
En mayo próximo tendremos un nuevo papa. No ocurrirá como cuenta Lucas, que en Pentecostés sobrevino un estruendo e irrumpió un viento impetuoso y se aparecieron unas como lenguas de fuego que se posaron sobre los apóstoles. Sería un juego si después de rezar el “Veni Sancte Spiritus” una lengua roja señalara sobre la cabeza de un cardenal que ese es el elegido por Dios. La verdad es otra. Los cardenales electores recogidos en el cónclave en la Capilla Sixtina miran en sus conciencias, libremente, quién piensan que debe suceder al papa Francisco. Es un voto en conciencia.
La seriedad de la elección pende de un hilo sobrenatural: cada cardenal sabe que Dios le pedirá cuenta de su voto. Nada que ver con la película “Dos papas”, donde parece que Benedicto XVI preparara la elección de su sucesor, porque Francisco fue, según declaró el mismo Papa alemán, una sorpresa para él. Ni con la película “Cónclave”, que no he querido ver porque me dicen que se pasa de imaginativa con un final demasiado cinematográfico; recordemos que Pablo de Tarso dijo a los tesalonicenses que Dios no los llamaba a la impureza, sino a la santidad.
Puede ser uno de los 53 cardenales europeos: un italiano, como Pierbattista Pizzaballa, O. F. M. patriarca latino de Jerusalén, o un húngaro, Péter Erdö, de Budapest. Puede ser uno de los 18 cardenales africanos, que podría imprimir a la Iglesia un prestigio renovador, como el arzobispo de Kinshasa, Fridolin Ambongo Besungu. O un latinoamericano, como Francisco, puesto que tiene 21 cardenales, como el cardenal uruguayo Daniel Sturla. Uno de Estados Unidos es todavía impensable, pero podría ser el irlandés-norteamericano Kevin Farrell, camarlengo de la Iglesia, o Timothy Dolan, también irlandés-norteamericano, arzobispo de Nueva York. La sorpresa sería, en fin, que fuera uno de los 23 cardenales asiáticos o de los cuatro de Oceanía; ¡podrían elegir un papa de la Iglesia Católica de rito oriental, como el cardenal indio George Jacob Koovakad!
Tras las ceremonias fúnebres de este sábado 26, y luego de los nueve días de luto, comenzará el cónclave para nombrar al sucesor de Francisco. Hay 135 cardenales convocados, aunque algunos no estarán por su estado de salud. Será con todo el cónclave más internacional, con alta representatividad de todos los continentes, una media de 64 años en la edad de los cardenales, un mínimo de 45, y 80% de ellos nombrados por Francisco, lo que al parecer permitirá una tendencia de continuidad en el pontificado.
Sin embargo, circulan en los medios, casas y plataformas de apuestas cerca de tres decenas de nombres como posibles sucesores, de lugares y enfoques pastorales variados. Nombres como el norteamericano Raymond Leo Burke o el guineano Robert Sarah, críticos de Francisco en temas como los de familia y sexualidad; el filipino Luis Antonio Tagle o el ghanés Peter Turkson señalados como continuadores de las directrices de los últimos años; o moderados, según algunos, como el actual secretario de Estado, Pietro Parolin. Estamos en el terreno de la especulación, fomentado por la curiosidad, pero también el sensacionalismo e intereses concretos, buscando influir en la opinión pública.
Bien sabemos que los papables no necesariamente tienen posibilidades y el cardenal que presida las sesiones reservadas en la Capilla Sixtina seguirá la normativa de la Constitución apostólica Universi Dominici Gregis (1996) y otras directivas. Importante es entender que para la Iglesia Católica continuar bregando en los temas esenciales de su inserción en el mundo es fundamental: necesidad de reforzar la fe y la formación de sacerdotes, religiosas y laicos; mayor participación de los fieles en la vida eclesial; y la posición frente a los problemas que enfrentamos, signados por cambios abruptos tan evidentes. Las tareas son múltiples y los cardenales deberán elegir cuidadosamente a la persona que pueda dirigir las riendas de la mayor estructura eclesiástica mundial y enfrentar esos desafíos.