Drogueros, turistas y misioneros, por Giancarlo Rolando
Drogueros, turistas y misioneros, por Giancarlo Rolando
Giancarlo Rolando

En la frontera peruano-brasileña se encuentra la mayor cantidad de pueblos indígenas en aislamiento voluntario (PIAV) del mundo. Por ello, ambos estados delimitaron los territorios en favor de los PIAV, para que su decisión de vivir autónomamente sea respetada y evitar lo ocurrido en experiencias previas, especialmente la transmisión de enfermedades para las cuales sus sistemas inmunológicos no tienen defensas. Sin embargo, durante la última década los encuentros con los PIAV se han multiplicado a ambos lados de la frontera. 

De 1987 al 2013, la , órgano estatal brasileño encargado de la política relacionada con los pueblos indígenas, estableció contacto con cinco PIAV; mientras que del 2014 a la primera mitad del 2015 hizo lo mismo con tres PIAV, dos de ellos en la frontera con el Perú. Los lectores recordarán un video difundido el año pasado en el cual cuatro jóvenes que portan arcos y flechas ingresan a una comunidad asháninka brasileña y se retiran tras tomar algunos machetes, hachas y ropa. Estos cuatro jóvenes comunicaron a agentes de la Funai, a través de un intérprete, que habían tenido enfrentamientos armados con no indígenas en la cabecera del río Envira, donde se presume la existencia de tráfico de drogas. El Envira nace del lado peruano de la frontera.

Del lado peruano, el caso más conocido es el de los llamados , cuyos diversos grupos familiares se desplazan por los parques nacionales Alto Purús y Manu, la Reserva Comunal Purús y las reservas territoriales Madre de Dios y Mashco Piro, en las regiones Madre de Dios y Ucayali. Durante los últimos veinte años, un grupo familiar mashco piro ha establecido contactos esporádicos, a veces pacíficos, a veces violentos, con comunidades de las márgenes de las áreas protegidas en Madre de Dios. Además, han sido objetivo de intentos de contacto de misioneros evangélicos fundamentalistas y turistas que se embarcan en safaris humanos organizados por negligentes agentes de turismo. Por otro lado, en el extremo norte del territorio mashco piro, numerosos comuneros mencionan encuentros, durante excursiones de caza o pesca, con personas ajenas a las comunidades, a quienes llaman “los drogueros”. Estos aprovecharían la protección otorgada por la espesura del bosque en su camino hacia Brasil, segundo consumidor per cápita de cocaína del mundo. 

En este sentido, es difícil creer a la viceministra de Interculturalidad, cuando señala la ausencia de actividades ilegales en el territorio de los mashco piro. Los indicios, y en algunos casos evidencias, sugieren que se dan, o han dado, actividades ilegales pese al esforzado trabajo que los guardaparques del y los agentes de protección del Ministerio de Cultura realizan con los escasos recursos a su disposición. Por ejemplo, el Parque Nacional Alto Purús, el más extenso del Perú, cuenta con los servicios de 23 guardaparques para cuidar un área del tamaño de la región La Libertad. Las causas por las cuales los PIAV están acercándose a sus vecinos con cada vez más frecuencia probablemente son múltiples y no se reducen a las presencia de actividades ilegales en su territorio. Sin embargo, negar que estas están jugando un rol importante en este fenómeno es querer tapar el sol con un dedo.