"Vox ganó 3,6 millones de votos, un aumento de un millón desde abril. Hace un año, no tenían escaños parlamentarios; para abril tenían 24 y ahora 52. Son los ganadores en estas elecciones". (Pablo Blázquez Domínguez/Getty Images).
"Vox ganó 3,6 millones de votos, un aumento de un millón desde abril. Hace un año, no tenían escaños parlamentarios; para abril tenían 24 y ahora 52. Son los ganadores en estas elecciones". (Pablo Blázquez Domínguez/Getty Images).
Martín Caparrós

Durante el apogeo de la crisis en Cataluña por el renovado impulso de esa región por la independencia de en setiembre del 2017, los programas de noticias de televisión aquí mostraban grupos de policías que se dirigían a Barcelona, y ciudadanos que los animaban, agitaban la bandera española y gritaban: “¡Ve por ellos!”

“¡Ve por ellos!”, se cantó nuevamente el domingo por la noche en Madrid, esta vez por aquellos que celebraron la transformación del partido de en la tercera fuerza política más grande de España.

Si el conflicto en Cataluña fue la gota que colmó el vaso para los votantes, la crisis dentro del Partido Popular, el conglomerado conservador que gobernó durante 12 de los últimos 20 años, fue lo que permitió que Vox encontrara tracción.

El hecho de que España haya resistido el movimiento ultraderechista que se ha extendido por parte de Europa ha sido motivo de orgullo nacional. Ahora parece que el extremismo en España simplemente se había retrasado.

El líder de Vox, Santiago Abascal, de 43 años, que había sido miembro del Partido Popular durante más de 10 años, registró su organización el 17 de diciembre del 2013, pero pocos le prestaron atención hasta que el Partido Popular se vio envuelto en un escándalo de corrupción en el 2018.

Vox, el nacionalismo en estado puro, ha clamado por la represión más fuerte posible de quienes buscan la independencia y, en general, por el fin del federalismo y el retorno al centralismo castellano. Los franquistas y sus ideologías sobrevivieron, pero fueron subsumidos en el Partido Popular y relegados a los márgenes.

Cuando Vox apareció como una alternativa, siguieron momentos dignos de vergüenza, como un video de propaganda en el que Abascal conduce a un grupo de hombres a caballo para lanzar una “reconquista” a fin de recuperar España de las manos de los infieles.

A diferencia de Francia o Alemania, donde los constitucionalistas rechazaron cualquier trato con los neofascistas, en España los otros dos partidos conservadores, el Partido Popular y Ciudadanos, se aliaron con ellos para formar gobiernos regionales, legitimándolos. Al hacerlo, han roto un principio básico de la democracia española.

Tomando prestado de ese viejo libro de jugadas de extrema derecha, Vox ha reclamado el monopolio de la nación, proclamando con arrogancia qué es la nación y quiénes son y quiénes no sus verdaderos ciudadanos. En sus manifestaciones con la bandera ondeando, la Casa de Borbón se convierte una vez más en un lugar de exclusión, reservado para aquellos que cumplen ciertas condiciones de sangre, nacimiento, raza o ideología.

Este domingo, Vox ganó 3,6 millones de votos, un aumento de un millón desde abril. Hace un año, no tenían escaños parlamentarios; para abril tenían 24 y ahora 52. Son los ganadores en estas elecciones.

Los progresistas españoles están alzando la voz, asustados porque los neofascistas son xenófobos, homofóbicos, sexistas, cazadores, taurófilos. Algunos también hablan en contra de la retórica nacionalista violenta de Vox. Sin embargo, casi nadie habla de sus propuestas de políticas, incluido un plan para reducir drásticamente los impuestos para las corporaciones más ricas y grandes.

El debate actual se centra en involucrarse en asuntos culturales y sociales legítimos, y olvidar que existen divisiones de clase y que grupos políticos como Vox están siguiendo los pasos de Donald Trump. Entienden el arte del miedo y el resentimiento, y aprovechan las esperanzas de los pobres mientras dejan a los verdaderos perpetradores de sus desgracias.

Votar por Vox parece ser el equivalente institucional a los disturbios en las calles latinoamericanas en estos días: protestas sin mucha claridad sobre los regímenes políticos y sociales que dejan una estela de insatisfacción; personas que salen o votan exasperadas sin saber lo que quieren, siempre que no sea el statu quo.

Vox seguramente seguirá creciendo a medida que los políticos españoles sigan decididos a luchar entre sí en lugar de trabajar para los ciudadanos. La desacreditación de la política, tan justificada como pueda estar a veces, proporciona excelentes condiciones para el ascenso de estos líderes, desde Trump hasta Jair Bolsonaro de Brasil, desde Matteo Salvini de Italia hasta Viktor Orban de Hungría y Marine Le Pen de Francia, que trabajan en nombre de los ricos y aún logran llamarse populistas. Solo un cambio profundo y serio de los mecanismos de la democracia y la recuperación de la justicia social pueden detenerlos. Hasta entonces, continuarán creciendo y asustando, amenazando y multiplicándose.


–Glosado y editado–

© The New York Times