Oropeza. En ambos casos supimos de sus amores, autos y fiestas. De su red criminal, la ruta de la droga y sus containers ‘preñados’, muy poco. De la relación entre el narcotráfico, las bandas y el sicariato, nada.

Desde diciembre del año pasado, el Callao se encuentra en estado de emergencia, el que se ha prorrogado ya tres veces. Más de 3.000 policías custodian la provincia constitucional y han capturado a más de 1.000 delincuentes, de los cuales 200 serían sicarios. Pese a ello, cada semana se registran al menos tres asesinatos de gran ferocidad.

¿Por qué escribo del Callao? Porque es la madre del cordero. No por nada es el hogar de los sicarios de rostro tapado que salen por televisión y el centro de operaciones de las bandas más importantes.

En este escenario, aparecen de forma repetida los nombres de autoridades de un exitoso movimiento político que, apropiándose del grito de guerra chalaco, gobierna la provincia desde hace más de 20 años. 

Fundado por un ex pepecista que le ganó la elección a Kurt Woll, dicen, quienes lo conocieron, que parecía el salvador del Callao y, por qué no, del Perú. Bajo su guardia se produjo la gran infraestructura que antes no existía, pero también llegaron las bandas y el crimen organizado. 

Llegaron, hay que decirlo, primero como trabajadores municipales, luego como autónomos. Este fantástico experimento –incorporar ‘choros plantados’ y futuros extorsionadores a labores de seguridad ciudadana– produjo que los barrios del Callao se enfrentaran primero por puestos de trabajo y, luego, por el cobro de cupos a empresarios de la construcción y por protección del narcotráfico.

¿Dónde se origina el problema? En la droga y la corrupción. ¿Cómo se origina? Con la extraña relación entre política y crimen organizado.

¿Pero qué ha pasado en el Callao? Al vuelo y de memoria: denuncias de obras adjudicadas sin licitación, mecánicos nombrados gerentes y rankeados criminales que trabajan en seguridad y limpieza. Planillas fantasmas, reglaje a adversarios políticos, el negocio del peaje, el fraude de las fotopapeletas, las extorsiones de construcción civil y el tráfico de terrenos en Ventanilla. También las vinculaciones entre gerentes municipales –de seguridad ciudadana– y el clan Orellana, y los 460 estibadores que controlan el tráfico de carga y los camiones llenos de droga.

Todo ello sin contar los asesinatos que se cometen con armas de guerra, en los cuales la víctima recibe no menos de 15 disparos a manos de un sicario que alguna vez estuvo en la planilla municipal o regional. 

Controlar la inseguridad, en contextos de desigualdad y exclusión, es una tarea compleja. En este renglón, como sociedad hemos hecho muy poco. Así, fenómenos otrora restringidos a un espacio determinado hoy se derraman a todo el país y amenazan ser parte de una nueva normalidad compartida.

Hoy, algunos asesinatos no se producen más en Gambetta Baja sino en San Borja. La razón es sencilla: el Callao pos-Kouri no es Áncash, es peor y queda a 5 minutos de Lima. Atentos: las bandas amenazan con dar una gran gira por la capital y alrededores. Cualquier día aparecen tocando en tu barrio.