Dos goles para calmar las penas, por Abelardo Sánchez
Dos goles para calmar las penas, por Abelardo Sánchez
Abelardo Sánchez León

“Y la vida continúa” es una de las grandes películas de Abbas Kiarostami, aquel maestro del cine iraní. La película ocurre después de uno de los terremotos que con frecuencia asolan su país. En un pueblo devastado, un niño, sentado en una piedra, ve a través de un televisor en blanco y negro un partido del Mundial de fútbol. Cuando le llaman la atención, responde: “Los mundiales suceden cada cuatro años y los terremotos, en Irán, cada dos”. La pregunta, sin embargo, sigue agitándose en la brisa: ¿Pueden las imágenes de ese partido borrar las del pueblo arrasado? 

En la película “Cuentos del Bronx”, dirigida por Robert De Niro, un gánster sermonea a un adolescente fanático del béisbol y le dice: “¿Qué han hecho ellos por ti? Tú, para ellos, no existes. Olvídalos”. Sin embargo, debemos recordar el significado que tiene el deporte en una sociedad, sobre todo entre los jóvenes. La selección francesa de fútbol expresa, por ejemplo, la relación entre deporte y sociedad, alborotada, en su caso, por la migración y los conceptos de asimilación y exclusión. La selección francesa de fútbol ha cambiado los colores de su bandera (azul, blanco y rojo) por el de negros, blancos y árabes, los tres grupos étnicos que forman la mayoría del país mestizo que resulta ser ahora Francia. ¿Pueden los jugadores ignorar a sus hinchas? De ninguna manera: el nexo debe mantenerse porque una selección representa a su país.

La victoria del Perú ante Uruguay puede ser entendida como una manera de compensar la tragedia de miles de familias devastadas por los azotes de la naturaleza y el mal gobierno de las autoridades locales y regionales. El intento de colocar en la balanza los 90 minutos de juego y la verdadera tragedia puede ser, sin embargo, un exceso. El sentido común nos dice que en medio de la marejada de lodo resulta imposible encontrar la calma a través de las imágenes de un partido de fútbol. El dolor resulta ser obsesivo e impide pensar en otra cosa. Las viviendas derruidas no alojan con comodidad a las familias delante de un televisor. Sin embargo, tanto los jugadores como la prensa insisten en decir que le han dado una alegría al pueblo. ¿Puede el fútbol dar una alegría al pueblo?

En los tiempos que corren, uno de los valores en crisis es el de la  fraternidad. Vivimos en un mundo codicioso y egoísta, fomentado, incluso, por la tecnología de las comunicaciones. Las personas que gozan de un cierto poder económico viven una “second life”, paralela a su realidad más próxima y desde allí se vinculan a las tragedias que ocurren a su costado. La realidad de los más necesitados es dura y allí la vida vale poco o  nada. Cuando uno está enfermo, sabe que solo el enfermo sufre con intensidad y altura. Es difícil ponerse en los zapatos del otro. 

El fútbol tiene, sin embargo, una gran virtud y si la lleva a cabo puede ser un modelo para la sociedad: es un juego colectivo, solidario, donde cada vez hay más estrategias y disciplina táctica; es un adiestramiento, un aprendizaje, un motivo de inspiración, un ballet y una sincronizada ciencia. Los dos goles del Perú solo son parte de la realidad dentro de los 90 minutos de juego; y, después, la vida continúa, irreverente, alegre y desalmada. Es probable que no clasifiquemos al Mundial, es posible que Uruguay sí lo haga, pero los peruanos sabemos que la alegría suele ser breve, eventual y muy rara.