(Ilustración: Víctor Aguilar Rua)
(Ilustración: Víctor Aguilar Rua)
Alfredo Thorne

Con la elección de dos candidatos con planes radicales se abre una nueva pregunta: ¿Es posible que el candidato ganador pueda implementar sus propuestas? Una dificultad será su habilidad para lograr una mayoría que apoye sus reformas y, con un Congreso fraccionado, no le quedará otra opción que moderar sus ambiciones. Algunas propuestas extremistas también podrán terminar en el Tribunal Constitucional, y aunque muchos de sus miembros tendrán que ser cambiados, la decisión nuevamente depende del Parlamento.

La propuesta más radical es la de una Asamblea Constituyente. Aun no queda claro si la población apoyará el referéndum, pero uno se pregunta: ¿qué tan factibles son esos cambios? Lo cierto es que hay otros poderes, los fácticos, que las limitan. Si bien estos no votaron directamente el domingo, sí tienen una gran influencia en moderar las pretensiones del futuro presidente.

La influencia de estas fuerzas se hizo aparente en la campaña del 2011, cuando el candidato Ollanta Humala se despojó de las ideas radicales de su programa y optó por una versión moderada en su Hoja de Ruta. También fue el caso del candidato Alberto Fujimori en 1990, que criticó duramente la propuesta de “shock” para estabilizar la economía de Mario Vargas Llosa, solo para luego llevarla a cabo.

En una democracia moderna, son las instituciones, incluyendo a la prensa, las que cumplen el rol moderador de las ambiciones radicales de sus presidentes, pero en una sociedad desinstitucionalizada como la nuestra, hay otros poderes que cumplen ese rol. El más virulento al que tendrá que someterse quien llegue al sillón de Pizarro serán los mercados. Hugo Chávez, en Venezuela, y recientemente Andrés López Obrador, en México, decidieron no enfrentarlos. Ambos pagaron su deuda externa puntualmente y optaron por cierta disciplina fiscal.

La primera señal será el reemplazo de nuestro presidente del BCR, que goza de una increíble credibilidad. Cualquier intento de colocar a alguien que se preste a volver a la maquinita o a despojarse de las reservas tendrá que enfrentar una subida vertiginosa del dólar, un aumento de las tasas de interés de la deuda y el cierre automático del acceso a los mercados financieros internacionales para financiar los déficits fiscales. Nuestra ventajosa posición fiscal le permitirá a quien tome el sillón de Velarde algunos meses de respiro, pero la subida del dólar reducirá los ingresos de la población, generará mayor inflación, que siempre ha estado atada al precio del dólar, y le cerrará la posibilidad al Tesoro de financiar los déficits fiscales. En el caso más extremo, no se podría descartar la necesidad de un gran ajuste fiscal, como lo experimentó Alan García en su primer período.

La segunda fuerza es nuestra juventud, que hoy clama por oportunidades, por una sociedad más igualitaria, pero desafortunadamente es la que carga de manera desproporcionada con el desempleo en esta recesión. Lo vimos cuando el Congreso usó su mayoría para colocar a Manuel Merino de presidente. Los jóvenes se fueron a las calles y forzaron el retroceso del Legislativo.

Finalmente, está el poder del empresariado, aquel comprometido con el país, que quiere invertir, pero que cuando las condiciones no le favorecen decide retraerse y nuestra capacidad de crecer disminuye. Su rol ha sido destacado en varios momentos en la historia económica del Perú. Por ejemplo, golpeó a Fernando Belaunde en su primer gobierno cuando propuso la reforma agraria; y con más fuerza a Alan García, también en su primer gobierno, a pesar de que decidió conformar el grupo de los llamados los doce apóstoles (integrado por los doce empresarios más adinerados) a sabiendas de la importancia que tenía incorporar al empresariado a su nuevo programa radical.

El éxito del siguiente presidente se tendrá que medir por su habilidad política para neutralizar estas fuerzas e incorporarlas a su programa de gobierno; cada una tiene sus propios intereses y el presidente tendrá que convencerlos y al Congreso de que su plan de gobierno es el que más les conviene. No en vano el filósofo inglés John Locke decía que la política es el arte de lo posible.