Cien años son solo el comienzo, por Marcial Rubio
Cien años son solo el comienzo, por Marcial Rubio

La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) nació hace cien años para ofrecer a jóvenes peruanos una formación académica y católica, en estrecha vinculación con los múltiples problemas de la sociedad peruana y, especialmente, con los que enfrentaban –y aún enfrentan– sus sectores sociales más necesitados. El permiso de funcionamiento lo solicitó nuestro fundador, el padre Jorge Dintilhac, y la autorización respectiva fue dada por el Estado Peruano mediante una resolución suprema del 24 de marzo de 1917. Con un pequeñísimo número de alumnos, la entonces llamada Universidad Católica de Lima, empezó a funcionar aquel mismo año en dos aulas prestadas por la Congregación de los Sagrados Corazones en su claustro de la Plaza Francia. 

En 1942, en ocasión de su vigésimo quinto aniversario, su santidad Pío XII la erigió como universidad pontificia y adoptó su nombre actual. 

Desde su fundación hasta 1949, San Marcos tomaba los exámenes más importantes a los alumnos de la Universidad Católica porque esta no podía dar grados y títulos por sí misma. Esta atribución se le otorgó ese año. 

A partir de 1944, la PUCP empezó a recibir los beneficios de la herencia de su principal benefactor, don José de la Riva-Agüero. Con ello pudo devolver las aulas prestadas a la orden de los Sagrados Corazones y utilizar diversas casas del Centro de Lima como locales de sus facultades. 

Desde 1961 hubo estudios de ingeniería en el actual campus del fundo Pando. Diez años más tarde, se inició la mudanza de todas las unidades esparcidas por el Centro de Lima. La Facultad de Derecho permaneció en Lima Cuadrada hasta que el terremoto del 3 de octubre de 1974 –que empeoró lo causado por el de 1970– la hizo mudarse a Pando: la Casa Riva-Agüero ya no soportaría con seguridad a los cientos de alumnos de Derecho. Así se concluyó el traslado al actual campus universitario. 

La PUCP trata de ser una universidad del Perú y para todo el Perú, sin invadir desde Lima para no acentuar el centralismo. Por eso, desde hace más de diez años compartimos con la Universidad Peruana Cayetano Heredia y veinte universidades hermanas de otras regiones distintas a Lima –diecisiete de las cuales son universidades públicas– la Red Peruana de Universidades, una suma de esfuerzos gracias a la cual recibimos cientos de estudiantes becados en nuestro campus y, asimismo, un número significativo de profesores que participan en nuestra vida académica de diversas formas. Aspiramos a compartir conocimientos, capacidades e instalaciones, dándonos un inmenso abrazo universitario y peruano. Nuestro lema es: “La Red Peruana de Universidades es una Universidad tan grande como el Perú”. 

La formación académica, humana y cristiana brindada con respeto a la libertad de credo que es esencial al cristianismo y a la libertad de cátedra; la constante búsqueda de la verdad en los conocimientos que la humanidad persigue desde sus orígenes con paciencia, acierto y error; el Perú como destino de nuestros esfuerzos, y “la opción preferente por los pobres” enseñada por los papas fueron el desvelo de nuestros quehaceres durante los cien años pasados y lo seguirán siendo en el futuro. En lo inmediato, nuestra comunidad universitaria trabaja ya en colaboración con las autoridades nacionales para atender a los damnificados que existen entre nuestra población y se prepara para aportar a la reconstrucción. 

También miramos al futuro y buscamos organizarnos para enseñar mejor en una realidad en la que los conocimientos se duplican cada tres años, en la que hay que elegir entre el número infinito de temas de investigación los que sean más útiles a la teoría y a la solución de los problemas humanos, y en la que hay que ser creativo para formar seres humanos con convicción de su fe, con una estructura personal sustentada en las preguntas y respuestas éticas fundamentales, y en los principios de la buena convivencia ciudadana. 

Este año centenario es un momento de reflexión y de impulso hacia el futuro con todas las convicciones que he mencionado y con todas las incertidumbres que el futuro alberga. Tenemos un corazón con tres colores: rojo y blanco de nuestro compromiso con el Perú y blanco y amarillo de nuestra identidad católica. Este centenario es el gozne entre el siglo que acaba de terminar y el que ya empezó. Lo emprendemos con tesón y esperanza.