
Hay una diferencia entre un tribunal y un jurado. El tribunal resuelve conflictos con base en la ley, no puede apartarse de ella. Un jurado, en cambio, se basa en el criterio de conciencia.
El criterio de conciencia le permite a un jurado resolver casos sobre la base de otros elementos de juicio, tales como la ética, la moral, los valores en una sociedad. El Jurado Nacional de Elecciones (JNE), como su nombre lo indica, no es un tribunal de justicia, no se llama tribunal electoral, es un jurado.
Por consiguiente, se encuentra habilitado para, con base en el criterio de conciencia, inhabilitar a los partidos políticos que han conseguido su registro con firmas y huellas dactilares falsas, porque se trata de una inscripción fraudulenta.
Es evidente el vacío de la ley electoral que no sanciona expresamente a los partidos que cometen una inscripción fraudulenta. Frente a ese vacío, no hay lagunas en el derecho. Debe complementarse con el criterio de conciencia al que está autorizado el jurado por su naturaleza jurídica.
Por consiguiente, el jurado se encuentra plenamente habilitado para, primero, establecer un criterio para definir el margen de error y, por encima de él, establecer cuando estamos frente a una acción fraudulenta. En este supuesto, el jurado puede inmediatamente cancelar la inscripción de los partidos políticos que han actuado fraudulentamente.
La democracia no puede aceptar la posibilidad de que un candidato a parlamentario, senador, diputado o inclusive a presidente pueda ser elegido por un partido que tenga una inscripción con firmas falsas.
Eso es inaceptable. Por consiguiente, el JNE debe actuar con la mayor drasticidad, cancelando la inscripción de estos partidos políticos con el criterio de conciencia.
Lo que está en juego es la credibilidad del proceso electoral. Hemos tenido en el pasado ya procesos electorales en los que ha habido una gran polémica. En esta oportunidad, el JNE se encuentra plenamente habilitado para devolverle al sistema la independencia y credibilidad que son necesarias.
Apenas 30 días después de haber sido convocadas, y a 11 largos meses de su llegada, las elecciones del 2026 se enfrentan ya a una primera alerta. Esta semana se ha hecho público que 32 de las 43 agrupaciones políticas inscritas ante el Jurado Nacional de Elecciones incluyeron afiliaciones indebidas. Un eufemismo en ausencia de una sentencia judicial que confirme el uso de firmas falsas para satisfacer el requisito establecido por ley. Dicho remezón, además, sorprende a los organismos del sistema electoral desarmados para evitar el problema, en primer lugar, y para castigarlo, en segundo. La tarea de verificar las firmas reside en las manos de personal del Reniec, pero esta se hace de manera manual, cotejando datos y firmas literalmente al ojo.
Así que la primera reacción a este hecho debe ser preventiva. Existe ya en el Parlamento un proyecto de ley para que el proceso de afiliación partidaria sea digital y que el Reniec pueda utilizar un control biométrico. Reemplazando procedimientos anacrónicos por herramientas tecnológicas podemos dar un paso para evitar inscripciones cuestionadas.
Siendo realistas, siempre existe la posibilidad de que se vulnere la norma, por un medio u otro. Y en esa instancia, el sistema debe estar preparado para sancionar. Hoy, con los comicios ya convocados, esa posibilidad no existe, lamentablemente. En caso se quiera hacer algún cambio inmediato debe ser ágil y contundente, a la vez que consensuado y cuidadoso, para evitar implementar una solución efectista que al final enturbie el proceso. En el futuro, es imperativo modificar la Ley de Organizaciones Políticas para incorporar como una causal para cancelar la inscripción o declarar la ilegalidad de un partido que este haya incluido firmas falsas en el proceso de inscripción.
Aun así, ante procesos judiciales que se puedan postergar indefinidamente siempre nos queda a nosotros, la ciudadanía, castigar en las urnas a aquellas agrupaciones con conductas sin ética que han pretendido colarse a la fiesta sin pagar su entrada. Si ya sabemos cómo son, ¿por qué habríamos de volver a invitarlas?