Hace unos años, después de dar una charla en un pequeño pueblo polaco, un anciano se acercó a la mesa en la que estaba sentada. “¿En qué idioma sueñas?”, me preguntó. “En todos los idiomas que hablo”, le dije con honestidad. “Eres una persona sin identidad”, me respondió, con una ligera nota de condena.
Sonreí. Su comentario no era inusual: había escuchado una versión del mismo muchas veces desde que me establecí en Polonia. Aparentemente, solo había una forma adecuada de ser polaca y una sola forma de pronunciar palabras polacas. Pero había algo que él, como otros polacos, no entendía. Soy de Ucrania y la identidad ucraniana es porosa, inclusiva, de múltiples capas y, lo más importante, es un trabajo en progreso.
Si los polacos no lo sabían entonces, tendrán la oportunidad de averiguarlo ahora que más de un millón de ucranianos han cruzado la frontera hacia Polonia. Esperando en largas filas, mis compatriotas se despidieron entre lágrimas de sus esposos e hijos y entraron en una nueva vida. Es una situación trágica.
Mi propia experiencia cuando salí de Ucrania hace casi 20 años, por el contrario, no fue dolorosa en absoluto. No había guerra y yo no era una refugiada. Me doy cuenta de lo afortunada que soy. Pero sé lo que es dejar atrás tu hogar, tu país y comenzar de nuevo.
Nací en Leópolis, en el año 1978, cuando era parte de la Unión Soviética (URSS). La ciudad había pertenecido a Polonia durante 400 años y había sido un lugar en el que polacos, ucranianos, judíos y armenios vivían uno al lado del otro. En mi juventud, estaba impregnada de esa identidad fronteriza y pensaba que existía en la intersección de culturas, nunca completamente en deuda con una.
Cuando quise establecerme en algún lugar, elegí Polonia. Ni siquiera lo llamé emigración: mi ciudad natal, después de todo, estaba a solo unas 185 millas de distancia. Pero después de que Polonia se uniera a la Unión Europea (UE), en el 2004, la frontera entre los dos países, que antes se pasaba tan fácilmente, se adornó con un alambre de púas. Para entrar al país, los ucranianos tuvieron que esperar en una fila especial, mucho más tiempo que los ciudadanos de la UE.
Entonces empecé a soñar con la abolición de la frontera. Si Ucrania se uniera a la UE podría apreciar una vez más mi identidad fronteriza. En ese momento realmente no pensaba en mí misma como ucraniana. Yo hablaba ruso, polaco y ucraniano, y vivía en Polonia: eso me parecía suficiente.
Tengo familiares y amigos en ambos lados de la frontera, y estuve regularmente aquí y allá. Seguí los acontecimientos en Ucrania a distancia, como si desconfiara de lo que podría venir de la inmersión total. En Polonia, mientras tanto, seguí construyendo una vida para mí. Me casé, tuve hijos y trabajé en mi primera novela.
En la actualidad, la mezcla y fusión de los dos países ha alcanzado nuevos niveles. Desde el primer día de la invasión de Rusia, mi celular ha estado sonando casi sin interrupción. Apenas había un amigo o conocido polaco que no expresara solidaridad o no estuviera listo para invitar a los refugiados a su hogar, ni uno que no quisiera conducir, alimentar, sanar, dar o apoyar. Ha sido una efusión asombrosa de sentimientos de compañerismo. Era como la fiebre de un nuevo amor: las banderas ucranianas estaban de repente en todas partes.
La frontera también ha cambiado. En estos días, los ucranianos pueden cruzarla sin documentos y sin pruebas de detección de COVID-19. Pueden traer a sus mascotas con ellos. Pueden hacer llamadas gratuitas y obtener boletos de tren gratuitos. Cuando cruzan la frontera, todas las puertas en Polonia están abiertas para ellos.
El significado de la palabra “ucraniano” está cambiando en Polonia. Antes solía contener matices como, por ejemplo, “el oriental”, “el hombre del pueblo” o, incluso, “el hombre salvaje”. Ahora suena diferente. Cuando se pronuncia la palabra, escucho “el valiente guerrero” y “nuestro hermano”. Para aquellos que dejan sus vidas atrás, bajo la presión del bombardeo y el ataque, el saludo fraterno parece exactamente correcto.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times