"Ojalá que el 2022 sea un año más feliz para la educación en el Perú, pues las y los estudiantes lo merecen y el país lo necesita" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"Ojalá que el 2022 sea un año más feliz para la educación en el Perú, pues las y los estudiantes lo merecen y el país lo necesita" (Ilustración: Giovanni Tazza).
Carla  Gamberini Coz

Si bien el 2021 fue difícil para el país, ha sido particularmente terrible para nuestra educación: la mayoría de niños, niñas y adolescentes (NNA) no ha accedido a ninguna forma de presencialidad en sus escuelas; la última evaluación docente meritocrática fue anulada porque se descubrió que había sido filtrada; y el Congreso aprobó medidas que permitirían que universidades de baja calidad vuelvan a funcionar y que, potencialmente, más de estas puedan crearse.

En cinco meses, hemos tenido tres ministros de Educación con insuficiente tiempo cada uno para planear, y mucho menos desarrollar, acciones que enfrenten la crisis educativa. Asimismo, algunos asumieron el cargo orientados a cumplir agendas de grupos particulares antes que a priorizar el bienestar de los estudiantes. Han sido tantos golpes seguidos a la que pareciera que el gobierno del maestro –que tenía como principal objetivo la mejora de este sector– le está haciendo más daño que bien.

Sería más simple resignarnos y esperar al siguiente gobierno para recuperar la educación. Sin embargo, las consecuencias de ello pueden ser irreversibles para los estudiantes y para el país. Hace unas semanas, el Banco Mundial (BM) publicó un informe sobre el estado de la crisis educativa global. En regiones como Latinoamérica, los niños más pequeños y quienes pertenecen a grupos vulnerables han sufrido las mayores pérdidas. En países como el (países de ingresos bajos y medios), se estima que la pobreza de aprendizajes podría alcanzar al 70% de estudiantes debido a los prolongados cierres de escuelas y a la poca efectividad del aprendizaje a distancia. Esta afectaría especialmente a los sectores socioeconómicos más bajos. En Brasil, por su parte, se estima que el riesgo de abandono escolar ha aumentado en más del triple. Para nuestro país, esto podría significar que la cifra de más de 700.000 estudiantes en riesgo de deserción se podría haber triplicado. Por tanto, la tarea de que todos retornen no solo será titánica, sino imposible.

En cuanto a la salud y seguridad de los NNA, reporta el BM que durante la pandemia se han incrementado la violencia doméstica, el trabajo infantil y más de 370 millones de niños en el mundo dejaron de recibir las comidas que les daban en el colegio durante el cierre de estos. En el caso del Perú, el Centro de Emergencia de la Mujer ha reportado 9.800 casos de violencia contra los NNA y un 50% de aumento en trastornos clínicos en esa población. Y para las niñas y mujeres adolescentes, la situación es peor. De acuerdo al Fondo de Población de las Naciones Unidas, cada ocho minutos una adolescente de entre 15 y 19 años tiene un parto en el país, siendo la mayoría producto de abusos sexuales. Leyendo estas cifras, ¿no les resulta absurdo el argumento de que se mantienen los centros educativos cerrados para proteger a los estudiantes? A mí me resulta frustrante.

Finalmente, para quienes están más preocupados por la economía, es importante recordarles que la crisis educativa afecta el crecimiento económico del país. El BM reporta que esta generación de estudiantes está en riesgo de perder US$17 billones en ganancias a lo largo de sus vidas como resultado del cierre de escuelas, lo que equivale al 14% del PBI global.

El 2022 viene con el gran reto de enfrentar la crisis educativa. Implementar con eficiencia la norma para el retorno a las escuelas y mejorarla debe ser la primera prioridad del recién designado ministro. Las recomendaciones internacionales para ello son: evaluar la pérdida de aprendizajes para intervenir adecuadamente con programas de recuperación basados en evidencia, abordar la crisis socioemocional de estudiantes, fortalecer y brindar herramientas a docentes y directivos para que logren los objetivos de la semipresencialidad, y monitorear las políticas nacionales y locales evaluando su impacto y mejorándolas constantemente. A la vez, es urgente que se priorice la defensa de la calidad educativa en la educación superior, así como la continuidad de la carrera meritocrática docente enmarcada en la Ley de Reforma Magisterial.

Ojalá que el 2022 sea un año más feliz para la educación en el Perú, pues las y los estudiantes lo merecen y el país lo necesita.