(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Thorne

Un debate antiguo en economía es por qué los países convergen hacia un Estado fallido o moderno. Lo que nos dicen los estudios es que, una vez que se dan estas condiciones, la convergencia puede ser muy rápida. Nosotros tenemos nuestra propia experiencia. Desde los años 60, la crisis política y económica nos hizo degradarnos rápidamente; y a mediados de los años 80 calificamos como un Estado fallido. Afortunadamente, las reformas de los 90 nos salvaron, y a partir del regreso de la democracia en el 2001 y el buen manejo macroeconómico, entramos a una convergencia hacia un Estado moderno.

Quizás la mejor definición de un Estado fallido es la anécdota que usan Acemoglu y Robinson en su último libro “El Corredor Estrecho” sobre el Congo. Dicen, en broma, que lo más importante del Congo, un país que ilustra a plenitud un Estado fallido, es el artículo 15 de su Constitución, que se ha mantenido desde su independencia en 1960 y cumple las características de ser lo suficientemente sucinto y oscuro. Dice: “Débrouillez-vous” (Arrégleselas usted mismo).

Define al Estado fallido como una sociedad donde es notoria la ausencia del Estado y la obligación del individuo de proveer por esas carencias –la seguridad, el Estado de derecho, o el Estado de bienestar–. No es muy difícil imaginarnos que esta situación prevalece en gran parte de nuestra economía informal, en los asentamientos humanos, y en las áreas rurales más pobres. Quizás el episodio de la discoteca Thomas Restobar, donde murieron 13 personas en una noche y nadie supo cómo explicar por qué operaba en plena pandemia, ni quiénes fueron los responsables, es solo un ejemplo de la ausencia del Estado. Lo cierto es que el avance de esta informalidad, que podría llegar al 85% de nuestra fuerza laboral como resultado de la pandemia, se vuelve el mayor riesgo de converger hacia un Estado fallido.

En su libro, Acemoglu y Robinson ofrecen ejemplos históricos de cómo las sociedades han transitado de Estados fallidos a modernos y lo más rescatable es la presencia del Estado. Ello no en términos del PBI, sino como instrumento para desarrollar nuestras instituciones, el manejo económico responsable y, sobre todo, la legitimidad, la necesidad de que nuestro avance económico y político esté acompañado del apoyo de la población, para lo cual es necesario un sistema democrático que represente y nos guíe.

Sin embargo, esto no resuelve la pregunta central de cómo generamos este gran cambio. Joseph Schumpeter y su concepto de “destrucción creativa” nos puede ayudar a explicar este proceso. Este explica que los grandes vientos que mueven a la economía provienen de la innovación, que destruye la estructura económica vigente y permite una renovación frecuente del sistema. En ese sentido, la llamada “trampa de los ingresos medios” consiste en que pueden existir múltiples equilibrios de largo plazo para la economía, y para pasar de uno a otro (o “despegar”) es necesario fomentar políticas lo suficientemente disruptivas.

Si seguimos esta recomendación, necesitamos encontrar una política que sea lo suficientemente disruptiva para que nos haga saltar cualitativamente hacia el Estado moderno. Muchos podrán discrepar, pero parece que la propia pandemia nos ha hecho mirarnos al espejo y ver reflejadas nuestras grandes carencias. La posibilidad de promover activamente la formalidad por medio de un programa que incluya, sobre todo, la digitalización y el hacer disponible la innovación a nuestras mipymes, que hoy concentran gran parte de la fuerza laboral informal, podría generar este cambio. Lamentablemente, esto no viene solo, pues será necesario cambiar nuestra arquitectura de protección social y organización laboral para que promueva la movilidad laboral y ate los beneficios al trabajador y no al trabajo.

Cuando uno vuelve su mirada a nuestra crisis política, se pregunta si el trasfondo de este conflicto que hemos visto en el Congreso estos días no es más que este enfrentamiento entre la informalidad y la modernidad; entre un país donde las reglas no existen, donde el Estado está ausente y algunos pueden tomar los puestos claves para acomodar la legislación a su favor, y otro grupo que quisiera reformar el país con reglas claras, con legitimidad por parte de la población, donde exista un Estado de derecho y una estrategia económica y política para dar un gran salto hacia la modernidad