(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Bjorn Lomborg

Hace 46 años, el profesor Jørgen Randers fue coautor de “Limits to Growth”, y asustó a una generación haciéndole creer el mito de que el planeta estaba a punto de quedarse sin recursos.

A pesar de haber sido totalmente derrotado, el pronóstico del profesor Randers sigue siendo igual de sombrío, pero ahora lo que teme no es la contaminación, sino el cambio climático. Sostiene que “la democracia debe ser suspendida para resolver la crisis climática” y que solo una dictadura introducirá lo que cree que son las políticas correctas y costosas.

Él no está solo. El tres veces ganador del Premio Pulitzer y columnista de “The New York Times” Thomas Friedman ha jugado con la idea de que Estados Unidos “sea China por un día” para promulgar las soluciones ambientales y económicas que quiere, y el especialista en ética Dale Jamieson dedicó un libro en el que pone en duda si la democracia es capaz de resolver el cambio climático.

El llamado a favor de un ambientalismo autoritario fracasa en todos los niveles. Basta con contrastar los registros verdes de las democracias con las dictaduras. En cuanto a medidas como la biodiversidad y la contaminación atmosférica, sería mejor vivir en Noruega, Canadá o Estados Unidos que en Corea del Norte, Siria o China.

De hecho, el concepto de que China es un “gigante verde” es absurdo. No menos del 86% de su demanda total de energía está cubierta por combustibles fósiles. Solo el 12% proviene de energías renovables, la mayor parte de ellas de la energía hidroeléctrica y de la madera, y no de la energía solar o eólica. Incluso en el 2040, si cumple todas las promesas del Tratado de París, China solo obtendrá el 16% de su energía total de fuentes renovables, según la Agencia Internacional de Energía.

El profesor Randers y otros quieren poner fin a la porque, fundamentalmente, creen que los votantes no apoyarán las políticas climáticas extremas que consideran necesarias. Eso es correcto, y no es algo malo.

Las encuestas muestran que la mayoría de la gente en EE.UU. estaría dispuesta a pagar alrededor de US$70 por persona por las políticas de cambio climático. En China, el monto es de aproximadamente US$30 por persona por año. En esencia, los ciudadanos en todo el mundo están dispuestos a gastar una cantidad modesta para resolver el calentamiento global, pero quieren invertir más en educación, salud, infraestructura y pobreza.

El Tratado de París será mucho más costoso. Cumplir las promesas va a costarle a cada ciudadano chino unos US$170 y a cada europeo US$600. Si Estados Unidos no se hubiera retirado, los estadounidenses habrían estado endeudados en US$500 por año.

No es casualidad que el tratado no sea vinculante: cuando estos recortes empiecen a surtir efecto, los líderes políticos (de las democracias o no) abandonarán promesas que cuestan más de lo que los ciudadanos tolerarían.

Lo que es peor, estas promesas costosas harán muy poco para resolver el . Según las propias estimaciones de las , todos los recortes prometidos hasta el 2030 reducirán las emisiones en menos del 1% de lo que se necesitaría para mantener los aumentos de temperatura por debajo de los 2 °C. París cumplirá mucho menos de lo que los políticos prometen, y costará mucho más de lo que la mayoría de la gente está dispuesta a pagar.

En todas las demás áreas, los defensores de las políticas que no cuentan con un apoyo generalizado, se dan cuenta de que deben encontrar políticas mejores, más inteligentes y más baratas. Pero en el clima, la renuencia pública a gastar cantidades exorbitantes en políticas ineficaces, es vista como evidencia de que algo está mal en la gente.

“Si no puedo hacer lo que quiero en una democracia, entonces quiero una dictadura”, es un deseo temerario. La historia está llena de dictadores que al principio parecían benévolos, pero que al final fueron tremendamente dañinos.

Los votantes actúan con sensatez si rechazan los costosos e ineficaces recortes de carbono. En lugar de cancelar la democracia, debemos considerar otras políticas.

Los países deberían aumentar su gasto en I+D ecológico. Si la innovación puede hacer que el precio de la futura energía verde se sitúe por debajo del precio de los combustibles fósiles, todo el mundo cambiará. Esa es una medida que los políticos pueden vender tanto a los votantes como a las empresas.

Sin olvidar que la principal vulnerabilidad del clima es la pobreza: los pobres serán los más afectados por los cambios climáticos, como lo son por cualquier otro desafío mundial. Sacar a la gente de la pobreza ayudará mucho más que cualquier otra cosa que podamos hacer. La mayor parte del mundo ya lo reconoce. Cuando la ONU llevó a cabo una encuesta reciente, y pidió a cerca de 10 millones de personas que nombraran las prioridades políticas más importantes, dijeron la educación, la salud y el empleo, y colocaron el calentamiento global en el último lugar de la lista.

Tenemos que prestar más atención a estas voces de la mayoría, que preferirían el progreso y políticas inteligentes en lugar de unos parches climáticos que hacen sentir bien y cuestan mucho. Necesitamos más democracia, no menos.