"La proclamación del 28 de julio, como ha mostrado Pablo Ortemberg, fue nada más y nada menos que una recreación de las ceremonias monárquicas de celebración del poder". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La proclamación del 28 de julio, como ha mostrado Pablo Ortemberg, fue nada más y nada menos que una recreación de las ceremonias monárquicas de celebración del poder". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Natalia Sobrevilla Perea

Desde hace 198 años, cada mes de julio nos ponemos patriotas, y decoramos todo con escarapelas y banderas blanquirrojas, ¿pero qué celebramos? El proceso de fue mucho más largo y complejo que un par de días en medio del invierno limeño de 1821.

Algunos consideran que comenzó en 1780, con el levantamiento de José Gabriel Condorcanqui, quien adoptó el nombre de Túpac Amaru. Otros señalan los alzamientos de Tacna en 1811, Huánuco en 1812 o el Cusco en 1814. ¿Pero acaso alguno de ellos imaginaba el que hoy conocemos? Probablemente no: sus sueños estaban mucho más cerca de recrear un imperio incaico cuyo centro hubiera estado, sin duda, en una ciudad que no fuera Lima. Hace 200 años, en 1819, algunos ya habían optado por la independencia, con el apoyo de la escuadra libertadora comenzando por Supe y siguiendo por todas las ciudades y pueblos por donde pasó la expedición dirigida por Juan Antonio Álvarez de Arenales en 1820. Ica, Ayacucho, Huancayo, Tarma y Cerro de Pasco se declararon independientes, y en diciembre de ese mismo año toda la Intendencia de Trujillo eligió abandonar la corona española, con declaraciones en la ciudad homónima, Piura, Cajamarca, y hasta en Chachapoyas.

Lo que celebramos no es ni el 15 de julio, que fue el día en que los representantes de la corporación municipal firmaron la declaración de independencia en Lima. El poder del centro del virreinato peruano era inmenso, pero la ciudad no fue conquistada; no se dieron batallas, ni siquiera escaramuzas. Los realistas simplemente la abandonaron para fortalecerse, primero en la sierra central y finalmente en el Cusco, donde establecieron otra capital virreinal desde donde continuaron la guerra hasta 1824, llegando a tomar el control de Lima dos veces antes de su derrota final en Ayacucho.

Lo que celebramos más bien es la proclamación, un acto de altísimo valor simbólico que tuvo tan en claro que dejó por escrito y como legislación la forma en que debía celebrarse en el futuro, un guion que como nación hemos venido repitiendo religiosamente por 198 años y que nos preparamos a dar absoluto protagonismo en los próximos dos años hasta llegar al bicentenario.

¿Pero qué fue lo que ideó San Martín? La proclamación del 28 de julio, como ha mostrado Pablo Ortemberg, fue nada más y nada menos que una recreación de las ceremonias monárquicas de celebración del poder. En las cuatro plazas mas importantes de la ciudad, con un recorrido ya prescrito, se levantaba una tarima donde las autoridades luciendo las banderas y pendones hacían declaraciones públicas. En el caso de la llegada de un nuevo rey, se compartía su imagen, su simulacro, y cuando se juró la Constitución de Cádiz en 1812 y 1820, la versión impresa.

San Martín, que conocía la importancia de las representaciones, ya había diseñado la bandera peruana eligiendo el blanco y rojo, con referencia a la bandera realista conocida como la Cruz de Borgoña, una cruz roja sobre un fondo blanco. Las escarapelas blanquirrojas recordaban no solamente las albicelestes de Buenos Aires, sino también las rosetas de la Revolución Francesa. Con toda esa parafernalia subió al estrado a dar las palabras que todos conocemos por fuerza de la repetición. Luego siguiendo la tradición se cantó un tedeum y en la noche se dieron bailes en lo que había sido el Palacio de los Virreyes. En su legislación futura San Martín indicó que cada año debería celebrarse un acto público el 28, una misa y tedeum; a grandes rasgos, lo que hacemos hasta hoy.

Lo que celebramos, entonces, es el nacimiento simbólico del Perú como nación y la fecha nos sirve de excusa para reflexionar sobre lo que hemos sido en estos últimos 200 años y en lo que nos queremos convertir. Conocer que conmemoramos nos permite pensar en la compleja creación de una nación encima de lo existente. La proclamación es una metáfora: San Martín dio la ley de vientres libres, pero no abolió la esclavitud; decretó que todos los habitantes del país se llamarían peruanos, y al poco tiempo se comenzó a llamar peruanos solamente a los indios. El Perú independiente se alzó encima de un andamiaje colonial. Doscientos años más tarde debemos preguntarnos cuánto de esto sigue siendo así, y qué es lo que podemos hacer para cambiarlo.