(Foto: AP)
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J. Eduardo Ponce Vivanco

Con 42 años, mucho carisma, sólida formación política y profesional, experiencia internacional y el apoyo masivo de los colombianos, ha derrotado decisivamente a Gustavo Petro (53,95% de los votos versus 41,83%, con más del 99% de mesas escrutadas), el rival más estructurado que la izquierda podría haberle puesto al frente. Uno a uno, Duque superó a quienes pretendían la candidatura de centroderecha y ha culminado una formidable campaña que ha mostrado la envidiable calidad de la clase política colombiana. Además de la amplia mayoría que lo apoyará desde el Congreso (elegido en primera vuelta), el nuevo mandatario contará con el respaldo de los gremios más importantes en la vida económica y social del país.

Con su enorme potencialidad, enfrentará los extremos dramáticos de sus problemas y oportunidades. La primera encrucijada de Duque será la herencia de los acuerdos con las FARC, repudiados por su mentor, Álvaro Uribe, archienemigo de lo acordado en La Habana y victorioso en el plebiscito que lo rechazó democráticamente. Más allá de lealtades políticas, Duque tendrá que reajustar la implementación de pactos que incluyen una “justicia transicional” ad hoc que la mayoría condena por considerarla indulgente y peligrosa para la seguridad colectiva. A pesar de sus atrocidades, la poderosa narcoguerrilla ha sido premiada con diez parlamentarios no elegidos, sin privarla de sus fondos negros. Ofende que los guerrilleros opuestos al acuerdo continúen perpetrando sus desmanes cerca de las fronteras. Si Uribe arrodilló a las FARC, Duque deberá terminar con la guerrilla del ELN, vecina a la Venezuela de Maduro, que le da abrigo y apoyo.

Duque habrá de lidiar con el brutal aumento del cultivo de coca (180 mil hectáreas versus 43 mil en el Perú y 23 mil en Bolivia), consecuencia de la mano blanda que las FARC exigieron en la negociación de La Habana. Colombia es el único país sudamericano ribereño del Atlántico, el Caribe y el Pacífico. Esa triple condición, la cercanía a Estados Unidos y su frontera de 2.200 kilómetros con la corrupta Venezuela chavista ofrecen un escenario óptimo a los grandes carteles mexicanos que participan en la exportación de drogas a EE.UU. y el mercado mundial. Esta grave amenaza a la seguridad de los colombianos será el desafío más apremiante de su nuevo presidente. De la habilidad y firmeza de su gobierno dependerá que esos acuerdos lleven la paz a Colombia y la liberen del perdurable conflicto interno que ha frenado su desarrollo.

En otro campo, las oportunidades al alcance de Duque son reales. Se discute si el tamaño de la economía de Colombia supera a la de Argentina y la ubica en el tercer lugar de América Latina. Pero nadie duda que el vigor institucional de su democracia refuerza la competitividad y solidez macroeconómica que han acelerado su ingreso a la OCDE. La juramentación del nuevo presidente (el 7 de agosto) será ocasión para que se reúna con sus homólogos de la Alianza del Pacífico (AP), cuya presidencia pro témpore asumirá el Perú el 24 de julio próximo. Esos dos encuentros permitirán potenciar a la AP frente al impacto de la guerra comercial desatada por Trump. Sus violaciones al Nafta contra México y Canadá los alejan del mercado norteamericano. Para el presidente que México elija el 1 de julio, la Alianza se convertirá en un instrumento de vital importancia, al igual que para Canadá, a punto de ser incorporado como miembro asociado de la AP, conjuntamente con Singapur, Australia y Nueva Zelanda. Con el apoyo de todos ellos, el Perú y Chile deberían llevar a Colombia a la APEC, porque el libre comercio en la región del Asia-Pacífico será un gran antídoto frente al proteccionismo norteamericano.

Duque es firme pero no confrontacional como Uribe. Ha ganado sin ofender ni crispar. Conoce bien el Perú porque lo ha representado ante el BID en Washington. Con Marta L. Ramírez, su excelente vicepresidenta, liderará un equipo que abrirá una nueva y próspera etapa para Colombia. Enhorabuena.