El crecimiento moral de un país, por Juan Arroyo
El crecimiento moral de un país, por Juan Arroyo
Juan Arroyo

El escándalo del ex asesor Carlos Moreno, que quería lucrar con la salud de los peruanos, le ha costado al gobierno en la encuesta de Ipsos una disminución de 8 puntos porcentuales en su aprobación y lo ha obligado a reaccionar. Enhorabuena.

Se ha constituido así la Comisión Presidencial de Integridad, presidida por el ex defensor del Pueblo (e) Eduardo Vega, con un plazo de 45 días para el planteamiento de reformas para la lucha contra la corrupción. Igualmente, el Consejo de Ministros ya discutió y aprobó el proyecto de ley de muerte civil para los funcionarios sentenciados por corrupción. Sin embargo, el problema del aprovechamiento de la función pública está bien enraizado y hay que prepararse para una batalla prolongada. No se trata de dedicarse a mitigar el impacto de cada denuncia, sino de atacar las causas del problema.

¿Qué podemos hacer? ¿Será siempre así? ¿La corrupción es parte de la naturaleza humana, como dice el 63% de los encuestados? El 33% de encuestados pensaba hace dos semanas que el gobierno estaba poco comprometido en la lucha contra la corrupción. Hay que quebrar este pesimismo y, para ello, lo primero es cuestionar la idea de que los niveles de corrupción son inmutables y no creaciones de los pueblos junto a sus estados. Dinamarca, Finlandia, Suecia, Nueva Zelanda, Holanda y Noruega, que ocupan los primeros lugares en el ránking de Transparencia Internacional, construyeron sus niveles de no permisividad con la corrupción bajo el principio de tolerancia cero con cualquier actitud impropia de un cargo político. 

¿Cómo lo hicieron? Supieron que se trata de un problema multidimensional que no tiene una “bala de plata” sino varias. Porque en este tema hay dos énfasis. Por un lado, quienes piensan que lo primero es cambiar las normas e instituciones como condición para un cambio final en la ética y la cultura y, por el otro, quienes plantean que hay que empezar por la ética de las personas para que esta se exprese en las instituciones. 

En realidad, hay que romper cualquier orden secuencial en esto. Hay que modificar los incentivos institucionales, pero también las culturas y los valores. La ética se refleja en la institucionalidad, que a su vez la alimenta. 

Por el lado institucional, hay que aumentar el costo de la corrupción, incrementar la posibilidad de ser observados o castigados y combatir la impunidad. Por el lado de la ética, la “bala de plata” es clara: hay que dar el ejemplo. Alguien debe empezar esta reconstrucción institucional y moral y esa persona está en Palacio. Se necesita un liderazgo anticorrupción para un nuevo punto de partida, lo que supone un ideal de grandeza y trascendencia en la élite política. La última encuesta de Pulso Perú ha revelado que hay un viraje en la opinión nacional. Por primera vez, un 76% opina que prefiere “un político honrado aunque haga pocas obras”.
Varios puntos de apoyo pueden sentar los cimientos del crecimiento moral del país.

Remarcamos dos: el gobierno electrónico, para que haya menos discrecionalidad de la burocracia, y el gobierno abierto, para que la transparencia sea real y no exista ocultamiento. Ambos pilares hacen parte de la política de modernización del Estado, pero durante años han estado en un segundo plano. Todo esto debe converger en cuatro reformas o cambios urgentes (del Poder Judicial, la Policía Nacional, el sistema de partidos y elecciones, así como el combate al narcotráfico). Para crecer y desarrollarnos necesitamos un Estado eficiente y efectivo, pero para que este exista se necesita un Estado íntegro. 

Es curioso, tenemos metas para el crecimiento del PBI y la disminución de la pobreza, pero no sobre la disminución de la corrupción. Las necesitamos urgente. Todos los años, Transparencia Internacional reporta para 168 países el Índice de Percepción de la Corrupción. En el 2015, el Perú obtuvo 36 puntos, lejos del promedio de 69 puntos de los países de la OCDE. Si queremos ingresar a esta organización, debemos enfrentar la ética relativa o criolla y aprender los límites entre lo bueno y lo malo. Eso supone ubicarse en el tercio superior de este ránking, en donde ocupamos el puesto 88. 

Finalmente, la encuesta anual de Proética puede ser un instrumento formidable de monitoreo para revertir las razones por las que hoy el 53% piensa que la corrupción en el Perú habrá aumentado en los próximos cinco años, el 27% que seguirá igual y solo el 7% que disminuirá. Para ello, debemos dejar de creer que se trata de trabajar para las tribunas y comenzar a trabajar sobre nosotros mismos.