
El argumento de que los líderes empresariales deben “mantener la boca cerrada” en asuntos políticos y sociales –un eco de corrientes conservadoras– es miope, ahistórico y, en última instancia, peligroso para la estabilidad de la democracia y el buen funcionamiento del sistema capitalista de la libre empresa.
Es, además, intelectualmente deshonesto: en un mundo donde los mercados dependen de reglas claras, instituciones fuertes y sociedades cohesionadas, el silencio equivale a un respaldo tácito al statu quo, por más destructivo que este sea.
Los empresarios ya influimos mediante el cabildeo, legítimo cuando se hace con transparencia. Pero negarnos a tomar posturas públicas en asuntos críticos no es neutralidad, es oportunismo.
La idea de que “el negocio de los negocios es el negocio” es un dogma que ignora lo esencial: los mercados dependen de sociedades estables y funcionales.
Nuestra situación lo demuestra: el deterioro institucional y la captura del poder político por intereses ilegales, corruptos y mercantilistas han debilitado el entorno de inversión más que cualquier otra cosa.
Quienes sostienen que los líderes empresariales deben mantenerse en silencio a menos que la política afecte “directamente” los negocios se engañan a sí mismos. ¿Qué significa “afectar directamente”? Si una crisis social paraliza la logística y el abastecimiento, ¿cuenta? Si una legislación desestabiliza la macroeconomía, ¿se permite opinar? La realidad es que esta postura solo busca legitimar una doctrina de conveniencia: “solo habla cuando afecte tu bolsillo”.
Paul Polman, ex-CEO de Unilever, es contundente: “Las empresas no pueden prosperar en sociedades que fracasan”. No debería sorprender que un liderazgo agazapado en la neutralidad no solo sea visto como imprudente, sino también como cobarde.
Larry Fink, CEO de BlackRock, pasó años promoviendo la inversión sostenible y la transición energética, posicionando su firma como líder en ESG.
Pero cuando la presión política en EE.UU. arreció, BlackRock abandonó discretamente la Net Zero Asset Managers Initiative, demostrando que su compromiso era más táctico que auténtico.
En contraste, empresas como Patagonia o Ben & Jerry’s han demostrado que asumir posturas firmes puede fortalecer la lealtad de empleados y consumidores. Si solo defendemos valores cuando nos conviene, no somos líderes, sino farsantes disfrazados de visionarios.
La diferencia es simple: liderazgo basado en principios vs. liderazgo basado en oportunismo.
Vivimos en una era de hipertransparencia, donde los consumidores y empleados esperan que los líderes empresariales actúen con responsabilidad.
Un CEO que cree que el silencio lo protege no entiende la nueva dinámica de poder: el liderazgo no se mide por la discreción, sino por la capacidad de definir el rumbo en tiempos de incertidumbre.
El silencio puede parecer seguro hoy, pero la historia juzgará con dureza a quienes eligieron callar mientras el sistema colapsaba. La pregunta es: ¿cómo quieren ser recordados? ¿Como los arquitectos de un sistema más justo y resiliente o como cómplices del colapso institucional?