"No solo se necesitan crisis para plantear reformas constitucionales". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"No solo se necesitan crisis para plantear reformas constitucionales". (Ilustración: Giovanni Tazza)
William Oblitas

Sieyès indicaba que sería erróneo atribuir al poder de una sola todo lo que hay de positivo en Inglaterra, y que la arquitectura social debe ser aún más lenta en sus progresos, toda vez que este arte, si bien el más importante de cuantos existen, no disfruta de ningún mecenazgo de déspotas.

Estas líneas deben seguirse para crear un “clima constituyente” que justifique, social y jurídicamente, las reformas constitucionales que se vienen planteando. Se deben moderar las opiniones sobre las facultades omnipotentes que se pretenden dar a una reforma constitucional, y se deben tender las bases para solidificar una propuesta que sea el respetuoso saludo para el bicentenario de la patria. En concreto, debería madurarse en la patria aquel concepto griego del “sentimiento constitucional”.

No solo se necesitan crisis para plantear reformas constitucionales; como en la revolución francesa, la independencia de Estados Unidos o la peruana, se requiere, como lo diría Verdú, experimentar con intensidad una adhesión íntima a las normas e instituciones fundamentales de un país. Aunque, si bien no es necesario el conocimiento exacto de dichas peculiaridades, la intensidad de la conveniencia de las mismas es un buen criterio para medir la madurez cívica y el nivel de la cultura política.

Hay esfuerzos por compararnos con sobre las crisis que padecemos, aunque nuestras instituciones confrontadas y servicios básicos languidecientes son aún más graves; pero, el proceso chileno viene teniendo cierto éxito debido a que nació de un amplio consenso entre la población, los partidos, las organizaciones e instituciones (77,85%), y de una repotenciación de su “sentimiento democrático”, el cual se seguirá sometiendo a prueba ahora en su constituyente.

Debemos recordar que Chile viene promoviendo el proceso constituyente desde el 2015, en el gobierno de Michelle Bachelet, cuya característica elemental consistía en trasladar el debate hacia la ciudadanía a través de los cabildos comunales, provinciales y regionales; en dicho trayecto también han jugado un papel importante las escuelas y universidades (representantes estudiantiles especialmente), se han recogido las opiniones de las empresas como de los trabajadores; y, sin pensar en la “derecha o la izquierda”, se ha tratado de promover la idea de futuro, de país.

No podemos obviar que la reforma de la Constitución es un tema de debate vigente, pero a su vez, no debemos centrarnos en las crisis que tenemos ya que, ante la evidencia, resulta infértil. La razón a debatir es si hay el “clima constituyente”, si se tiene el “sentimiento constitucional” necesario, y conocer que el mismo es producto de un proceso de consensos, entre ciudadanos antes que entre ideologías. Es necesario reconocer que una reforma constitucional puede ser una fase de evolución social y política de un Estado, un nuevo pacto de paz y progreso, un nuevo encuentro de voluntades mínimas para organizar un país, o también la peor sentencia a la que lo destinamos.