Una comunidad a prueba de… cenizas, por Rafael Fernández Hart
Una comunidad a prueba de… cenizas, por Rafael Fernández Hart

Cada vez es más frecuente escuchar que, tarde o temprano, la ciencia llegará a conquistar nuestros espacios de la ignorancia. En este mundo futuro, “colonizado” por la ciencia, ya no habrá sitio para las religiones, que hasta no hace mucho llenaban nuestros vacíos de conocimiento.  

Posiciones como estas solo hacen que el malentendido entre ciencia y religión se agudice, cuando de lo que se trata es de pensar la coherencia de un ser humano que no necesita dividirse en dos para satisfacer en un momento a la ciencia y en otro a la religión. La religión no procura “conocimiento”. El frecuente desconocimiento con relación a la religión hace perder el sentido específico que esta tiene y que descansa sobre su significación simbólica de la vida.

A mi modo de verlo, ni la religión debe pretender ser conocimiento en el sentido científico de la palabra, ni la ciencia juzgar sobre todas las dimensiones de nuestra vida, ya que el mundo no se reduce a evidencias científicas. Si el mundo fuera el que describen las ciencias, ¿dónde pondríamos el amor, la justicia, el bien, lo sublime, el heroísmo, la solidaridad? ¿Qué clase de evidencias científicas aportaremos al respecto? El mundo (en el que nos indignamos, por ejemplo, con la corrupción) no es solo lo que nos dice la ciencia. Y es que no todo es conocimiento, también hay sabiduría en la vida. Todas las culturas poseen una sabiduría que se corresponde con las más excelsas preguntas de sentido. 

Dicho esto, ya que el tema que ha provocado sobresaltos es el referido a las cenizas de los difuntos, miremos de cerca el asunto. En la reciente instrucción “Ad resurgendum cum Christo”, está claro que los creyentes podemos incinerar a nuestros difuntos. Durante siglos los hemos enterrado en cementerios o cerca de las iglesias y a nadie le llamaba la atención. Lo que se cuestiona ahora es la conveniencia de tener las cenizas en casa, de dispersarlas o de hacer adornos con ellas. 

Para entender la posición de la Iglesia, hay que decir que toda religión es comunitaria. Cuando la Iglesia Católica recuerda la pastoral de los difuntos, hay que mirar el sentido “sapiencial” que está detrás: la Iglesia es una comunidad de comunidades; es el conjunto de diversas comunidades que albergan sus originalidades y, además, aspira a hacer del mundo una antesala del “Reino”. 

¿Cómo construir la antesala del Reino si no entendemos que la comunión de la Iglesia con los suyos se prolonga más allá de la muerte en una comunidad universal que desafía el tiempo? Este sentido de comunidad es el que está detrás de la pedagogía de la muerte en la que nos reclamamos miembros de una institución y renunciamos a nuestros impulsos personales precisamente para no olvidar a los que amábamos. La Iglesia quiere amarlos también a través de su oración, recuerdo y memoria constante.

La Iglesia quiere transformar el duelo en un acto comunitario para acompañar a los suyos; y convertir los despojos en oportunidad de prolongar la esperanza de una comunidad que nunca olvida a los suyos. Por lo tanto, la instrucción no va en contra de sus creyentes, sino en contra de la cultura individualista que disuelve la sabiduría del vivir en común, tan ancestral entre los cristianos como entre los antiguos habitantes del Perú.