(Ilustración: Jean Izquierdo)
(Ilustración: Jean Izquierdo)
Francisco Tudela

La VIII Cumbre de las Américas ha culminado exitosamente con el Compromiso de Lima, que contiene 57 iniciativas para combatir la corrupción continental. Sin embargo, este evento no se ha aproximado a la finalidad para la cual fueron creadas estas cumbres de jefes de Estado y de Gobierno en 1994.  

Cuando la I Cumbre de las Américas fue convocada entre el 9 y el 11 de diciembre de 1994, en Miami, EE.UU., fue con dos objetivos clarísimos para el futuro: conservar y fortalecer la democracia representativa en el hemisferio occidental y concluir las negociaciones para establecer un área de libre comercio en la integridad de las Américas, para el 2005. 

Veinticuatro años después de aquella primera cumbre, no existe en las Américas una zona de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego, idea lanzada en 1990 por el presidente de EE.UU., George H. Bush, al proponer la Iniciativa Empresarial de las Américas, la cual tuvo una gran acogida en todo el continente.  

Tampoco tenemos hoy acuerdo unánime sobre lo que significa la democracia, pues el continente se encuentra dividido entre aquellos que creen en la democracia liberal y aquellos que sostienen que el “socialismo del siglo XXI” es democrático, porque sería “clasista”, como aquellas pretendidas “democracias” que vemos en Venezuela o Cuba. 

En 1994, corrían los tiempos inmediatamente posteriores a la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. El comunismo, el “socialismo real”, había fracasado en el mundo. Continentes enteros, liberados de la tiranía, veían con optimismo un futuro signado por la democracia representativa y la libertad económica. Hoy el panorama ya no es el mismo, por decir lo menos. 

2005 fue el año fijado en 1994 para alcanzar las metas propuestas de estabilidad y conservación de la democracia representativa y de libre mercado en todo el continente. 2005 fue también el año en el cual la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, Argentina, fue desviada de sus objetivos iniciales, perdiéndose el propósito original y pasándose a enunciar agendas ad hoc para cada cumbre subsiguiente –como ha ocurrido ahora en Lima–, abandonando la prosecución de un gran objetivo continental de largo aliento, como fue aquel que todos aprobamos con entusiasmo en 1994. 

En Mar del Plata, entre el 4 y el 5 de noviembre del 2005, los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez, de Brasil, Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, y de la Argentina, Néstor Kirchner, desviaron deliberadamente la agenda de la cumbre, que buscaba continuar con el gran objetivo inicial.  

Kirchner alegó que el tema del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) no estaba en la agenda; Lula, contradictoriamente, solicitó abandonar la agenda preestablecida y atacó el concepto mismo del ALCA, proponiendo el proteccionismo como una defensa contra el “neoliberalismo”. Tabaré Vázquez, el presidente uruguayo, los secundó. El resto, por ignorancia, frivolidad o complicidad, avaló el secuestro de la cumbre.  

Sin entrar en las complejidades de la IV Cumbre de las Américas, nunca más, en las cumbres subsiguientes, volvió a tratarse el tema de la integración económica de toda la región a través de un área de libre comercio de las Américas. Tampoco quedaría definida la calidad y forma de la democracia requerida en nuestro continente. Los adalides del “socialismo del siglo XXI”, por el contrario, sentaron las bases para la geopolítica del mercantilismo socialista, que generó intencionalmente la peor crisis de corrupción en la historia de América Latina. 

Hoy, al término de la VIII Cumbre de las Américas, hemos aprobado el completísimo Compromiso de Lima, pero estamos combatiendo los efectos de la geopolítica del mercantilismo socialista y no la causa conceptual de la gigantesca crisis de corrupción que vivimos. 

En la VIII Cumbre de las Américas, hemos debatido y condenado en los múltiples foros un tema indudablemente importante y grave que nos concierne a todos, pero evadiendo una vez más, tal vez involuntariamente a estas alturas, la gran visión política y económica para el futuro, inspiradora de las cuatro primeras cumbres de las Américas, y que hoy requerimos urgentemente para enfrentar una nueva e incierta era en la historia del mundo.