Debate: ¿Qué deja la gestión de Susana Villarán?
Debate: ¿Qué deja la gestión de Susana Villarán?
Redacción EC

Continuidad en la capital, por Augusto Rey Hernández de Agüero

Regidor electo de Lima Metropolitana

La configuración política del gobierno de la ciudad va quedando lista para una nueva etapa, pero en una metrópolis tan compleja como Lima los cambios de gobierno no deberían significar un giro en las metas trazadas para el futuro. Cada alcalde tiene su sello, pero pensar que Lima debe reiniciarse cada cuatro años es un error. Nuestra ciudad necesita no solo atender los problemas de hoy, sino prevenir los de mañana. Esto requiere, por definición, de la continuidad que solo puede ofrecer el compromiso de varios gobiernos municipales. 

No en vano contamos, por primera vez, con un plan de desarrollo concertado al 2025 y otro de desarrollo urbano al 2035 que no deben dejar de ser observados. Es sobre ellos que la alcaldía de deja las bases sentadas para una serie de reformas y obras de gran envergadura que deben ser continuadas. Inevitablemente, esto nos lleva a hablar de la reforma del transporte. Los cinco corredores complementarios ya fueron licitados, uno ya se encuentra implementado y buena parte de los contratos con las empresas concesionarias ya han sido firmados. La parte más difícil se superó, ahora en el 2015 se debe ingresar a la etapa de implementación de los cuatro corredores restantes, lo que por supuesto no será tarea sencilla, razón por la que es necesario el respaldo y apoyo de autoridades y sociedad civil. 

En los otros frentes, Lima cuenta por primera vez con una política cultural, consolidada con ordenanzas y una institucionalización sin precedentes para el sector. La gestión de Castañeda recibirá contratos de concesión suscritos por más de US$1.500 millones para obras de infraestructura vial, así como la labor de continuar con la construcción de una serie de nuevos espacios públicos que ya cuentan con presupuesto asignado y perfiles aprobados. Recibirá también el presupuesto para obra pública más alto en la historia de la ciudad gracias al incremento de la recaudación de los últimos cuatro años y a las asociaciones público-privadas. 

Las verdaderas reformas no solo requieren tiempo, sino de los aportes que solo son posibles gracias al conocimiento acumulado a través de los años de implementación. Esto sucede, sobre todo, cuando se trata de iniciativas pioneras en la ciudad que requieren ser revisadas y mejoradas constantemente. En la actual gestión, hemos podido constatar esto en las mejoras que se han realizado en las escaleras, los centros de salud Sisol y el servicio del Metropolitano. Posiblemente lo mismo sucederá con las reformas que se dejan para la próxima gestión. 

Los retos que aguardan en el horizonte de Lima no son pequeños. Tenemos los Juegos Panamericanos 2019 y el bicentenario de nuestro país en el 2021. Para esas fechas, se calcula que Lima tendrá unos 11 millones de habitantes y se realizarán más de 14 millones de viajes al día en transporte público. La reciente inauguración de la COP 20 en nuestra ciudad debería también llevarnos a reflexionar sobre cómo nos estamos preparando para enfrentar las consecuencias de la crisis climática. Esta es una deuda que todavía está pendiente. 

Lima sigue avanzando y sus demandas se incrementan al mismo ritmo. Por eso no hay tiempo que nos podemos dar el lujo de perder ni reformas por detener.

Venció la improvisación, por Alberto Valenzuela

Regidor de Lima Metropolitana por el PPC

Luego de cuatro años de asumir el gobierno municipal, la administración de Susana Villarán ha reeditado con errores y aciertos la frase más célebre de la izquierda limeña: “La esperanza venció al miedo”.

Era previsible que con los S/.1.500 millones destinados a la ejecución de proyectos de inversión durante estos cuatro años (500 millones menos que los últimos cuatro años de ), la gestión que termina no hubiera resuelto el grave déficit de infraestructura y servicios públicos que demanda la ciudad por casi US$50 mil millones. Sin embargo, la esperanza limeña estuvo centrada en la urgencia de emprender reformas estructurales en materia de reordenamiento del transporte público, modernización de la infraestructura vial y formalización de la comercialización de productos perecibles, así como en la transformación de la Costa Verde en un espacio público todo el año. 

Con un equipo improvisado sobre la marcha y con la soberbia de desconocer todo lo avanzado en las últimas décadas, Villarán transcurrió sus dos primeros años socavando las bases de las propias reformas planteadas. Recordemos la paralización del proyecto Línea Amarilla y la protección de actividades de los comerciantes de La Parada en La Victoria en el 2011, y la ejecución de proyectos poco diligentes en La Herradura y Costa Verde Sur. Enfrentada a una oposición que fiscalizaba con plan de gobierno en mano, la respuesta al reto en la primera mitad de la gestión fue meramente ideológica, perdiendo la oportunidad de cimentar las bases de reformas sólidas y de largo plazo. 

Para la segunda mitad y con tres procesos electorales complejos –revocación, complementaria y elecciones municipales–, la ciudad tuvo a una alcaldesa en proceso de conversión hacia un excesivo pragmatismo –el mismo que la llevó a postular por la agrupación Diálogo Vecinal–. Villarán planteó las reformas de la ciudad desde un enfoque más electoral y político que estructural y técnico. No desarrolló, por ejemplo, un órgano técnicamente preparado para supervisar las inversiones público-privadas –Vía Parque Rímac, Panamericana Norte-Sur, Ramiro Prialé– que garantice el cumplimiento de los plazos y un peaje justo y no sujeto a adendas bajo la mesa. Ejecutó la primera ruta del corredor azul en medio de una ola de críticas en plena campaña reeleccionista, arriesgando el fondo de la reforma del transporte y trasladó La Parada a un desorganizado mercado de Santa Anita.

Si cuatro años ya era poco tiempo para cubrir las expectativas por una Lima moderna e inclusiva, los últimos dos no solo fueron insuficientes, sino que dejaron en el tapete buenas iniciativas de reformas debilitadas por la improvisación en la implementación, además de contaminadas por el exceso del converso. Pese a ello, estas iniciativas no deben caer en el abandono ni en la indiferencia a partir de enero. Si algo debemos reconocer es que si bien Villarán parece no haber cambiado en las formas, los vecinos de Lima sí cambiaron su percepción sobre el municipio y la agenda que sus autoridades deben cumplir. Para los socialcristianos, las reformas como las obras no son de los alcaldes que las inauguran, son activos de la ciudad y de sus vecinos, y el deber de quienes hacemos política no solo es ponerlas en marcha, sino evitar que la soberbia y la improvisación acaben con la esperanza de progreso de los pueblos.