"Cuando se propone convocar a una asamblea constituyente no queda claro que esta vaya a tener la legitimidad para redactarla". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Cuando se propone convocar a una asamblea constituyente no queda claro que esta vaya a tener la legitimidad para redactarla". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Thorne

Una sorpresa del debate electoral ha sido el número de candidatos que ofrecen una nueva constitución. Algunos han llegado a sostener que es parte de su estrategia para refundar la República. En efecto, proponer cambios constitucionales es parte del proceso de modernización y no debería de espantarnos: las cartas que más reformas han experimentado han sido las de las democracias más sólidas. Sin embargo, estas han tenido en su mayoría una sola y no han optado por asambleas constituyentes como proponen aquí.

En términos sencillos, podemos dividir nuestra Constitución en dos: la defensa de los derechos individuales y la definición del rol del Estado en la economía. Mis colegas economistas han descrito la relevancia del capítulo económico para explicar el período de rápido crecimiento, que suscribo. Sin embargo, el cambio de constitución solicitado por la izquierda se basa en reescribir dicho capítulo, al que considera la base del “modelo neoliberal”, sin sustentar qué lo debería de reemplazar. En un entorno de cambio constitucional, conviene definir qué aspectos no son negociables, qué cambios se justificarían y si estos generarían la transformación que necesitamos.

Quizás lo más preciado de nuestra norma fundamental es la defensa de nuestros derechos. Esta defiende la libertad individual, nada puede estar por encima de ella, pues es lo que finalmente distingue una democracia de un régimen totalitario.

En su último libro, ”El Corredor Estrecho”, Acemoglu y Robinson sostienen que existen tres elementos que distinguen a los países exitosos: la libertad, la presencia del Estado y una estrategia de crecimiento sostenido. Pero van más allá y dicen que muchos grupos de poder defienden la presencia del Estado y la estrategia de crecimiento económico, pero pocos defienden la libertad y son solo las constituciones las que defienden estos derechos. De hecho, muchas sociedades han sacrificado el derecho a la libertad en beneficio de una mayor presencia del Estado o con el objetivo (iluso diría yo) de generar mayor riqueza. Branko Milanovic, un académico estadounidense dedicado al estudio de los modelos económicos, dice que después de la caída del Muro de Berlín existen solo dos modelos: el capitalismo estatista de China y el capitalismo libertario de Estados Unidos.

Sorprende que el capítulo económico sea el objetivo del cambio constitucional que algunos proponen. Donde hemos fallado no ha sido en la generación de bienestar o en su distribución. Economistas como han documentado cómo los beneficios han alcanzado a los sectores de más bajos ingresos, aunque mucho queda por mejorar. Sí hemos fallado groseramente en proveer una adecuada protección social a nuestros trabajadores, en la provisión de servicios públicos y en lograr la descentralización. Poco hará un cambio constitucional para mejorar la ejecución presupuestal, asegurar el acceso al agua, garantizar seguridad en nuestras calles, eliminar los feminicidios o por garantizar un acceso real a servicios de salud. Recientemente se universalizó el acceso a la salud, pero nunca se tomaron las medidas de gestión para lograrlo.

La propuesta de cambio constitucional suena como la oferta de gran cambio que va a solucionar todos nuestros males, pero ¿es posible generar un gran cambio? ¿Es posible acabar con nuestros cada vez más estructurales períodos de inestabilidad política? Cuando uno analiza las grandes constituciones, muchas de ellas han resultado de un cambio socioeconómico estructural previo y lo único que han hecho es consolidar este cambio.

Cuando se propone convocar a una asamblea constituyente no queda claro que esta vaya a tener la legitimidad para redactarla; o que sea distinta a los dos últimos Congresos o, más profundamente, si esta nueva constitución va a generar el cambio que necesitamos para garantizar un crecimiento sostenido y un nuevo acuerdo político que nos permita los consensos para avanzar. Los grandes cambios no resultan de algunas mentes ilustradas que lo decretan, sino de un proceso transformador que nace de las entrañas mismas de nuestra sociedad y economía.